Uno de los misterios que encierra la investigación del atentado contra la AMIA es la existencia de un fallecido, León Gregorio Knorpel, cuyo cuerpo nunca apareció. El enigma se ha hecho ahora más grande porque por primera vez el nuevo equipo de fiscales hizo un relevamiento genético completo de todas las víctimas y de todos los restos humanos rescatados después del atentado. Con ese trabajo, que debió hacerse hace muchos años, se estableció la identidad de un cuerpo que figuraba como NN. Resultó ser Augusto Daniel Jesús, que estaba con su madre en la bolsa de trabajo que funcionaba en el edificio de la AMIA. Después de 23 años se pudo incorporar su nombre en el listado de víctimas durante los actos del reciente aniversario del ataque. Pero el estudio de los fiscales no pudo resolver otro misterio, la desaparición del cuerpo de Knorpel. El caso muestra nuevamente la increíble desidia con la que se manejó la investigación desde el primer día, bajo la instrucción del ex juez Juan José Galeano, y durante diez años cuando la conducción estuvo a cargo del fallecido fiscal Alberto Nisman.
El equipo de fiscales que designó la procuradora Alejandra Gils Carbó está integrado ahora por Roberto Salum, Leonardo Filippini y Santiago Eyherabide. Además hay un coordinador, Juan Murray. Ese equipo trabajó en establecer el ADN de todos los restos existentes, incluyendo los que estaban enterrados sin identificar en el cementerio de La Tablada. A cargo de los estudios estuvieron Daniel Corach, de la Facultad de Farmacia de la UBA, el mundialmente prestigioso Equipo Argentino de Antropología Forense, que coordina Luis Fondebrider y el Cuerpo Médico Forense, que depende de la Corte Suprema. Además se trabajó con un microscopio de barrido electrónico de la Gendarmería que identificó todas las esquirlas encontradas en los cuerpos y extraídas durante las autopsias.
Después de semejante relevamiento, una de las conclusiones fue que no hay restos de Knorpel por ningún lado. En paralelo, no existen dudas de que León fue ese día a la AMIA, estuvo en la bolsa de trabajo y, sobre todo, nunca más volvió a su hogar. Su familia –conocida dentro de la comunidad judía– lo buscó por cielo y tierra y finalmente se supuso que quedó entre los escombros. El nombre León Gregorio Knorpel se lee en el listado de las víctimas desde hace 23 años.
El nuevo equipo de fiscales menciona el caso en el informe de gestión que publicó el viernes pasado, como lo hace cada seis meses. Sólo se consigna que tras el relevamiento de los ADN en el que se confirma que el cuerpo no está y que se harán nuevos esfuerzos por saber qué pasó.
La principal hipótesis es que Knorpel podría haber sufrido un fuerte shock postraumático; caminó muchas cuadras, llegó herido a algún hospital y terminó muriendo como NN. Por esa razón, los fiscales van a empezar a trabajar en el análisis de los NN enterrados en aquellos días. Otra hipótesis más desmoralizante es que en la propia morgue hubiera existido algún tipo de confusión con otros fallecidos en las jornadas anteriores o posteriores al 18 de julio de 1994. Es decir, que hayan entregado el cuerpo de Knorpel a alguien que reclamaba otro cuerpo, ajeno al de las víctimas del atentado. Ninguna de estas tareas será sencilla. Es equivalente a buscar, con 23 años de atraso, un pequeño bote en un océano. Pero es parte del trabajo que la Unidad Fiscal AMIA tiene pendiente. En el próximo tiempo se hará una especie de reconstrucción del atentado, con ubicación de cada una de las víctimas; se está pidiendo profundizar en la desclasificación de archivos de la SIDE y también de la CIA que permitirían hurgar en lo que se estaba investigando secretamente. En noviembre se deberán renovar las alertas rojas de Interpol que rigen sobre la captura de cinco sospechosos iraníes, Ahmad Vahidi, Alí Fallajian, Mohsen Rabbani, Ahmad Razghari y Mohsen Rezai.
En cada nuevo paso que se dá en materia de genética, tecnología y desclasificación de archivos queda expuesto que la investigación tuvo bastante más de encubrimiento que de búsqueda de la verdad.