Daniel Barrientos fue asesinado mientras trabajaba. Era un laburante, chofer de colectivos, estaba próximo a jubilarse. Ese es el único hecho irrevocable, atroz, de la agenda público-mediática semanal.
Las víctimas merecen respeto ciudadano, apoyo estatal cuando se puede. Especular a viva voz sobre el crimen, atribuirle móviles políticos antes de tener evidencias mortifica a familiares y amigos de Barrientos. Hay escalas de valores en la vida, entre ellas honrar a las víctimas y priorizar el buen trato.
Por razones evidentes, esta columna aborda otros aspectos de lo que llamamos realidad. Este inicio y el final aspiran a señalar prioridades, conceptuales y humanas.
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Claroscuros, dialécticas: El ministro de Seguridad bonaerense Sergio Berni ocupó a su manera el centro de la escena. Empecemos con los claroscuros o las precisiones. Las agresiones que recibió fueron ilegales, violentas, cometidas en patota. Cabe repudiarlas e iniciar acciones penales por delitos relativamente menores, incomparables con un homicidio calificado. Pero están mal y punto.
A Berni le falló el olfato y le sobró vanidad cuando fue, supuestamente, a reunirse con colectiveros. No midió la temperatura del momento, creyó demasiado en el (su) personaje. Motivó una escena que no supo resolver, más allá de las sucesivas versiones retocadas que desarrolló en maratón de entrevistas.
La ética de las convicciones de Berni es particular, onda “ley de la calle”. Discutible, muy… pero es su cuerpo el expuesto. La ética de las responsabilidades se mide por la eficacia. A los funcionarios se les exigen resultados; no apariencias ni discursos. La primera movida de Berni fue contraproducente, vana… por decir poco.
Cero novedades en los agresivos despliegues ordenados por fiscales y ejecutados por policías bravas para detener sospechosos de haber cometido agresiones. Delitos excarcelables. La prepotencia, mala praxis y moneda corriente.
La regla general es que ni las Fuerzas de Seguridad ni jueces ni fiscales develan la mayoría de los delitos comunes. El elevado porcentaje de fracasos se agrava cuando las pesquisas tienen repercusión masiva. La luz pública impide prepotear...
Luis Patti, represor y exintendente de Escobar, aleccionaba: para hacer un buen interrogatorio hay que patear un par de traseros. El hombre remplazaba a menudo el puntapié por el diestro manejo de la picana eléctrica.
Ojalá este crimen se inscriba entre las excepciones a la tendencia.
Las requisas autoritarias a pasajeros de bondi en día feriado, las clásicas polémicas intestinas del Frente de Todos (FdT) agravan el cuadro.
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Universos paralelos: En el agudo Panorama político de ayer, Ernesto Tiffenberg mentó los sucedidos bonaerenses y aludió también al reportaje al presidente Alberto Fernández en El Método Rebord. Se pueden encontrar puntos de contacto entre los dos acontecimientos. Transpiran desconexión respecto de las percepciones y sentimientos dominantes en la opinión pública. O “el humor de la gente”. O la bronca, apatía, desazón. O el modo en que se elija denominar a un fenómeno nacional y global.
El presidente y su entorno confían en mejorar o potenciar su imagen acudiendo a formatos novedosos, mostrándose amable, simpático, interpelando a auditorios juveniles o diversos. Las antenas no estarían funcionando: se le escapan manadas de tortugas. La reputación presidencial, ligada a la gestión, no se sana con esas curitas.
La obcecación por sostener la candidatura se constituye en casi el único factor de unidad real del resto del peronismo (su casi totalidad). En contra, desde ya.
La demora en ordenar la disputa interna acentúa la disparidad de chances con la derecha opositora. Responsabilidades compartidas entre oficialistas, cada quién evaluará en qué proporciones.
Los rivales internos de AF se organizan como opo-oficialistas, críticos a la gestión gubernamental en la mayor parte de sus facetas. Es un cuadrante extraño, inusual aunque tiene precedentes que se recordarán líneas abajo. De cualquier modo, queda pendiente saber si personas comunes, muy descreídas y preocupadas, están dispuestas a darle otra oportunidad al FdT en sus vertientes más críticas. Comprender su postura y además acompañarla.
Desde la recuperación democrática pueden evocarse dos momentos similares, saludando y reconociendo las diferencias. Una en el radicalismo, otra en el peronismo.
En 1989 el fallecido gobernador Eduardo Angeloz fue candidato a presidente por la Unión Cívica Radical (UCR) diferenciándose de Raúl Alfonsín. En campaña, forzó la renuncia de Juan Vital Sourrouille, el ministro de Economía predilecto del presidente Alfonsín. Debilitó a la herida gestión alfonsinista.
Eduardo Duhalde confrontó firme contra el compañero presidente Carlos Menem. Lo derrotó impidiendo su re-re elección. Llegó a ser, luego, candidato del Partido Justicialista (PJ) contra la Alianza.
Ambos challengers oficialistas cayeron abatidos en las elecciones generales por las respectivas oposiciones.
Un par de datos adicionales: Alfonsín y Menem eran los líderes de sus fuerzas, sitial que perdieron al dejar la Casa Rosada. Angeloz y Duhalde no los reemplazaron.
El sendero elegido por las vertientes críticas del peronismo tiene sus bemoles. En la cancha se verán los pingos si el FdT consigue organizarse.
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Enfrascados: Las internas del FdT se repiten con mínimas variaciones, una suerte de Día de la marmota retocado. La secuencia aburre hasta a los iniciados. El tono de las reyertas, la velocidad a la que escalan las descalificaciones, impresionan y deterioran al conjunto. En un porvenir, más bien inminente, es menester regular el cómo y el cuándo de las Primaria Abiertas, del consenso o de lo que se defina. Y los quiénes. En defensa propia, para poder competir.
Dirigentes y funcionarios enfrascados quedan fuera del radar de la gente común. Por ahí la irritan. El discurso auto centrado excluye, aísla. En el borde, enoja.
La proverbial templanza de los argentinos sostiene al sistema democrático. La ciudadanía se moviliza, ocupa el espacio público, es demandante y pacífica a la vez. Combinación criolla que no suele conseguirse en otras comarcas.
En años recientes, en sincronía con la aldea global, la violencia crece en la política o en sus arrabales. El atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner marcó una aceleración antes que una ruptura. A menos que usted crea que solo la atacó un par de loquitos sueltos a los que le falta algún jugador. Que habrían podido disparar contra una estrella de fútbol o del espectáculo o arrojar una bomba en un shopping. Se sabe que hubo más ingredientes políticos, organizativos, lazos con empresarios.
La violencia verbal, las agresiones en medios y redes, la supresión de lo que el comunicólogo Alfio Basile llamaba códigos… el ecosistema político rezuma brutalidad en el fondo, en las formas. El decibelímetro registra niveles récord. Cualquier recrudecimiento, por acción u omisión o error, lastima al sistema democrático.
El ruido y la virulencia no son neutrales. Favorecen a la derecha. Son su plafón y, ojo al piojo, parte central de su programa. La “justicia por mano propia”. El derecho de los ciudadanos a armarse. La supresión del Estado como único titular del uso de la violencia legítima. La apodada “mano dura”. La santificación de la “defensa propia” trasladada a justificante de linchamientos o agresiones al otro. Hoy a Berni quien, en una de esas, se la banca. Mañana a “planeros” cuyas movilizaciones enardecen a laburantes, taxistas, transeúntes de las ciudades.
La promesa de la derecha es agravar las penas, criminalizar la protesta social, construir cárceles. Nadie tendría que maravillarse, ya lo hicieron.
El activismo de Berni puede confundir a distraídos: periodistas y dirigentes cambiemitas lo acusan por garantista, zaffaronista. En fin. Sin embargo, la cartilla del ministro para el delito tiene puntos de contacto con las de la opo: disminuir la edad de imputabilidad, pontificar contra las “puertas giratorias”: Recaer en proclamas macartistas y xenófobas contra “los extranjeros que vienen a la Argentina a delinquir”. Las estadísticas criminales desmienten tales prejuicios o los minimizan. Las cárceles no están vacías sino abarrotadas. El odio al diferente, al de abajo, “garpa” políticamente en el Primer Mundo y en nuestras pampas. La declinación de las clases medias no deriva en solidaridad con el proletariado.
Las prospectivas de este cronista emparejan eventuales futuros gobiernos del diputado Javier Milei o de la exministra Patricia Bullrich. O del Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta, hasta que pruebe lo contrario… y mejor no correr el riesgo. Su modelo de sociedad, su cartilla de derechos, su ethos represivo se parecen demasiado.
El ruido y la furia de la semana, sobre todo los intercambios entre figuras del oficialismo, gravitan en el tablero. Para colmo de males o como su primer ingrediente el Gobierno no tiene nada bueno para mostrar como no sea el dólar soja, ajeno al “bolsillo de la gente”.
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Colectivos: Van primera y segunda acepción de “colectivo” según el diccionario de la Real Academia Española.
“1. adj. Perteneciente o relativo a una agrupación de individuos.
2. adj. Que tiene virtud de recoger o reunir”.
Va la cuarta: “sust. m. Arg., Bol., Ec., Par. y Perú. Autobús”.
Ya querría este cronista tener el genio y la pluma del añorado Horacio González para relacionar, historiar, desentrañar, enseñar.
A pulmón: el colectivo, el bondi es signo de identidad argentino. Invento nuestro se jactan algunos. Pocas convivencias transitorias más democráticas que un colectivo. Un mundo de veinte asientos, se titulaba una novela del tiempo de ñaupa, re-versión de "Rolando Rivas taxista" pero en colectivo. Un bondi semivacío en la madrugada del conurbano, aguafuerte de la vida cotidiana de la clase trabajadora en un contorno desigual, injusto. El conductor, uno entre varios, un arquetipo de las ciudades. La identificación con la víctima es evidente, lógica, deseable, solidaria.
Los ruidos “políticos” interfieren, no armonizan.
El desencuentro entre dirigentes populares y ciudadanos, de nuevo, es propósito y proyecto de la derecha. En una de esas para enfrentarla con posibilidades hace falta ser diferentes en objetivos, en instrumentos, en estilos. Con el desafío de iluminar un futuro mejor para trascender la oscuridad de la incertidumbre. Y dejar atrás la repetición del día de la marmota, ese presente continuo.