Lo que se percibe cuando uno ve los grabados de Aída Carballo es cierto halo de misterio. Las imágenes son figurativas y lo que hay en ellas son situaciones claras, incluso hasta narrativas. Pero hay algo más sutil, casi imperceptible, que genera un extrañamiento. Es como si Carballo hubiese tratado de decir algo al mismo tiempo que lo escondía. Esta artista aplicó en las artes visuales lo que en la literatura se llama reticencia: revelar algo, pero hasta cierto punto. Carballo muestra amantes e instituciones psiquiátricas, pero a la vez deja en las sombras los pormenores de esos mundos que, por momentos, pueden ser los mismos, como si no hubiera diferencia entre un par de enamorados y un par de locos.

La galería Ruth Benzacar tiene en exhibición una serie de sus grabados: la muestra La gracia extrañada reúne dos series, Los amantes y Los locos. En este conjunto de piezas se despliega el universo de Carballo en su totalidad, la forma de dibujar personas, retratar situaciones cotidianas u oníricas y también algunos reflejos de su propia vida, ya que pasó algunas temporadas internada en distintas clínicas de salud mental.

Aída Carballo nació en 1916. Se formó en la escuela Prilidiano Pueyrredón y también en la Ernesto de la Cárcova. Se hizo de los títulos de profesora nacional de dibujo, de grabado y de cerámica. Dicen que fue una gran maestra y que diversos artistas pasaron por su taller para formarse con ella (entre ellos estaba Mildred Burton, una artista con un imaginario por momentos similar y cuyas pinturas también se están exhibiendo en Ruth Benzacar). A lo largo de su carrera mostró sus obras en diferentes países y consiguió que instituciones como el MoMA adquieran algunos grabados suyos para hacerlos parte de su colección.

Falleció en 1985 y diez años después Alberto Perrone –periodista, crítico literario y poeta– publicó un libro titulado Aída Carballo: Arte y locura. Suerte de biografía desarticulada, reunía testimonios de personas que la conocieron, textos encontrados en cuadernos escolares, cartas y algunos fragmentos de un diario de internación que escribió mientras estuvo en el Hospital Borda, cuando era conocido como Hospital Vieytes. Escribió Carballo en su diario: “Pienso en las palabras de esa mujer, la enfermera: ‘Yo te voy a enseñar a ser gente’. Sí, ahora, indudablemente soy gente. Te voy a enseñar a ser gente, ¿cuándo fui otra cosa que eso? Es tan brutal y tan mezquino todo esto que no sé para qué escribo. Se ve que están bien amparados todos pues sino no harían todo esto. El médico me dijo que me tomaban como modelo. No solicité semejante honor nunca y no lo quiero. Están matando la vida torpemente. Yo no cuento ya, pues mi tristeza no puede servir de modelo a nadie”.

Esta hostilidad que narra Carballo en sus diarios no se traduce por completo en las imágenes. Los grabados que componen la serie Los locos no muestran a los pacientes en situaciones violentas, ni tampoco siendo atacados por el personal médico. Carballo no ve en ellos nada agresivo, sino más bien todo lo contrario: están suspendidos, como en un estado de ensoñación. Los locos que esta artista retrató miran en diferentes direcciones, deambulan por patios e incluso cuando interactúan con el personal médico del lugar no se ven rastros de la agresividad que sí tiene el relato de su diario.

Aida Carballo, "La luz y la voz", 1963

Sin embargo, hay uno de estos grabados en los que sí se puede ver algo de la opresión que tiene el relato de Carballo: es acá en donde más se nota el recurso de la reticencia. En “La luz y la voz” se muestra a una paciente encerrada en una habitación, levantándose una suerte de bata y rascándose el pubis. La mujer mira hacia arriba, en dirección a una ventana circular por la cual entra una luz que le da en la cara y sobre esa ventana unos barrotes de acero. En la combinación de estos elementos –luz, mujer tranquila, barrotes– Carballo resume su paso por el ex Hospital Vieytes. Aunque no aparezca la enfermera maltratadora, en esa abertura clausurada se resume la hostilidad, la violencia y la represión que implicaba esa internación. En otro tramo de su diario esta artista escribió: “La monja me ha insultado diciéndome que soy una cualquiera. Católica no es y cristiana menos porque eso no lo dice un cristiano y menos un católico. Luego ríen todas. Esto hace pensar en una triste miseria mental. Corazón no tienen porque no ven sufrir y se gozan y alaban a quien les parece que tiene el poder”.

En contraposición a lo que pasa en Los locos, la serie Los amantes sí presenta un conjunto de personas desenfrenadas que por momentos parecen poseídas. Estos grabados muestran parejas deformes que se besan en poses y escenarios que parecen surreales. Algunos de estos amantes se revuelcan desnudos a la intemperie, en mitad de la noche, mientras unos perros acechan en el horizonte.

El arquetipo de amante que trabaja esta artista tiene más que ver con una persona desquiciada que con una enamorada –aunque la historia de la humanidad y algunas ficciones clásicas puedan sugerir que a veces puede no haber diferencia entre una cosa y otra–. En estos grabados Carballo imprime una capa de humor sobre los vínculos sexoafectivos, se ríen de cómo se relacionan los amantes e incluso los vuelve seres patéticos incapaces de controlar sus impulsos.

Lo que esta artista hace con estas dos series es invertir los prejuicios: lo que se espera de un loco aparece en los amantes y lo que se espera de los amantes aparece en los locos. Da vuelta el horizonte de expectativa para darle forma a lo deforme y viceversa. Lo monstruoso de lo cotidiano aparece en Los amantes y se oculta en Los locos. Con estas obras Carballo defendió con su imaginación a sus pares, los pacientes psiquiátricos, y deformó a los que se pretendían normales, a esas enfermeras que buscaron “hacerla persona”.

La gracia extrañada se puede visitar en la galería Ruth Benzacar, Juan Ramírez de Velasco 1287. De martes a sábado, de 14 a 19. Hasta el 6 de mayo. Gratis.