Kenosha es un pueblo olvidable en Wisconsin, en las grandes llanuras de Estados Unidos que te definen la palabra tundra en invierno. La Plata es una gran ciudad en la mayor provincia de Argentina, también con llanuras pero con un clima benigno.

No tienen nada que ver excepto por la presencia de un enfermito de derechas, Kyle Rittenhouse. En agosto de 2020, a los 17 años, Rittenhouse se colgó uno de esos fusiles semiautomáticos que se venden libremente en su país y se fue de vigilante a una marcha contra la violencia policial en Kenosha.

¿Para qué? Para cuidar la propiedad privada que iba a ser atacada por los Antifa, el cuco que Trump le regaló a los derechistas armados de su país.

Durante la marcha, Rittenhouse "se sintió amenazado" y abrió fuego a quemarropa con munición militar. Mató a dos y mandó a otro grave al hospital. Fue arrestado y zafó porque "el jurado de sus pares" le creyó que se sintió amenazado y se había defendido. No importó que los videos de seguridad mostraban que nadie le había tirado a él.

En 5 entre 64 u 65 de La Plata hay un garage con un cartel que dice Centro Cultural Kyle Rittenhouse. Adentro hay un poster de Bolsonaro, otro de Javier Milei, otro del Malevo Ferreyra, otro de Trump. El garage era la base de José Derman, en su momento procesado en la CABA por enviar fotos de sus partes y amenazas a mujeres que él percibía como militantes feministas. No fue preso porque lo declararon ininmputable por padecer un trastorno “delirante paranoide”, según el psiquiatra forense. La cárcel la conoció por festejar en las redes el atentado contra la vicepresidente y luego por aparecer al final del video de dos encapuchados que hacen que disparan por la ventana de un local platense del FIT, casi recomendando que le disparen al presidente.

Derman es por un lado la típica figura menor de la derecha fascistoide argentina. Podría haber militado en cualquiera de los grupos que en democracia extrañaban el conchabo con la dictadura o el paraguas de tener un Videla al frente. Podría haberse puesto un brazalete o borcegos, depende de su estilo, y atacar a alguna de sus víctimas favoritas, el que sea gay, el que parezca judío, el que sea morocho o viva como un punk.

Parece que Derman probó este estilo tradicional de militancia. Hasta lo vieron con un socio, sólo uno, gritando consignas por el barrio El Mondongo, hasta que se hincharon y lo rajaron. Y, después de todo, abrió su localcito afiliado a algo llamado Fuerza Unidaria Argentina, así escrito con una D.

Pero si alguien sabe de la existencia de este muchacho, de su local y de su fracaso de convencer a alguien en persona, es porque Derman es nativo digital. Y por eso el pibe de Kenosha, Wisconsin, es homenajeado en La Plata, provincia de Buenos Aires.

La derecha dura solía ser nacionalista y ni nadando en ginebra le hubiera puesto el nombre de un norteamericano a nada. Pero hoy hay yanquis apoyando a Putin, polacos sosteniendo a Modi contra los paquistaníes, filipinos hinchando por Bolsonaro, chilenos explicando al gobierno húngaro. De hecho, las derechas de Polonia, Hungría, Estados Unidos, Filipinas, India, Brasil y Estados Unidos son presentadas como modélicas para todos. Vox lo hace, y los neofascistas italianos, y lo que queda de las Centurias Negras rusas que no consiguió empleo estatal.

Es una derecha internacional, a veces multilingüe, con modelos propios, que consiguió el milagro de reciclar el neoliberalismo y presentarlo como el ideal libertario.

Un precursor de esto fue un argentino, Alejandro Biondini, que un buen día se encontró preso por mandar a pegar carteles con una svástica por Congreso. Es lo que hoy hace cualquiera en la web y con impunidad, pero la juez electoral María Servini de Cubría lo hizo arrestar y lo tuvo tres años detenido. En la cárcel, Biondini se encontró con la extensión universitaria que ofrecía estudiar Derecho y Computación. Como el reo ya era abogado, descubrió, ya maduro, el mundo de la computadora y esa maravilla del anonimato llamada internet.

Cuando salió, fundó un sitio llamado Ciudad Libertad de Opinión y terminó siendo webmaster de muchos grupos que tenían problemas legales en sus países. Alemanes, norteamericanos, españoles, sudamericanos de todo tipo, noruegos y vaya a saber qué otras nacionalidades vivían en el espacio digital argentino, que no está regulado. Era una convivencia rara, porque en persona los alemanes no estarían tan cómodos con colegas sudacas, sobre todo morenitos, pero el espacio digital no tiene caras.

Pero todos estos grupos eran nacionalistas feroces y fascistas tradicionales, de los svásticas, runas y camisas o aunque sea remeras negras. Y eran minorías ínfimas, fracasadas, en las vidas políticas de sus países.

Trump, Modi y Bolsonaro, por mencionar países grandes, mostraron un modelo autoritario exitoso, que llega al poder y lo ejerce. Mejor todavía, mostraron cómo se  puede llegar al poder sin uniformes, putsches o antiguallas trabajosas. Mejor insultar al oponente y levantar consignas como que el estado es el enemigo y que la portación de armas un derecho esencial para que todos podamos hacer de Rittenhouse.

El tema es aprovechar ese inventito digital, el algoritmo.

Como se sabe, la moderación no vende en internet. Hasta el medio más maduro termina pensando en clickbaits o tiene un escuadrón joven que le explica que lo que importa es la gente haciendo click en las notas. Fuera del medio, los buscadores y agregadores ponen arriba lo que genere más polémica. Entre más arbitrario y encendido el posteo, más polémica, más repudio, más apoyo, más clicks. Es simple y primitivo, una herramienta para que flote lo peor.

Esto explica la violencia del discurso de una Bullrich, un Espert o un Milei. A este libertario no le hace falta trabajar o tener la cultura de Boris Johnson, apenas imitarle el flequillo. Y tampoco le hace falta filtrar los contenidos de sus redes sociales, alguno que otro levantado de las acciones de Derman, como la pintada en su apoyo en el muy bonito centro cultural del FIT en la calle 4. ¿Qué decía la pintada? Nada más que MILEI en letras grandes. 

La militancia de un Derman se alimenta exclusivamente de videos subidos a internet. Sin las redes, nadie sabría siquiera de su existencia. Es posible que tampoco supiéramos de la de Milei. Ni que un grupo inorgánico, pegadito apenas con las redes, armara el ataque contra Cristina. Ni que la oposición parezca un griterío y que tantos que piensan bien se estén contagiando.

El algoritmo alimenta a la derecha, pone arriba el llamado a la violencia, refuerza el insulto extremo y el griterío. Y hace que la triste figura de Rittenhouse tengo un homenaje en La Plata.