Es una de las diez casas modernistas más famosas del mundo, ahí en un catálogo más vale corto de cosas que salieron realmente bien.Pasó medio siglo tirada a los perros, vandalizada, robada, con los hierros que le florecían del hormigón y la lluvia entrándole. Cada tanto la visitaban peregrinos, gente que adivinaba su pureza bajo la mugre y subía fotos tristes a las redes. Una de las penas de los argentinos es su patrimonio, demolido, abandonado.

Es la Casa del Puente, la Casa sobre el Arroyo, la obra simbólica que el elegante Amancio Williams le diseñó a su padre, el músico Alberto, al que pocos conocen y todos escuchamos en el arreglo orquestal de nuestro himno. Está en Mar del Plata, en dos hectáreas de un bosque creado en 1915 y loteado en 1942, cuando lo alcanzó la ciudad. Los Williams compraron primero una y después otra, hicieron una casa y después otra entre 1943 y 1945. La que Amancio y su mujer Delfina Gálvez Bunge diseñaron cruzando la barranquita del arroyo Las Chacras resultó una obra maestra.

Dejar el hormigón a la vista era, en esos tiempos tan civiles, algo de bunkers en las playas de Normandía, puentes sin fantasía o silos sin estética. Amancio y Delfina mostraron que podía ser grácil y simple, creando un arco achatado con un volumen rotundo y simple por encima, dándole un tratamiento rusticado. Cada fachada tiene un ventanal continuo justo a la altura de los árboles, con lo que la luz en el espacio interno llega filtrada, amable.

La misma entrada a la casa es un evento, por las escaleras en cada extremo forman parte de los arcos, con escalones que van disminuyendo en su alzada a medida que se sube y recorre la curva. En el interior continúa el trabajo de textura con un pavimento continuo de tacos de madera de algarrobo, como un adoquinado de madera de los que se podían ver en nuestras ciudades en tiempos mejores.  Las divisiones internas contradicen creativamente la estructura, siendo livianas, de madera cortada a medida y montada en la obra. amancio disñó las lámparas en cobre y opalina. 

Entre las relativamente pocas cosas llevadas a la casa y no diseñadas como parte integrante de la casa había un piano de cuarto de cola, el instrumento de trabajo de Alberto. El ambiente central de la casa era el estudio y a la vez el comedor, divisible por una pantalla corrediza revestida en cuero, un excelente aislante acústico. Hay que imaginarse al maestro, rodeado del verde de las ventanas y la luz filtrada por las copas y por los toldos accionados con mecanismos de rulemanes. Amancio, antes de recibirse de arquitecto, había trabajado con aviones y algo sabía de mecánica.

Había más muebles, como un BKF, una versión del Zafari del mismo Amancio y un Petit Modele de Le Corbusier. Estaban distribuidos en el estar de la casa, hacia el este, como si fuera una galería de una casa de campo.

La casa siguió en la familia hasta 1968 y en 1970 se transforma en LU9, clausurada en 1977 por falta de entusiasmo con la dictadura. El dueño mantiene la casa en buen estado hasta que muere en 1991, cuando empiezan los problemas. La casa es un juguete de vándalos y sufre dos incendios mayúsculos, hasta que en 2005 el administrador de la herencia acepta un convenio con la municipalidad, que alambra el lugar y refuerza el perímetro. Siete años después, montañas de papeles y negociaciones complicadas, el sesenta por ciento del terreno, la Casa y su edificio de servicios, pasan a ser propiedad de Mar del Plata.

Y ahi empezó la aventura de ponerse al hombro el rescate. La Municipalidad limpió el terreno y el arroyo que cruza el lugar. Los chicos empezaron a ir de excursión a ver la ruina. Y ahi paró todo por años, hasta que el mismo presidente Alberto Fernández tomó el tema. Su ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, puso en marcha las obras a fines de 2021 con un presupuesto total de más de cien millones de pesos. El ministerio, de hecho, tiene un presupuesto plurianual de más de 17.000 millones para atender edificios patrimoniales. La Comisón Nacional de Monumentos del ministerio de Cultura a cargo de Tristán Bauer, entonces bajo la presidencia de Teresa de Anchorena, aportó conocimiento y técnicas y el monumento histórico nacional fue renaciendo. El 20 de abril se inaugura al público.

Ahora será el Museo de Sitio, lo que es otra manera de enfocar sobre la Casa: el museo no es sobre algún tema y queda en la casa de los Williams, el museo es la Casa y sobre ella. Esto es espléndido y raro entre nosotros, que si restauramos algo enseguida lo llenamos de otra cosa para que sea un museo de algún tema. Parece que conceptualmente sólo podemos dejar en paz a las iglesias.

Este es uno de los raros poderes de la Casa del Puente, la de lograr que los visitantes vayan a verla a ella. La Casa es específica del sitio, pensada y diseñada para cruzar ese arroyo, en ese bosque que mezcla robles y árboles criollos. El edificio no se parece a ninguna idea previa de casa, elongada como es, funcional como un yate, con cada rincón poblado de sorpresitas hechas especialmente para ese lugar.

Williams construyó muy poco, pero fue el encargado de la obra de la Casa Curutchet, la única diseñada por Le Corbusier en el país, y sus paragüitas de hormigón terminaron siendo una suerte de logotipo de sus tiempos y sus ideas. Por eso tantos que tantas veces son indiferentes al patrimonio en general apoyaron este rescate en particular.