Las últimas páginas de las 524 de Soriano - Una historia (Sudamericana) son un derroche de nostalgia. Son aquellas en las que Angel Berlanga, el autor-biógrafo, cuenta los últimos tiempos del escritor. Va un ejemplo: “Sección 7E, tablón 19, sepultura 1. Algunos compañeros de escuela acompañaron a Manuel, que llevaba puesta una camiseta de San Lorenzo. 'Él eligió ponérsela, yo no le dije nada -recuerda Catherine-. Fue impresionante eso. Porque a él no le interesaba el fútbol: se la puso por su padre'. Manuel llevaba también una pala chiquita, de jardín, con la que echó la primera tierra”. Manuel es el pequeño hijo de Soriano, que en ese momento (Soriano murió el 29 de enero de 1997) -recuerda Berlanga- tenía 6 años. Catherine Brucher era su pareja y madre del pequeño, a quien Soriano conoció durante su exilio, en París.
Cuando llegamos a ese punto de la lectura ya sabemos todo sobre Osvaldo Soriano y hasta nos encariñamos con él. Sabemos de sus padres, de su infancia y adolescencia nómade en el interior por el trabajo de su padre, de su amor por el fútbol y en particular por San Lorenzo. De sus posturas sociales y políticas, de sus críticas a los gobiernos militares y de sus lamentos por la oportunidad que -piensa- perdió el país con Ricardo Alfonsín. Y del hundimiento que nos significó Menem. También sabemos de su amor por los gatos, de cómo llegó a sus primeros empleos de periodista desde Tandil y de sus textos hasta convertirse en uno de los más geniales escritores argentinos. Alguien que pintó varias décadas del país a través de sus personajes en cuentos, novelas y textos periodísticos. Tal es el logro de Berlanga: cuenta su vida en detalle. Un trabajo completo. Una clase de periodismo.
Berlanga pasó casi diez años trabajando en este libro. Incluso viajó a Francia para hablar con amigos y conocidos de Soriano. Consiguió cartas y otros textos personales. Caminó sus mismas calles. Con el tiempo compartirían profesión, aunque no llegarían a cruzarse físicamente en Página/12, donde Berlanga ingresaría un año después de la muerte de Soriano, uno de los fundadores de este diario.
Si este texto aparece entre los temas deportivos del matutino es porque Soriano siempre se aferró al deporte. Fue uno de los primeros escritores argentinos en tomar al fútbol como temática. Cuando lo hizo, eran muy pocos los que se le animaban. Atisbos de Julio Cortázar, algo de Roberto Arlt, Roberto Santoro. El mundo de la literatura solía minimizar al deporte; después minimizó a Soriano por ser best seller: no se le perdonó el éxito de ventas. Pero Soriano fue, por lejos, uno de los mejores contadores de historias de nuestra literatura. Además, integrante del olimpo de escritores futboleros argentinos junto a Roberto Fontanarrosa, Juan Sasturain y Ariel Scher.
La cultura popular siempre estuvo en la escritura de Soriano. Al fútbol le agregó otros temas. Cuestionó a Carlos Monzón cuando murió en un accidente de ruta al recordar que había matado a Alicia Muñiz. Contó la vida del Mono Gatica -aunque los especialistas en el boxeo le señalen algunos errores- como nadie. Su texto Un odio que conviene no olvidar pinta, a través de Gatica, al peronismo y al odio de las clases dominantes. Nos habló de Alberto Olmedo y de tantos otros referentes o ídolos sociales y hasta de hechos que conmovieron, como el caso Robledo Puch o el asesinato de Rucci. Contó también de su amor por Raymond Chandler y de las genialidades de George Simenon. Y hasta contó a la Argentina a través de Diego: “Maradona es el gran relato de este país. Un gran relato que todavía no terminó. Nosotros estamos viéndolo ahora en la inmediatez. Porque lo que le pasa al sujeto de nuestro amor no puede sernos ajeno. Por eso no cuenten conmigo para crucificar a Diego”.
La figura paterna es otro de los temas en la escritura de Soriano. Pocos pintaron a un padre como él. En cualquier libro, pero sobre todo en La hora sin sombra. Berlanga recuerda un texto en el que habla de fútbol y de lo inverso: ahora Soriano es el padre y lo ejemplifica con un artículo titulado El dilema de Manuel: “Mi hijo ya tiene dos años y medio y es hora de que se decida. A los tres yo ya me paseaba con un echarpe azulgrana y el escudo en forma de corazón. Mi padre era hincha de River pero sin exagerar y mi madre ni fu ni fa. Ahora bien: un hincha de San Lorenzo es tolerado en el barrio de La Boca si es escritor, pintor, músico o escultor. Nobleza obliga (...) Entre las primeras palabras de mi hijo figuran: mamá, papá, pis, caca, gato, barco, libro y San Lorenzo. Pronunciado ‘Banoenzo’. Pero, ¡horror!, el barrio pesa tanto como dice el tango y el otro día me tiró a boca de jarro un terrible ‘Papá… ¿Boca?’ Casi me da un infarto. Si San Lorenzo no gana hoy y Víctor Hugo no grita bien fuerte algún gol de Acosta, corro serio riesgo de que el chico se me aparezca un día en casa con un trapo azul y oro”.
El dramaturgo Roberto Tito Cossa, hoy de 88 años, define a su amigo en diálogo con Berlanga: “Tenía una mirada muy amplia, popular pero culta, y podía pasar de Borges a un jugador de San Lorenzo”. Berlanga recuerda una entrevista de 1983 en la que Soriano diría que le gustaba más el fútbol que la literatura. De otro reportaje, destaca una declaración de Soriano a punto de regresar al país tras el exilio por la dictadura militar: “Había maneras y maneras de estar en el país, además de estar preso; la dignidad de Roberto Cossa, de la gente que creó Teatro Abierto, de los muchachos que hacían de Goles la más honorable de las revistas que circulaban entonces”, en contraposición con El Gráfico, más vendedora pero editorialmente identificada con el gobierno militar (no así sus grandes periodistas).
Habrá más de San Lorenzo. La nostalgia de seguirlo desde Europa en su carrera por regresar a Primera tras el descenso del '81, y -más atrás- la pérdida del Viejo Gasómetro. Está la anécdota de la charla con José Sanfilippo, su ídolo, en la que le recrea algunos de sus goles entre las góndolas del Carrefour de Avenida La Plata. No falta la expectativa ante la inauguración de la cancha en el Bajo Flores y la crítica al presidente, Fernando Miele, que comparaba a San Lorenzo con el Real Madrid. Ahí es cuando vuelve a su hijo Manuel: “Todavía me falta contarle que no elige a un ganador, que ser de San Lorenzo es un interminable sobresalto; una carga que se arrastra en la vida con tanto desconcierto y orgullo como la de ser argentino”.