Las tensiones del sistema financiero mundial siguen latentes y economistas de distintas corrientes plantean que Occidente se encuentra en un laberinto. Controlar el problema de los precios, lograr que los bancos no quiebren y evitar una recesión se plantean como objetivos irreales si se quieren alcanzar todos en el mismo tiempo. A este combo deben sumarse los conflictos distributivos y la incertidumbre a futuro para el mercado laboral.
El exministro de Economía de Grecia Yanis Varoufakis fue uno de los que se mostró más crítico en las últimas semanas. En una de sus últimas columnas de opinión consideró que la Reserva Federal (banca central estadounidense) deberá decidir más temprano que tarde si prefiere volver a tener tasas de inflación bajas o si privilegia que las entidades financieras no caigan como fichas de dominó. Afirmó que “la política (macroeconómica) posterior a 2008 de severa austeridad para la mayoría y socialismo de Estado para los banqueros, practicada simultáneamente en Europa y Estados Unidos, tuvo varios efectos los últimos 14 años. El primero es que envenenó el dinero de Occidente”.
El profesor de la Universidad de Atenas utiliza esta idea para argumentar que ya no existe “una única tasa de interés que pueda reestablecer el equilibrio entre la demanda y oferta de dinero (para bajar la inflación) y, al mismo tiempo, evitar una ola de quiebras para las entidades bancarias”.
Desde una corriente ideológica opuesta, Nouriel Roubini escribió una conclusión similar en los últimos días. “Ante la inflación alta y persistente, los riesgos de recesión y ahora una inminente crisis de insolvencia en el sector financiero, los bancos centrales como la Reserva Federal se enfrentan a un trilema”. Aseguró que la FED es incapaz de luchar contra la inflación y proporcionar apoyo de liquidez a los bancos simultáneamente. “El único punto de salida es una recesión severa y, por lo tanto, una crisis de deuda más amplia”, consideró Roubini.
El laberinto de las economías occidentales sería aún más complejo de resolver en este escenario de recesión fuerte: los conflictos y el desorden social se potencian ante un parate de los mercados internos. Se trata de un punto que no puede pasarte por alto ni siquiera en los países desarrollados.
Los problemas de distribución en el mundo son cada vez más marcados y sus efectos pueden volverse impredecibles. La semana pasada Francia ofreció una muestra del conflicto que atraviesan eso países por haber perdido la capacidad de crecer y repartir en forma equitativa. Los trabajadores franceses continúan reclamando contra los cambios que impulsa el Gobierno en el régimen de jubilaciones y durante unas horas del jueves decidieron ingresar en señal de protesta a las oficinas de BlackRock, el principal fondo de inversiones del mundo.
Con la consigna “on est la” (“estamos aquí”), dejaron un mensaje encendido al departamento de fondos de pensión privada de BlackRock. “Quieren obligar a las personas a financiar su propia jubilación con los fondos de pensiones privados, pero lo que sabemos es que solo los ricos podrán beneficiarse de tal sistema”, apuntaron los manifestantes.
En la misma medida que el futuro del trabajo para los próximos años es pura incertidumbre y las nuevas tecnologías amenazan con generar disrupciones estructurales para los empleados de la industria y los servicios, las tensiones ya se observan en los sistemas de pensión. No hace falta mirar a países de América latina. Ocurre a metros de los Grandes Bulevares de París.