Apenas unas horas separaron el asesinato del colectivero Daniel Barrientos de la larguísima entrevista donde Alberto Fernández defendió con uñas y dientes a Alberto Fernández. De alguna curiosa manera, los dos hechos, tomados en conjunto, prefiguran el difícil camino que le espera al Frente de Todos hacia las elecciones de octubre.
Un cúmulo de extraños elementos confluyeron en la tragedia de La Matanza: despliegue inusual para un robo de poca monta, elección irracional del colectivo asaltado y un desenlace que los relatos de los testigos no terminan de clarificar. Solo una profunda y rápida investigación podría responder a los interrogantes surgidos, pero si hay algo difícil de encontrar en Argentina es justamente una intervención judicial/policial que no deje dudas.
La agresión a Berni sirvió de amplificador del tema y le asegura una larga temporada en el debate público, porque la reacción opositora lo metió de lleno en la campaña. Eso explica el renovado uso político de la muerte ajena, ya naturalizado por Patricia Bullrich, cuyos partidarios se apresuraron a seguir su ejemplo multiplicando el odio y la violencia.
Esta parte del drama también reclama una urgente investigación pero, como siempre, se encamina hacia un pantano. Por un lado, quedó en manos de la justicia porteña, en este caso coaligada con la policía de la Ciudad, y por el otro en las de la jueza María Eugenia Capuchetti, que dejó claro su concepto de la imparcialidad judicial con su manejo de la causa por el atentado contra Cristina Kirchner.
La ofensiva contra Kicillof
Todo esto conforma el escenario ideal para que el aparato mediático del macrismo mantenga su ofensiva contra el gobernador Axel Kicillof, el dique más firme que puede mostrar el Frente de Todos para frenar el aluvión que el poder económico espera en las próximas elecciones. A los ataques por la estatización de YPF y la batalla contra los fondos buitre se suma ahora el tema de campaña preferido por los conservadores: la inseguridad.
De poco servirán las estadísticas criminales a la baja, con una tendencia similar en CABA, el Conurbano y todo el país, cuando el objetivo es remarcar lo espantoso que es vivir en Argentina. Pero igual conviene saber que el último dato conocido de la tasa de homicidios cada cien mil habitantes (la única cifra confiable para comparar “inseguridades”) es de 4,6, que palidece frente a los 22 cada cien mil exhibidos por Brasil, los 24 de Colombia o los 28 de México. Es la más baja de la región junto a la de Chile y también se compara favorablemente con los 7 que muestra Estados Unidos.
Presidentes con viento en contra
La apuesta electoral del Frente de Todos no es sencilla. Desde que se conocieron las primeras noticias de la pandemia, todas las elecciones presidenciales del continente, una decena, fueron perdidas por los oficialismos y ganadas casi siempre por fuerzas muy alejadas del statu quo. El caso más llamativo, pero menos conocido, es el de Costa Rica, donde el Partido Acción Ciudadana, que acumulaba dos periodos consecutivos, ni siquiera llegó al 1% de los votos y se quedó sin representantes en el parlamento.
Donald Trump o Jair Bolsonaro, que creían segura la reelección antes de la pandemia, quedaron relegados a pesar de que repartieron inmensas cantidades de recursos oficiales para evitarlo.
Hubo una única excepción: La reelección de Daniel Ortega en Nicaragua. Pero hay que decir que seguramente lo ayudó un poco la detención de la mayoría de los candidatos opositores.
Alberto Fernández lo hizo
Como lo demostraron las dos horas de la entrevista con Tomás Rebord difundida el pasado domingo, Alberto Fernández se encargó de transformar en casi imposible lo que ya era un objetivo muy difícil después de las elecciones de 2021, cuando se hizo evidente que también en la Argentina la mayoría de la población responsabilizó al Gobierno por los efectos económicos de la pandemia.
A lo largo de la entrevista, el Presidente dejó claro que nunca terminó de entender su lugar en la coalición oficialista. Aunque siempre repite que su papel es mantenerla unida, a lo largo de los años dejó crecer la tensión con Cristina Kirchner hasta que terminó empantanada toda la gestión. Un resultado letal más allá de quién tuviera la razón en cada una de las polémicas.
Cuando contaba con salidas más o menos elegantes, como dejar ir a Martín Guzmán tras el acuerdo con el FMI y poner en su lugar a un reemplazo consensuado (cualquiera hubiera resultado mejor para la economía nacional que el conflicto que se desató), lo obligó a mantenerse en su puesto hasta que no aguantó más y se fue de la peor manera posible.
La maldición de las PASO
Más adelante, repitió el método abrazándose a las Primarias Abiertas cuando todo el peronismo prefería dejarlas piadosamente en el olvido. Como cualquier sistema electoral, las PASO no son neutrales. Néstor Kirchner las imaginó con un objetivo específico, contener la irrupción de Francisco De Narváez. Aspiraba a obligarlo a competir dentro del Peronismo, donde estaba seguro de vencerlo, para después presentar un frente unido en la general.
El experimento nunca sirvió a esos fines, De Narváez se desinfló a poco de andar y los dos años de boom económico que siguieron al conflicto con los grandes empresarios agrarios le aseguraron a Cristina Kirchner en 2011 un triunfo amplísimo sobre una oposición atomizada.
De ahí en más, las PASO tampoco cumplieron con su supuesto propósito original de “democratizar” la elección de los candidatos y se transformaron en una primera vuelta de hecho que garantizaba la polarización contra el peronismo cuando llegaba la primera vuelta de derecho. Así tuvieron un rol fundamental en la elección de María Eugenia Vidal como gobernadora en 2015, que se convirtió en la llave maestra para que Mauricio Macri llegara a la presidencia.
Con el módico objetivo de mantener su poder de negociación interno hasta último momento, Alberto se aferró a su supuesta candidatura a la reelección, escondida tras la defensa de las PASO. Al final parece haber logrado imponerlas, pero será al costo de complicar la reelección de Axel Kicillof en Buenos Aires.
Así como el crimen de La Matanza corporizó tempranamente el clima violento en que se desenvolverá la campaña, la resiliencia a cualquier cambio en su rol por parte de Alberto Fernández anticipa las turbulencias que todavía le esperan al Frente de Todos.
La inseguridad más insegura
Convencidos de la ineluctabilidad del triunfo opositor, todos los candidatos de Juntos por el Cambio y el emergente Javier Milei, hacen campaña fogoneando el tema de la inseguridad. Los más audaces propagandizan los “beneficios” de la libre portación de armas. También destacan las bondades del “emprendedurismo” y prometen desflecar el alcance de los planes sociales hasta su completa eliminación.
La conmoción provocada por la muerte del colectivero Barrientos debería encender en la oposición una señal de alarma. A pesar de los habituales incendios mediáticos, la inseguridad todavía no escaló en los homicidios. Se concentra fundamentalmente en robos menores que exasperan a la mayoría de la población que, en medio de una caída en sus ingresos, ve desaparecer bienes apreciados, empezando por los celulares.
¿Cuál sería el panorama si se eliminan o aflojan las redes de contención que permitieron cruzar la pandemia sin convulsiones sociales? El Gobierno no consiguió mejorar los paupérrimos ingresos populares que dejó la gestión macrista, 20 puntos por debajo de los que recibió de CFK, pero la oposición promete una fuerte devaluación con el correspondiente salto inflacionario y su devastador impacto sobre los salarios y jubilaciones. A ello sumaría un ajuste abrupto sobre los llamados gastos en contención social. ¿Alguien puede creer que en ese contexto los colectiveros se sentirán más seguros?