La muerte de María Kodama, la villana preferida del mundillo literario que no habría dejado testamento con los herederos de sus bienes, incluido los derechos intelectuales de la obra de Jorge Luis Borges, puso en primer plano un tema que parecía marginal: quién se hace cargo del legado de un escritor después de su muerte o de la muerte de su albacea. El abogado Fernando Soto, apoderado legal de Kodama, comenzó a escribir esta “novela policial por entregas” cuando inició los trámites del juicio sucesorio y confirmó lo que parecía inaudito: que no había un documento donde ella expresara su última voluntad. Entonces se presentaron a la justicia como herederos los cinco sobrinos de Kodama, hijos de su hermano Jorge: Mariana, Martín, María Victoria, Matías y Belén. ¿Cuál será destino del acervo de objetos, manuscritos y documentos de uno de los mayores escritores del siglo XX? ¿Qué sucederá con los derechos y la obra de Borges? ¿Qué rol debería tener el Estado argentino?

Un comité de expertos

“Como a muchos, me llama la atención que una persona como María Kodama, que ha estado tan pendiente de que el nombre de Borges no se pronunciara sin su aprobación, no haya previsto la posteridad del cuidado del legado. A partir de la muerte de Borges, ella presidió la Fundación que custodiaba ese legado material, más allá de su función de albacea, que también ejerció de manera rigurosa. No me cierra que haya llevado ese timón con tanta firmeza para dejar ahora el barco a la deriva”, plantea Ezequiel Martínez, director general de la Fundación El Libro y albacea de la obra de su padre, el escritor Tomás Eloy Martínez (1934-2010). “Más allá de los abultados derechos de autor que le correspondan legalmente a los despabilados sobrinos, lo que está en juego aquí es la custodia de su obra. Entre varias ideas, se ha hablado en estos días de un comité de expertos designados por parte del Estado (del Estado, no del gobierno) que puedan tomar decisiones que preserven la obra de Borges. Ese grupo de expertos -que sólo en Argentina pueden sumar más de una docena, y muy calificados- podrían lograr la reedición de las Obras Completas de la colección La Pléiade de Gallimard con la incorporación de las conversaciones grabadas entre Borges y el editor Jean-Pierre Bernés (122 cintas de 90 minutos cada una), que se vio envuelta en un conflicto de intereses entre Kodama y Bernés”, propone Martínez.

“Pensar a quien pertenece el legado de un escritor obliga a diferenciar varios aspectos”, precisa Guillermo Schavelzon a Página/12. “Una cosa es quien será el ‘propietario, que recibirá la propiedad y los beneficios económicos que se generan. Otra cosa es quién ofrece garantías de cómo se manejará ese patrimonio, con qué conocimiento de la obra, y la tercera es quién llevará la gestión comercial de ese patrimonio literario”. Desde Barcelona, donde reside, el agente literario dice que quien hereda un patrimonio de la propiedad intelectual deberá ocuparse el resto de su vida y quizás la de sus descendientes. “¿Lo hará olvidando viejas rencillas? ¿Está capacitado para hacerlo?”, se pregunta el agente literario de Martín Kohan, Federico Jeanmaire, Claudia Piñeiro y Eduardo Berti, entre otros escritores. 

Además, están los bienes físicos (no los inmobiliarios), como los archivos, las colecciones de manuscritos, los posibles textos inéditos que se conocen o que puedan aparecer. “¿Qué será de estos materiales? ¿Quién y cómo decidirá?”. Para Schavelzon la garantía de que todo ese patrimonio se conservará en el país es “responsabilidad del Estado”, si se considera la obra de Borges como patrimonio nacional. “En la Argentina existían tres grandes colecciones de manuscritos de Borges, de las que solo quedan dos. Quienes pretendan heredar -testados o no- deberían garantizar el cumplimiento de las leyes de protección del patrimonio cultural nacional, y formar un comité de expertos que garantice el cuidado de la obra”.

El rol de la Biblioteca Nacional

Otra cuestión a resolver, señala Schavelzon, es lo que se hará con las colecciones y archivos de la Fundación Borges, que eran propiedad de Kodama. “No creo que los ingresos por derechos de autor de la obra sean tan elevados como para sostener todo. De Borges se habla muchísimo, pero la venta de sus libros no es la un autor comercial, por lo que debería buscarse un mecenas (como los propietarios de museos) que se comprometa a mantener las colecciones reunidas, a no sacarlas del país, y a ponerla a disposición del público, en especial de los escolares, que es lo que garantiza la vigencia de la obra a futuro. Alguien que garantice cómo se hará todo esto, contratando una dirección idónea por concurso internacional”, recomienda el agente literario. 

El editor, escritor y crítico literario Fernando Fagnani cuenta que no tiene claro si hace falta un testamento para que hereden los familiares que aparecieron, los cinco sobrinos de Kodama, hijos de su hermano Jorge, que murió en 2017. “En caso de que los derechos quedaran vacantes, lo más lógico es que sean administrados por la Biblioteca Nacional. Y que los beneficios que esos derechos produzcan, que son considerables, se inviertan en la Biblioteca”, sugiere Fagnani.

La escritora Sylvia Iparraguirre, a cargo de la herencia literaria de su marido, el escritor Abelardo Castillo (1935-2017), está sorprendida por el hecho de que Kodama no previó nada sobre el legado de la obra de Borges para después de su muerte. “La obra de Borges pertenece de modo natural al patrimonio cultural intangible de la nación argentina, como las obras de (Julio) Cortázar, (Roberto) Arlt y (Leopoldo) Marechal y de todos los escritores argentinos”, argumenta la escritora y explica que su planteo “no va en desmedro de los legítimos herederos”, que administran y toman las decisiones que les parezca sobre la obra, las traducciones y el cobro de los derechos. “No sé cómo se instrumenta legalmente lo que digo; tal vez la Nación, a través del Estado Nacional, de acuerdo con los herederos, podría hacer ediciones de gran tirada y precio muy accesible. Digo lo que desearía, ya que no manejo la complejidad legal que sé que hay detrás de este tema”, expresa la escritora.

El enigma Kodama

“María Kodama fue una mujer bastante enigmática -la define Iparraguirre-. No sé si sus allegados y sobrinos tenían noticia de todo lo que implicaba para ella manejar la obra de Borges”. Al comienzo, repasa la escritora, el ambiente de los escritores no la quería; se decía que se había apropiado de la vida y la obra de Borges. Pero con el tiempo esta percepción fue cambiando. “La obra de Borges y él mismo necesitaron de una persona que estuviera dedicada a los dos a tiempo completo: al autor y a la obra. Y a los viajes. Borges fue un hombre profundamente desvalido en sus últimos viente años de vida, no sólo por la ceguera, sino por la ayuda permanente que necesitaba para moverse, para que le leyeran, para vivir. Kodama estuvo a su lado”, afirma la albacea de Abelardo Castillo. “Posiblemente Kodama haya declarado que tenía todo resuelto porque hay personas que no les gusta hablar de la muerte, ni de la propia ni de la de otros. Tal vez no lo podía enfrentar, o tal vez estuvo ensimismada en su propia enfermedad, lo que es absolutamente comprensible”, concede Iparraguirre.

Aunque no conoció a Kodama personalmente, Fagnani, editor de Edhasa y autor de la novela Residencia permanente (Emecé), revela que una vez lo demandó a él y a la editorial. “Ni ella ni su abogado se presentaron a la mediación que ellos mismos pidieron. Durante semanas esperé que nos volvieran a citar, nunca lo hicieron. Quedó en la nada, desistieron sin volver a comunicarse, algo bastante curioso si uno inicia una demanda. Sé que tenía esa costumbre, la de demandar, en general por causas poco relevantes y a veces irrisorias. Era habitual que perdiera los juicios. Pero seguía demandando”, recuerda el editor.

Fagnani resalta que, al mismo tiempo, Kodama hizo un “muy buen trabajo” con la difusión de la obra de Borges. “Mejoró las ediciones, logró nuevas traducciones a un número apabullante de idiomas, tanto en ediciones de lujo como populares. Literalmente puso la obra de Borges a disposición del mundo entero. Uno podría decir que eso lo hizo una agencia literaria de primera línea, la de Andrew Wylie, pero esa agencia la eligió ella y confió en su criterio. Es su mérito”, reconoce Fagnani y observa que es “incomprensible” que Kodama no haya dejado un testamento. “Lo único que se me ocurre, si de verdad no hay un testamento, es que no haya dado con nadie que le brindara la suficiente confianza como para administrarla. Una persona tan abonada a los juicios seguro tiene dificultades para encontrar a alguien a quién confiarle el legado de una obra tan valiosa, que quizás fuera la razón de su vida”.

Que tu estornudo no suene a Borges

Kodama ha sido (y sigue siendo) polémica. “Su lugar nació de esa manera y ella hizo todo lo posible para que siguiera siendo así -evalúa Schavelzon-: casamiento en Paraguay con un señor bastante mayor, y poco antes de su muerte, defensa a ultranza de la obra de Borges con serias contradicciones”, repasa el agente literario y pondera que peleó por la difusión de la obra y lo hizo “bien”, “aún con golpes bajos a sus editores de toda la vida”, y que “contrató a un agente literario para que gestionara la obra que, aunque pueda ser mediáticamente polémico, nadie pone en duda su profesionalidad”. 

Entre los cuestionamientos advierte que autorizó la edición de obras que Borges había decidido quitar de circulación. “Kodama tuvo una larga etapa que yo llamaría de ‘confusión’, cuando comenzó a sentarse a la mesa en ferias del libro en todo el mundo para firmar ejemplares de la obra de Borges, como si en lugar de ser la viuda fuera la autora. O cuando llevó a juicio a escritores que hicieron con la obra de Borges lo mismo que Borges hizo con la de Dante y otros clásicos”, cuestiona el agente literario y admite que le cuesta creer que no haya dejado testamento. “En todo caso, si así fuera, habría que buscarle una interpretación literaria, borgiana, o psicoanalítica quizás. Y de irresponsabilidad de sus asesores legales, de los cuales vivió rodeada muchos años. Pero insisto, me cuesta creer que sea así. Yo todavía espero sorpresas”.

Martínez coincide: “Kodama no deja de sorprendernos”, destaca el albacea de Tomás Eloy Martínez y menciona entre las acciones judiciales de la viuda de Borges la que le inició al escritor Pablo Katchadjian por su libro El Aleph engordado, acusándolo de plagio y defraudación. “Como ya se sabe, Kodama perdió el juicio en primera y segunda instancia. Ese celo excesivo, esa apropiación por momentos incomprensible del nombre del autor de Ficciones evocaba en algunos círculos bromas tipo ‘Que tu estornudo no suene a Borges, porque Kodama te hace juicio’”. Hay una tensión implícita entre custodiar una obra y ponerla en circulación. “Quizás tomó decisiones cuestionables -objeta Martínez-. Pero un albacea siempre va a estar expuesto a las críticas, es parte de la subjetividad con que se toman esas decisiones. Kodama, por ejemplo, reeditó El tamaño de mi esperanza, un libro de 1926 del que Borges renegó en vida y que nunca quiso volver a publicar. Ella lo hizo una vez que Borges murió, como una curiosidad para lectores o estudiosos de su obra. Allí hay una decisión comercial: el libro pudo haber estado disponible en archivos académicos para sumarlo a tesis o ensayos, pero Kodama decidió sumarlo a los contratos con una editorial”.

Más allá de los vericuetos judiciales de la herencia de Kodama, habrá que ver cómo se sale del inesperado limbo en que quedó la obra de Borges.

La decisión de Tomás Eloy Martínez

Ezequiel Martínez dice que está cumpliendo con la idea que su padre, el escritor Tomás Eloy Martínez, tuvo al nombrarlo su albacea, que es sobre todo no publicar nada que no represente su legado como escritor. “En 2014, cuando hubiese cumplido 80 años, publicamos Tinieblas para mirar, un libro que reúne todos sus cuentos dispersos en diarios, revistas o antologías. Es algo en lo que lo estaba ayudando a trabajar durante los últimos meses de su vida, y me pareció que era un regalo también para sus lectores. Pero en el otro extremo, mi padre tiene una primera novela, Sagrado (1969), que nunca quiso reeditar porque reflejaba un momento de experimentación con el lenguaje dentro de sus primeros pasos como autor de ficción. No es un libro que represente al escritor que después se consagró con títulos como La novela de Perón, Santa Evita o Purgatorio. Yo respeto esa decisión”, subraya Martínez y aclara que tampoco autorizará la publicación de la novela póstuma, El Olimpo. “Si bien está terminada, quedó como un borrador sin pulir, sin su esencia. Sería como violentar su trabajo, y ojalá cuando yo no esté para cumplir con lo que él me pidió al delegarme esta responsabilidad, esa premisa se siga respetando”.

El caso de Abelardo Castillo

 

Sylvia Iparraguirre cuenta que tuvo muy claro lo que debía hacer. “La obra de Abelardo es muy vasta y mis libros son muchos, así que pensé: no es una herencia fácil, no es un mueble o una casa: son libros y todo lo que eso implica para los herederos. Enseguida hablé con Nicole Witt, dueña de la Agencia MertinWitt, de Frankfurt, que lleva mis libros desde hace veinticuatro años para que se hiciera cargo de la obra de Abelardo como agente; tengo una completa y total confianza en Nicole”, reconoce la escritora. La heredera natural de Iparraguirre es su única hermana Elsa. “Está clarísimo entre nosotras que lo que constituya mi herencia pasará a sus hijos, mis cinco queridos sobrinos: Juan Pablo, Damián, José Luis, Hernán y Josefina Itoiz. Todos lo saben desde el primer momento”, subraya y dice que tiene la suerte de que tres son “muy buenos” abogados y uno es escribano, por lo que está “muy bien asesorada”. Además son grandes lectores y admiradores de la obra de Abelardo. Antes de la pandemia, cuando Nicole Witt estuvo en Buenos Aires, organizó una reunión en su casa con Damián, Josefina y Mariana, esposa de Damián y también abogada, para charlar de estos temas. “No me provoca ningún malestar, incluso me lo tomo con humor. Te puedo asegurar que muchas veces nos reímos con Josefina porque mis ‘disposiciones’ suelen ser bastante detallistas, por no decir extravagantes, y a veces varían, e incluyen que, si me muero, no vayan a separar a mis gatos Vicente y Theo. No sé cómo se las van arreglar con eso, pero ya es asunto de mis herederos. Y confío en ellos”, concluye Iparraguirre.