Escribo con la tristeza de saber que Eduardo Febbro no está más entre nosotros, un querido colega que deja un vacío, un lugar irreemplazable en el periodismo. Cada vez que recibía su nota, después de agregarle "desde París" lo que seguía era una lectura placentera de un texto cuidado y coherente de principio a fin. Tendré que hacerme a la idea de que no voy a recibir más mensajes suyos proponiendo seguramente un artículo que funcione como una flecha dando justo en el blanco.
Cuando en enero los bolsonaristas atacaron los tres poderes del Estado, Eduardo me escribió: “¿te interesa que mande que por segunda vez en el continente americano y por tercera vez en la historia moderna los fachos virtuales y sus redes llevan a la democracia al colapso?”. Su texto hilvanaba la realidad brasileña con la estadounidense y la británica, echando luz a mucha confusión. Como siempre, su versatilidad hacía que escribiera con profundidad sobre cualquier tema por fuera de su corresponsalía en Francia. Y con pasión.
En los muchos años que trabajé con él, lo recuerdo ávido y urgido por cubrir guerras, crisis económicas, atentados, levantamientos populares. Destaco el disfrute como editora (y lectora) que me producía leer sus crónicas, enviadas ya sea desde Afganistán, México, Estados Unidos o Bolivia. Siempre le aportaba una mirada aguda y valiosos testimonios.
La última vez que lo vi fue en París, en 2015. Seguía andando en moto, con su humor mordaz y escepticismo intactos. Siempre ubicándose a una distancia más que prudencial de la clase política, siempre con comentarios irónicos sobre los poderosos.
Eduardo Febbro manejaba con efectividad todos los géneros del periodismo y, por sobre todo, la crónica interpretativa. Escribió sobre la capital francesa durante el confinamiento en la pandemia: "París desierta. La noche es de todos, amplia, generosa y gratuita. Sin estímulos inalcanzables. Protegidos por la oscuridad, los bichitos nocturnos pululan como niños excitados en una fiesta sin padres que los vigilen".
También indagó con pensadores e intelectuales el futuro pospandémico -el que ahora vivenciamos con atronadora decepción. No, no salimos mejores como humanidad-.
En el último tiempo me comentaba sobre el debate que suscitaban sus textos sobre la guerra en Ucrania. Quería discutir con los lectores!. "El periodismo fue su pasión hasta el último momento", me dijo su hija Romina. Doy fe.