Una noche vacía de los ´90 se hizo larga, y me quedé sin tren de vuelta en la estación Rubén Darío. Era una fría madrugada de esa época, mientras se llenaba de resaca punk una parada de taxi. Allí se escuchó la voz. Venía de una radio Spica, que tenía en el asiento del acompañante, el tipo de bigotes y calvicie de cajero bancario, parecido a Freddie Mercury.
Era la anunciación de un casamiento de la realeza española que iba a ser televisado.
Esa teatralidad improvisada me abrió la posibilidad de hacer una changa mientras la espera pintaba más lunga que el Dodge Polara.
Allí apareció un Stone de San Martín que imitaba a Jagger y bailaba en los parlantes, cantando “Isabel” de los Ratones.
Miró y corrió su flequillo recto, poniendo embrague a su boca mientras decía: ¿Te suena Isabel?, nadie respondió, pero el chofer gritó antes de arrancar: “Para poder gobernar no hay que prohibir nada”, “¡Déjenlo soñar!”
Si Isabel hubiera vivido en Hurlingam se habría tomado una ginebra con Luca Prodan, en la otra estación del tren San Martín. Pero la historia fue otra y es el lio que tuvo con su billetera, porque se la comieron.
Me vino a la memoria de pronto, el programa “Atrévase a soñar” de Berugo Carámbula en Canal 9. Todo parecía enredarse en el panal abandonado de una abeja reina y la copulación con un zángano del castillo de miel. Pero no todo se cuenta en los palacios tal cual, sino que sus deudas se esconden y se hace muy bien el trabajo de eliminar a sus deudores. Se dice que cuando la reina Isabel salió espantada del súper, por los precios que volaban por los aires, tomó la decisión de enfrentar una crisis de entusiasmo sin precedentes.
Había que encontrarle la vuelta para seguir creyendo en un futuro mejor y para ello, en su cajita de verdades, guardaba un secreto.
Sabía muy bien que sembrar belleza es el mejor combustible para ganarle a una guerra económica.
“No hay mejor opción que pagar las cuentas con una fantasía estética”, le dijo su manicura.
Después de hacerse el brushing, quedó mirándose al espejo como si fuera su única persona de confianza. Se tapó la boca con la palma entera y miró hacia abajo, como si estuviera jugando en un partido de futbol televisado, recordando la vergüenza ajena que le provoca observar lo fácil que es hablar para la gilada. En ese instante se dijo a si misma: “Tené cuidado con creértela. Puede ser que tengas razón, pero eso no significa que tengas la solución”.
En ese sillón de pana tomó el combustible para la visión divina y se encontró con su faceta metafísica para acompañarla en lo que pueda venir del más allá. Era la promulgada ley salvadora, porque la reina debía pasar de propietaria a inquilina. El renacimiento de una nueva era con color y globitos, para darle misticismo a un aire de su época que ya era muy oscura.
El odio a Platón por sembrar tanto amor de inteligencia artificial a sus vínculos, le rompió la capacidad de pensar en modo de conquista. Y así, actuar precipitadamente sin utilizar sus recursos estratégicos de reina. Porque se escucha atrás de sus espaldas : lo que seduce de ella, luego nos agota.
Ahí, más rápida que el 5G, convocó a los borrachines de sus alrededores para que empiecen a instalar el romanticismo de lo que sería un cambio ficticio y superficial.
La propuesta de un mayo francés no parece cautivar a las masas finas que la acompañan, y resuelve valorar una campaña con la harina integral que trajo cuando llenó el changuito.
Después, en la cena con la película armada, contrató a una diseñadora gráfica de confianza que era hacker de Caravaggio y mandó a prender las velas aromáticas que vendía su prima en reuniones de ollas.
Contó el electricista matriculado del palacio, cuando se iba en su siambretta, que respondió todos sus spam para demostrar una cercanía virtual con lo que odiaba.
Ya estaba todo encaminado para parecer lo que debía ser y los buscadores de internet aceptaron la propuesta del patrocinio.
“La idea es tapar las deudas de expensas de una reina”, dijeron los que estaban amasando el pan con semillas a puro gluten.
Faltaba solo una cosa que la desvelaba en las noches de ansiedad, y el colesterol le jugaba una traición en sus nervios.
Los vestidos colgados como medias reses, en el frigorífico de Ranelagh, no soportaban mas tanto brillo y mentira.
Esa dicotomía era un motor para el renacimiento que venía cargado de monumentalidad.
Alguien confesó que la nueva reglamentación para defensa de inquilinos podría ser la gran solución.
Se filtró, en una charla de brokers que una inmobiliaria se adjudica haberle hecho un contrato de alquiler a la reina Isabel en la casa de Luca, en el barrio de San Telmo.
Si bien a Isabel le da pudor reconocerlo, es la única manera para mantener su calidad de vida intacta. Evidentemente, en los sectores que nunca tuvieron necesidades, el proceso de alquilar es tomar esa dimensión real que nada tiene de realeza.
Por ello Isabel entendió que la ley de alquileres es un tema de necesidad y agenda real.
Mientras la reina Isabel se subía al tren para la nueva vida, con los walkman puestos, sonaba a todo volumen en sus oídos, el tema “Estallando desde el océano” de Sumo, la banda que sembró otra verdad, así como el absurdo en ella y en los ´80 del reviente.
En el boleto de ida todos sus nervios se calmaron cuando el canto de un grillo se metió por la ventana y dijo: “los panales abandonados de hoy, que dejó la reina, serán los monoblock del mañana”