Es diciembre del año del señor de 1828 y todo augura malos presagios alrededor de esa mesita redonda sobre la que hay dos copas pequeñas, una botella de cristal tallado, con caña con ruda, y una palmatoria con una vela.
En la lóbrega sala hay además, dos sillones, uno a cada lado de la mesa y una alfombra circular, que más adelante el director Santiago Doria contará algo que se ve claramente: allí habrá una riña de gallos, con varios rounds. Será una pelea elegante, y claro que alguien pierde siempre que hay una pelea.
Pero hasta ese momento, allí está el gobernador de Buenos Aires, Manuel Dorrego, haciéndole el quite a las propuestas de Lord Ponsomby, quien finalmente decidió la muerte de Dorrego, orden que será ejecutada por Lavalle tras recibir la carta de Salvador María del Carril, urdida por Lord Ponsomby: “Hemos estado de acuerdo con la fusilación de Dorrego antes de ahora. Ha llegado el momento de ejecutarla”. Así que lo primero es hablar con el embajador inglés.
Ponsomby llega. Con un movimiento natural tira para atrás las colas de su levita y se sienta. Despliega una sonrisa estudiada, de catálogo británico, pero atrás de la mueca se ve el rictus de la desconfianza.
-Ponsomby, tengo una primera cuestión.
-Lord Ponsomby, gracias.
-Lord Ponsomby, usted podría haber evitado el fusilamiento de Dorrego.
-Si, pero dentro de las reglas de juego que se plantearon, Dorego era un peligro vivo que…
-Dorrego, con erre.
-Disculpará usted, (y su gesto casi infantil no podía ser más diplomático) hago lo que puedo. Decía…sabíamos los antecedentes morales, políticos y militares de Dorego y sabemos que se hubiera reorganizado. De todas maneras, el saldo final fue mas negativo que positivo. Lo convertimos en héroe, cosa que no queríamos de ninguna manera, porque en los pueblos, los héroes surgidos de estos comportamientos populistas, se tornan inmanejables.
-Lo siento frustrado ahora, pero yo lo vi siendo muy amable cuando pretendía comprar a Dorrego y siendo cruel y despreciable cuando este no se vendió.
-Yo soy un hombre identificado con los intereses de mi corona, pero usted está equivocado, porque aunque yo estaba enojado, jamás fui despreciativo con él. Yo respetaba a Dorego, un hombre fiel a sus convicciones. Pero es como admirar una novela, uno no se involucra con el autor, solo admira los valores del personaje. Luego uno sigue con su vida.
Su tono de voz, sus inflexiones y sus gestos son ampulosos hasta la afectación.
-A luces vista usted mandó a matar a un hombre digno.
-¡Pero hombre! ¡Claro que Dorego fue un hombre digno!¡ Un adversario digno! Eso no está en discusión. Es más, fue mucho más digno que varios de nuestros aliados, entre los que había varios seres despreciables. Pero bueno, para nosotros eso no pasa de ser un adjetivo. En la medida que sean capitalizables, eso finalmente no nos importa… solo estamos atentos a sus debilidades e intereses y si esto sirve a mi corona, están de nuestro lado. Y bueno, Dorego no lo estaba, así como no lo estaban Bolívar, ni Belgrano ni San Martín ni Artigas, a quien, dicho sea de paso, me hubiera encantado conocer y tomar un vino con él.
-¿Me engaño o usted admira a Dorrego?
-¡Hombre! ¡Claro que admiro a Dorego! Puedo admirarlo, mi corona me deja, me permite admirarlo, pero la tarea es ejecutar la grandeza de la Gran Bretaña, mi reino. Son dos cosas distintas. Uno hace lo que tiene que hacer. Es como un juego donde están permitidas ciertas artimañas para ganar la gloria y la cuestión sentimental es una utopía que no entra en este juego. Conquistar para civilizar y comerciar libremente, es la idea, y ahí solo entran sueños ejecutables. El romanticismo vendrá después, algún día, quizá. En fin, le agradezco mucho su tiempo.
Lord Ponsomby da por terminada la charla. Saluda con gran parsimonia y se va sin haber arrugado las colas de su levita.
Un rato después aparece Raúl Rizzo con toda la sonrisa franca disponible, como siempre.
El bar del teatro Border es buen lugar para charlar café de por medio.
-Todo el mundo sabe de tu posición política y de tu firmeza contra la cuestión imperialista. ¿Qué se siente ser el enemigo? ¿Como vivís el personaje?
-Es un desafío porque hay dos hechos. Uno es mi valoración moral e histórica de este tipo, que condeno desde siempre, y el otro es, como actor, asumir el personaje. Cuando piso el escenario soy Lord Ponsomby. Raúl Serrano que fue mi maestro, decía que el actor debía defender su personaje y además lo vi en una película que fue una bisagra en mi carrera: vi a Bruno Ganz en la película La Caída, haciendo Hitler, es impresionante, ahí él es Hitler. Me preguntaba ¿que se habrá planteado? Defender al personaje, sin duda. Lo que decía Serrano. Como actor yo defiendo a mi personaje. Eso me pasa y eso hago: soy Lord Ponsomby. Así como Tato Pavlosky fue El Señor Galíndez de manera impecable.
Los estúpidos no entienden
Ante la pregunta de cómo está su vida, cuenta que bien y suelta la carcajada: “llevando tan a los tumbos los avatares y contradicciones de este país tan complicado que uno hasta está esperando que Massa sea presidente!” y la risa no lo deja seguir hablando a cuenta de su propia ocurrencia, pero cuando recupera el aire, la voz se le pone grave y razona que “el riesgo es que regrese esta gente siniestra. Este riesgo está. Pueden volver. Y esas cuestiones tiñen todo: la vida de la familia, la vida laboral, la vida de relaciones. A mi me pasa, por ahí otros creen que no les pasa. Como los que dicen que son apolíticos. Eso es una barbaridad de ignorantes. Cuando vos pones la SUBE, estás haciendo política. ¡Modificas la realidad, huevón! Una cosa es no pertenecer a un partido y otra es la política que hace a tu vida tanto como la filosofía, la física, el arte, pero los estúpidos no entienden”.
Raul Rizzo divide su tiempo entre el escenario con la obra “La Tentación” en el teatro Border (acompañado en escena por el actor Pablo Shinji) y las clases que da en el Polo Audiovisual de Merlo. Está en un momento en que le gusta mas el teatro que el cine o la televisión “porque está vivo. El teatro es un hecho que está vivo, pasa, está ahí, lo vibrás”. mientras disfruta de la docencia con alumnos que van desde los dieciocho años hacia adelante, lo que lo lleva a confrontar con las modernidades de época: “no me llevo bien con las modernidades. Ya la palabra “moderna” me parece de una frivolidad insoportable, de una cosa boluda. ¿Qué es eso? Me da la sensación de que te quieren instalar en un ahora permanente, que no hay pasado, que no venís de ningún lado. Que todo es el ahora. Y no. Todos venimos de una historia y eso no se puede borrar. Imagínate, los actores venimos de grandes figuras y maestros: Enrique Muiño, Alfredo Alcón, Tita Merello, y de actores de otros países. Ahora parece que no, pero sin pasado no podés saber a dónde vas. Esto que todo es ahora me resulta una locura”.
Raúl comienza a levantar presión, pero sonríe y para. Recuerda que casi se muere por COVID, transitándolo internado durante cuatro meses “solo gobernado con el subconsciente, poque me daban tanta falopa que no sabia ni como me llamaba.Y todo, cada día, era cada vez mas grave. Primero el resultado “positivo”, después me entubaron, después traqueotomía, alucinaciones por la medicación, porque todavía no se sabia mucho y era todo prueba y error, y cuando estaba ya casi terminado, una neumonía bilateral, y cuando estaba por terminar, una enfermedad intra hospitalaria, y cuando por fin ya parecía que estaba listo, dos meses de rehabilitación. Total: ¡cuatro meses! Tuve que recuperar hasta la forma de mastica. Un espanto. Me asusté cuando me vi al espejo” recuerda hoy, una vez recuperada su sonrisa contando las alucinaciones que sufrió y las cosas sin sentido que le decía a su mujer: “es una suerte porque me gusta mucho vivir, amar, hacer las cosas que amo, subir al escenario. Soy feliz en el escenario”.
-¿Qué tenés por delante?
-Mirá, yo aprendí que vos haces un plan y un solo episodio en el día te lo desbarata. La vida es desordenada, pero aun teniendo eso muy en cuenta, quiero hacer una nueva obra y estoy eligiendo material. Estoy viendo. Siempre me llegan, pero esta vez quiero elegirlo yo. Hasta puedo partir de un cuento y darle estructura dramática, convertirlo en un hecho teatral. Tengo oficio. No es que intente ser autor, que no lo soy, por lo que podría incluso pedir el auxilio de un autor, pero yo quiero elegir algo que me seduzca, algo potente. El teatro es un lenguaje hermoso pero está definido en términos de acción. Todo es acción, todo es ahora.
-Con todo llegaste a los setenta y cuatro años. ¿Como te da el balance?
-Yo me siento en paz, es el estado al que tenemos que aspirar, creo. Con errores, mis hijos me los recuerdan muchas veces. Ellos me marcan la cancha más que nadie.
Hay gente que aspira a ser feliz, y bueno, yo quiero vivir en paz, ¿sabes?
El barcito del Border se vació de gente y toca irse también. Pero él se quedó dando vueltas en un pensamiento y con su sonrisa de siempre, suelta: “mirá, ¡La felicidad es una pastilla de menta!”.