En el Pasaje Rivarola 147 (CABA) está escondido el Museo de la Mujer. A pesar de su pequeño espacio, alberga hoy una muestra más que grande en capas de sentido. Se trata de "Vestidos violentados", una instalación de objetos y esculturas textiles de la directora escénica, coreógrafa, docente y productora Andrea Castelli, que recibe a este medio en el mismo Museo repleto de sus obras. Una serie de maniquíes portan vestidos de mujer confeccionados a partir de los más extravagantes materiales: experimentos con textiles, tul, lana, yeso, resina, cristales y hasta insectos de goma que hablan en las obras en forma de roturas y retazos, que simbolizan un recorrido con diferentes tropos de la historia de las mujeres en Argentina.
"Platense de toda la vida", Andrea Castelli (55) cuenta con una larga carrera en la danza contemporánea, y este es su primer experimento como artista plástica. No es la primera vez que se lanza a lo nuevo. Como dice ella, "siempre hay un lugarcito para mi en lo raro". Por poner un ejemplo de su trayectoria, es una de las creadoras del proyecto Museos en Danza, que trabaja la danza en espacios no convencionales, edificios históricos, monumentos, museos. La pandemia la obligó a volver sobre las bases de la creación artística y a lanzarse hacia lo desconocido.
En conversación con Buenos Aires 12, Andrea (fresca y generosa) reflexiona sobre su camino artístico, la importancia de la culturalmente generosa ciudad de La Plata para su formación primaria y su interés cada vez más creciente por la interdisciplinariedad.
--Como primera pregunta, ¿cuáles fueron tus primeros encuentros con el arte y la danza?
--Empecé a estudiar danza clásica a los siete años en el Teatro Argentino de La Plata, obviamente, como todas las niñas platenses. La danza clásica no sé bien si me gustaba, lo que me gustaba era pensarme bailando. Y no era eso lo que sucedía en el argentino. Más bien, fue una especie de servicio militar. Fue en la época de la dictadura de La Plata, imaginate. Estudiando ahí prendieron fuego el teatro, se incendió. Fue difícil y la verdad que yo no me hallaba mucho. No veía en qué momento iba a suceder esto de "ser bailarina". Hasta que bueno, dejé, con mucha tristeza. A los 19 me enganché a estudiar tango, y empecé a interesarme un montón por el género. Me pareció que era una danza de absoluta libertad, no podía creer que la gente tomara vino y bailara, pensá que a mi me habían suspendido una vez cuando tenía nueve años por tomar agua en un ensayo en el Teatro Argentino. A mi me parecía la liberación total, bailar en parejas, la rotación de las caderas. Así que me metí a trabajar en baile, trabajé como bailarina muchos meses, hasta que me empezó a interesar mucho la dirección: estar fuera de la escena. Ahí empecé a estudiar dirección, puesta en escena, dramaturgia y a dirigir mis obras. Me fui especializando hasta lo que me interesa hoy en día: site-specific (in-situ), o danza in-situ. Danza a partir del espacio, a partir del diálogo con el espacio, corporalidades que entran a indagar, a interpelar el espacio. Creo que hubo algo del desalojo de la danza clásica y de las danzas más tradicionales, que dió lugar a que buscara otros alojamientos. Habitar de otras maneras el espacio, que me llevó a pensar la danza más allá del escenario, en espacios como cornisas, balcones, con agua en el museo Malvinas.
--¿Cuál fue el punto de inflexión que te hizo virar hacia lo plástico?
--El punto de no retorno fue la pandemia. Obviamente que a todos nos atravesó, qué te voy a decir, pero lo que puedo decir es que en lo personal me quedé sin cuerpo para trabajar, sin materia prima. Había empezado un taller de collage, porque me interesaba la técnica. Después empecé en un taller de textil contemporáneo, con todo lo que eso implicaba: virtualmente, sin poder tocar ni enseñar. Gracias a la virtualidad encontré este grupo de mujeres que bordaban, cosían, hacían collage textil. Yo no sé coser, tampoco sé bordar. Siempre me gustó el vestuario, la puesta, pero nunca la confección. Pero había algo del armado que me atraía mucho. Entonces me puse a hacer como objetos, vi que tenía en casa dos maniquíes chiquitos en casa tamaño muñeca, digamos, y me puse a intervenirlos con distintos materiales: telas, yeso, tules, plumas, flores secas, resina, insectos embalsamados. Le metía todo lo que encontraba en casa. No paraba. Me agarró como un éxtasis creativo, que lo único que quería era estar en un taller que me armé en mi casa y en el que pasaba horas y horas. De ese momento me acuerdo que le dije a una amiga creo que aprendí a meditar. Encontré una nueva manera de seguir haciendo lo que a mi me sostiene en la vida que es la liberación. Empezó como un goce. Y después miré a mi alrededor y tenía más de una docena de vestiditos hechos por mi. Y dije bueno, listo: expongo. Nunca fue con pretensión. Pero empecé a sacar el barroco que tengo adentro. En otra obra que hice, Barroco en Barracas, había trabajado con vestidos de novia antiguos. Pero recién con esto me puse a coserlos, agujerearnos, quemarlos, a vulnerar esa materialidad.
--¿Habías tenido ya experiencia con vestuario o textiles?
--Siempre el vestido me interesó, había armado los vestuarios de mis obras. Pero nunca me imaginaba en la situación de yo hacer, me da un poco de pudor todavía. Pero si no me atrevo, no sé. Es el desparpajo de la indisciplina. Aparte de que últimamente pienso en que estamos yendo cada vez más hacia un lugar de arte interdisciplinario.
--¿Cómo sería eso?
--Creo que el cruce interdisciplinario es lo que funciona ahora. Hay nuevos discursos, da lugar a otras instancias, en las que no hay que preocuparse tanto por qué es qué. Son estos tiempos postmodernos. ¿Qué es, es un chico, una chica? No sé. Hay otras preguntas para hacerse. Está buenísimo que nos hagamos también nuestras preguntas. El arte contemporáneo o la parte contemporánea del arte busca borrar los límites, desbordarse. Basta de por un lado está el teatro, por otro la danza, ya fue. Hay algo del lenguaje contemporáneo en el que lo que es fijo ya no sirve. El televisor ya no lo ve nadie, estamos con el celular y estamos un segundo con cada cosa. Estamos desbordadas, vivimos así. Y me parece que tiene que ver eso, que el arte no se puede quedar en una sola cosa en una sola, en un solo canal, en todo sentido. Creo que es algo del aire de la época. A veces me cuesta quedarme afuera de las cosas, pero no me quedo afuera de mi. Yo sé que si algo tengo que hacer es eso, no estar fuera de mi. Saltar de disciplinas, hasta en la pandemia, aun con la muerte alrededor, con el miedo a perder a las personas que queremos, al sufrimiento, a perderse a una misma, pude refugiarme. En el momento no te das cuenta, no nos dimos cuenta. Pero con el tiempo fui pensando que si no seguía con el proceso de creación, no me sostenía. Si había algo de lo que me podía agarrar, era eso. Cada uno tiene su sistema de supervivencia.
--La pandemia para mucha gente del teatro significó un tiempo de reflexión, como de duelo. Había mucha desesperanza de seguir funcionando como siempre. ¿Te pasó de sentir eso?
--Mirá, yo este año cumplo 27 años en docencia, y creo que el 2020 fue uno de los años más productivos de mi vida en ese ámbito. Las clases en la tecnicatura de tango duraban 3 horas, yo dije 40 minutos y nos vamos todos. Y seguíamos, y seguíamos. Investigábamos, veíamos cosas. Fue impresionante. Yo creo que ahí se juega la potencia del arte, de la creación. Si encontraste donde está tu fuego te quemas en eso, no hay mucha vuelta. Pero volviendo a tu pregunta, creo que las artes escénicas siempre están como en crisis. Primero porque siempre es lo primero que se recorta si el presupuesto no alcanza. Pero también pensaba en que el año 2001, cuando todos estábamos al borde del colapso, fue el año que más producciones teatrales hubo. Es lo mismo que en pandemia, donde las clases se hicieron más creativas. Si la humanidad está en crisis, las artes son el reflejo de eso, pero lo que nos queda es también la creatividad.
--Tu muestra actual vuelve constantemente a mujeres históricas de la Argentina y las violencias que sufrieron (Eva Perón, Felicitas Guerrero, Camila). ¿Cuando comenzaste a inclinarte por esa perspectiva?
--Hay una historia, que es la historia de las mujeres, que de alguna manera han sido vulneradas, violentadas, no todas por igual, por supuesto. A Camila la fusilaron, lo de Felicitas fue un femicidio, y Eva sufrió más violencia que nadie. De hecho ella me inspiró a todo esto. Hay un vestido que se llama "Mortaja", que es muy simple y está envuelto en gasa, no se ve prácticamente, se ve como la silueta. Y pensé mucho en Eva, cuando lo estaba haciendo, en el cadáver de Eva. Hay un texto sobre el que estoy empezando a trabajar, de un libro de una de las hermanas de Eva, no me acuerdo cuál de las dos es, que se llama Mi hermana Evita. Y cuenta el momento en el que están esperando que les devuelvan el cadáver después de 19 años en Puerta de Hierro, las hermanas y Perón. Ella escribe muy bien, es un libro muy tremendo, y mezcla entre el relato de situaciones de infancia con el momento presente, que es muy trágico. Y cuenta que le está haciendo un vestido para que la vista, cómo va a ser ese vestido, para ese cuerpo que fue ultrajado, maltratado. Hay que hostigar a un cadáver, por tantos años, cuanto odio. Y cuanto amor. Eso me marcó mucho. Yo pensé que todo este trabajo iba a ir para ese lado, que iba a ser todo Evita. Otra vez que Eva me atrapaba. Creo que voy a retomar en algún momento, porque siempre me interesa mucho la vida de Eva, pensar Eva.
--¿Siempre relacionaste eso con el género? ¿Qué rol cumple eso en tus obras artísticas?
--Yo creo que el feminismo me interesó desde los seis años. Claramente no como un movimiento, no de manera consciente. Pero siempre mis obras tuvieron perspectiva de género aunque no parezca o yo no lo piense. Pero bueno, me atraviesan las mujeres en todo sentido, por lo obvio. No me planteo "ahora voy a hacer una obra de género": no lo puedo evitar, aparece. Porque mi vida aparece, porque entiendo que el arte es político, que todo el arte es político. Por eso no entiendo a lo que piden sacar la política del arte, o que el arte tiene que estar alejado de la política. Con la danza pasa mucho. Y perdón, ¿hay algo más político que un cuerpo? No creo. Si el arte puede generar un discurso que ilumine y que haga pensar que otro mundo es posible, o que denuncie, aunque no sea la función del arte, el arte se vale por sí mismo. No tiene que dar un mensaje, no es el cartero, no es el mail.
--La disposición del espacio de la muestra es muy interesante. Viniendo de vos, no dudo que fue pensada en relación a eso.
--Si, totalmente. No puedo con mi espíritu escénico. Acá en la muestra organizamos constantemente actividades con charlas, con danza, performance. Ahora la semana que viene hay una charla con una antropóloga, Claudia Hernández, sobre Camila y Felicitas y la cuestión del honor. Me gusta que haga esas cosas, que no sea un museo intocable sino activo, vivo. Me parece que si no hay un diálogo vivo no resulta interesante a veces, ¿no? O sí, no sé. Ahora está todo el mundo loco con las muestras de Van Gogh, esas cosas que también suelen ser negocios. El arte "inmersivo". Bueno, esto también es inmersivo, te pongo abajo del tul y te sumergís, vas a ver qué inmersivo es. El arte no necesita de pantallas. Trato de evitar el tema de las pantallas acá, tiene que ver con otra percepción. La pantalla te aplana todo, no hay recovecos, agujeros. Me parece lo interesante de una instalación es poder recorrerla, entrar, meterte en la materialidad, entenderte con ese mundo de lo tangible, de lo sensible, de los objetos. Me parece que de las pantallas ya tuvimos bastante, obligadamente.
--Cuando termine la muestra, ¿pensas seguir dedicándote a las artes plásticas? ¿Tenés algo ya planeado?
--Me dan ganas de seguir usando las manos. Que usar las manos es usar todo el cuerpo, en realidad. Hay algo que me interesa mucho que es que mi trabajo dependa de mí nada más, y no de todo un grupo. Hay algo que me sucede de que puedo disponer del tiempo personal y propio. Esto es muy mi universo. Ya trabajé con elencos enormes, con el equipo técnico, el equipo artístico, bailarinas, bailarines, de todo. Yo creo que también es como un respiro para mí, me conecto con otra cosa, me conecto conmigo desde las texturas, los géneros, el género. Creo que no voy a largar tan fácilmente las telas.