Juan Carlos Lorenzo y Carlos Bianchi, los dos técnicos más ganadores de la historia de Boca, llegaron a ese lugar con el amplio aval que le concedían sus carreras exitosas. Lorenzo había logrado el bicampeonato de 1972 con San Lorenzo y con Atlético Madrid había llegado en 1974 a la final de la Copa de Campeones de Europa. Bianchi, a su vez, más allá de un mal paso por la Roma en la temporada 1996/97, en 1994 puso a Vélez en lo más alto del fútbol sudamericano y mundial al conquistar ese año la Copa Libertadores y la Intercontinental.
De Jorge Almirón, el nuevo técnico de Boca, no puede decirse lo mismo. Es cierto que en su primer paso por Lanús, ganó tres títulos en 2016 (el Torneo de Transición, la Copa Bicentenario y la Supercopa Argentina) y en 2017 llegó a la final de la Libertadores. Pero desde entonces sus resultados han caido en picada. Condujo a Nacional de Medellín, San Lorenzo, Al Shabab de Arabia Saudita, Lanús y al Elche en dos ocasiones y en ninguno de los casos pudo superar el 50 por ciento de eficacia. De los últimos treinta partidos que dirigió (Lanús y Elche), apenas pudo ganar cuatro.
Quienes lo conocen refieren a Almirón como un técnico dedicado, detallista y que sabe como llegarle a los jugadores. Pero esos malos resultados reducen su crédito inicial a la hora de hacerse cargo de ese hierro caliente que hoy es Boca. Tal vez a fuerza de trabajo y convicción pueda dar en la tecla y aportarle al equipo el volumen de juego, la firmeza defensiva, el funcionamiento colectivo y el espíritu ganador del que carece. Es perfectamente posible. Pero esa tarea resultaría más sencilla si Almirón hubiera llegado con la espalda más ancha que sólo otorgan los buenos resultados y las grandes campañas. Y el apoyo de una hinchada gigantesca que por ahora, lo mira de costado, con reserva y desconfianza.
Nada asegura nada en el fútbol. Ni siquiera el técnico más cotizado o renombrado. Pero por como se han dado las cosas, para este momento de Boca, Almirón representa un salto al vacío. Quizás pueda acomodar rapidamente algunas cosas y darle al equipo la consistencia que le viene faltando. Pero el contexto futbolístico y político es desfavorable. Mucho más desde que en la mañana del domingo, Mauricio Macri confirmó que participará, tal vez como vicepresidente, de la lista opositora que se presentará en las elecciones de fin de año para desbancar al binomio Ameal y Riquelme.
En medio de todo ese ruido inevitable, Almirón tratará de armar algo que se asemeje a un equipo. Y como todos los años, la Copa Libertadores será la medida de todas las cosas. Más que en el campeonato, en el que River en apenas diez fechas, le sacó diez puntos de ventaja a Boca, la suerte del nuevo entrenador se jugará en las canchas de Sudamerica. Boca quiere volver a ganar la Copa. Si se queda muy lejos, poco margen le quedará a Almirón para enderezar un ciclo que comienza rodeado de muchas dudas y muy escasas certezas.