El mar profundo es uno de los espacios más desconocidos para los humanos en el planeta Tierra, y el menos explorado. Empieza en los que pueden parecen “tan solo” 200 metros de profundidad pero sigue, cada vez más hondo, un continente de frío, oscuridad y alta presión. Los organismos que viven ahí tienen que adaptarse de muchas maneras: no es posible la fotosíntesis y la presión es extrema. En la zona abisal y en la zona hadal, que queda entre los seis mil y once mil metros, las criaturas son transparentes, gelatinosas, apenas tienen esqueletos y músculos. Viven de detritos, y por supuesto no se dan festines. Es una vida misteriosa y no la conocemos, o apenas. El prejuicio dice que muchos de estos animales son monstruosos pero en realidad la mayoría son auténticas maravillas: el pez linterna, por ejemplo, tiene órganos luminiscentes bajos los ojos. Estos órganos de luz contienen bacterias y pueden cerrarlos tanto con sus párpados como con una bolsa de piel. Sirven para comunicarse y evadir predadores.
En 1960, Jacques Piccard y Donald Walsh descendieron en Trieste al punto conocido más profundo de la Tierra: el Challenger Deep en la fosa de las Marianas, con la sumersión más importante en la historia, 10,915 metros. Constantemente hay exploraciones, pero la de Piccard y Walsh es mítica.
A este hito vuelve Leah una y otra vez en Nuestras esposas bajo el mar, la primera novela de la joven escritora británica Julia Armfield (nacida en 1990). Leah es bióloga marina y se embarca en una expedición que no es de rutina, pero si esperable dada su experiencia y su personalidad, siempre calma ante el riesgo. Durante tres semanas debe descender a las profundidades en un submarino: pero algo pasa y queda meses sumergida junto con sus compañeros, Matteo y Jelka, la primera en perder la razón. O en entender lo que de verdad sucede.
Cuando vuelve a su casa y a su joven esposa, Miri, ya no es la misma. No se trata solo del trauma y de los efectos de la presión, que le hacen sangrar las encías y la nariz. Hay otras cosas que poco tienen que ver con el impacto inédito que sufrió su cuerpo. Apenas come: eso podría estar entre lo normal. Pero además quiere pasar mucho tiempo en el agua y desea sal con voracidad. La come primero. Luego se la pone en el agua de la bañera. Luego no sale del baño y apenas habla. Miri no sabe qué hacer y cuando intenta comunicarse con la organización que envió a su esposa a esta misión, de la que nada sabe (y de la que Leah es incapaz de decirle algo) se encuentra con contestadores telefónicos interminables y finalmente con el silencio.
Nuestras esposas bajo el mar es una novela intencionalmente misteriosa acerca de lo que ocurrió en el abismo y qué significa la transformación de Leah. Eso no significa que no sea una novela explícita. El cuerpo tiene una presencia abrumadora. No tanto en la sexualidad de la pareja, que se ha desvanecido. Sí en síntomas y signos de mutación. “La mayoría de las noches sueño que escupo muelas sobre las sábanas y pongo las manos bajo el mentón para atrapar los dientes que caen como agua de grifo”, cuenta Miri (y ella no es la que tuvo su cuerpo sometido a condiciones impensables). Miri hace mucho que está sola y pasa las noches chateando con gente que perdió a parejas (ella no sabe si Leah está viva o muerta durante mucho tiempo), con grupos de mujeres que se inventan esposos astronautas perdidos en el universo, y también consume televisión, películas, foros, lo habitual. Por supuesto, se fascina con las curiosidades. “Leo un artículo en el diario sobre una mujer coreana que comió mariscos mal preparados y después fue al doctor quejándose de que le había crecido algo del lado de adentro de la mejilla. El doctor, suponiendo un quiste o un tumor fibroso, pidió una biopsia, pero al abrirla no encontraron nada que indicara cáncer. En cambio, incrustados dentro de la mucosa, encontraron los cuerpos de doce organismos diminutos, retorcidos y con ventosas… La mujer se había convertido en la anfitriona involuntaria de una docena de paralarvas de calamar”.
En su primera novela, Julia Armfield fusiona la novela romántica con la de terror, el weird de aventura científica con la descripción del cotidiano. Nuestras esposas bajo el mar tiene momentos de gran belleza (es muy buena la traducción de Virginia Higa) y también cierto desbalance promediando el texto: la pareja de las chicas, en su convivencia deliciosa, siempre es evocada, siempre está en el pasado, y Armfield las recuerda cada vez del mismo modo: enumerando momentos de intimidad y complicidad, o con alguna anécdota que resume su conexión. Todo este puente hacia el gran final no es largo en páginas pero si en clima: resulta monótono y estirado. No ayuda que a Miri le falte reacción, tanto ante los cambios de su esposa, que acepta con demasiada calma, como ante la desaparición de la organización que la mandó a lo profundo: ni la hermana de la difunta Jelka, con información, la despierta del estupor. Quizá esta parálisis es buscada, pero puede resultar demasiado desconcertante para el lector. Y lo que pasa en el mar es muy atractivo de modo que el contraste de tensiones se pierde hasta el final, que sí es fabuloso, un cuento de hadas gótico y una historia de amor que, más allá de la trama, parece decir que frente a ciertas diferencias la ternura no es suficiente, que los cambios de profundidad alejan aunque el amor se mantenga como un recuerdo que llega en sordina por el agua que nos presiona los oídos. O quizá se trate de una novela lovecraftiana que presenta la disolución de una pareja: alguna vez fueron pura luz y ahora se hunden en la salada oscuridad.
Armfield había publicado en 2019 su libro de cuentos Salt Slow (editado en Argentina como El gran despertar, en traducción de Marcelo Cohen) y aunque los personajes son adolescentes, la preocupación por lo monstruoso y la piel, algunas de las obsesiones de Nuestras esposas bajo el mar, estaban bien presentes. Y también el germen de la novela en, justamente, el relato “Salt Slow o “Lenta Sal”. Es sobre una pareja en un inundado al estilo de El mundo sumergido de J.G. Ballard. Ella, en el bote recuerda los primeros meses del amor, un aborto, la ciudad. “Yo extraño el chocolate. Yo extraño mi secador de pelo. El pollo asado. Los diarios. El dinero en billetes… Verte como solías ser”.
En ese “verte como solías ser” está el corazón de Nuestras esposas bajo el mar, que también es una novela sobre lo monstruoso. Armfield es doctora en arte y literatura victorianos e hizo su tesis sobre “Dientes, pelo y uñas en la imaginación victoriana”. No escribe horror, dice, aunque este libro tiene mucho body horror. Y ella lo sabe. “Mi mayor preocupación es el cuerpo”, le dijo a The Guardian. “Y las maneras en que nos contiene y nos traiciona”.