(ATENCION: ESTE ARTICULO CONTIENE SPOILERS SOBRE SUCCESSION)

No se trata solo de que son dos exitosas series de la misma firma, HBO Max: aun con paisajes tan pero tan diferentes, es sencillo trazar líneas de coincidencia entre Succession y Game of Thrones. En la serie de Jesse Armstrong los clanes en disputa son los conglomerados mediáticos y las firmas de alta tecnología, y soldados y líderes visten con elegancia y viven pendientes del celular -y las cifras de la Bolsa-, pero aunque no haya sangre ni armaduras las puñaladas por la espalda están a la orden del día. Y la tormentosa relación de Logan Roy con sus hijos Connor, Kendall, Shiv y Roman bien puede recordar a la de Tywin Lannister con Cersei, Jaime y Tyrion. Si se quiere, hay más analogías para dibujar.

Pero "La boda de Connor", el episodio 3 de esta cuarta y última temporada de Succession, vino a traer otra coincidencia, y de las que duelen: el giro inesperado, el golpe que llega de pronto y sin aviso (y para colmo con una boda involucrada, como aquella "Red Wedding" de GoT), un hecho central que demuele aún más el ánimo de los espectadores porque ni siquiera sucede en pantalla.

La muerte de Logan Roy.

Pavada de apuesta hizo el showrunner de la serie que estrena nuevos episodios en la plataforma los domingos a las 22. Ya en el primerísimo episodio, el 3 de junio de 2018, el patriarca de la familia había estado al borde de la muerte. Pero a partir de allí y durante 31 episodios de poder magnético, quedó claro que la "sucesión" era un concepto a desarrollar con el pater familiae vivo, en intrincada interrelación con sus hijos y una apasionante galería de personajes satélite. Muy temprano en la temporada final, Armstrong y su brillante "sala de escritores" soltaron la bomba. 

Lo sabían todos desde el 22 de enero, cuando la producción de la serie estableció que toda mención al hecho central de "Connor's Wedding", Logan Dies ("Logan muere"), se traduciría en las notas internas como Larry David. Consiguieron mantener el secreto. Quienes arrancaron la semana sin ver el episodio tuvieron que evitar concienzudamente las redes sociales, un tembladeral de emociones escritas y memes.

Porque si se murió Logan, ahora qué hacemos: esa es la sensación que recorre a los millones de fans de la serie, y que hizo tan fácil empatizar con lo que se vio en pantalla. No es novedad la calidad actoral de Succession, pero lo del tercer episodio fue una masterclass de actuación, en la que Jeremy Strong (Ken), Kieran Culkin (Roman), Sarah Snook (Shiv) y Alan Ruck (Connor) atravesaron la agonía del padre moribundo en un avión lejano con tanta veracidad, con semejante poder de interpretación, que todo competidor en rubros actorales la próxima temporada de premios no debería preocuparse demasiado por su atuendo. No va a tener oportunidad de subir al escenario.

Claro, Succession no es Dallas, Dinastía o alguna otra de esas series históricas que pusieron el foco en familias megamillonarias y disfuncionales. En la larga trama, y en el inicio de esta cuarta temporada tras la jugada maestra de Logan en el finale anterior, el amor-odio paterno-filial fuertemente sazonado con asuntos de negocios siderales, el juego entre Roy y sus hijos supo de todas las facetas. ¿Amaba Logan a sus hijos lo suficiente para obviar sus debilidades, sus movidas traicioneras, su miopía para el gran juego? ¿Amaban "the kids" al patriarca siempre lejano e insondable, sintetizado a la perfección en la presentación misma, con esa música hipnótica de Nicholas Britell que prohíbe apretar el "saltar intro"?

El amor y la guita, y el poder que da la manipulación de la opinión pública (porque esa, hola Argentina, es otra de las claves argumentales de Succession), también se entremezclaron en "La boda de Connor". La devastada incredulidad de Shiv, la negación de Roman, la máscara fría pero desvalida de Ken, las contradicciones de Connor ("Nunca le gusté", dice primero; "Ya no voy a tener oportunidad de conformarlo", le cae la ficha después) son el primer impacto, que pronto estará matizado por las cuestiones prácticas. Que cuando se trata de un conglomerado como Waystar RoyCo implican un montón de cosas.

Por eso, el último segmento del episodio que vino a cambiarlo todo dejó caer hilachas de lo que vendrá. Matthew Macfadyen se encargó del matiz más brutal, cuando su Tom Wambsgans puso manos a la obra en eso de reposicionarse ante la muerte de su protector, de paso manipulando por enésima vez al pobre primo Greg. Los laderos del rey caído, Frank, Karl, Hugo, Karolina, la despedida Gerri y la descolocadísima Kerry ("Chuckles The Clown", primera en la lista de gente a volar por la ventana de los pibes Roy), descansaron en la necesidad de reaccionar pronto por el interés comercial y bursátil de la compañía para empezar a desplegar movimientos propios en el nuevo tablero.

Y mientras tanto, en una última, desgarradora escena, el cuerpo de Logan Roy bajó sin mayor ceremonia del avión, fue subido a una ambulancia y salió de la historia. Sus últimas participaciones habían mostrado cómo y por qué ese tipo construyó semejante imperio: aquel discurso encendido en las oficinas de ATN, sus últimas palabras en la escalerilla del mismo avión. Parecía demasiado feroz, demasiado vivo, para prepararse para semejante final. Larry David, joder. 

Nada será igual en Succession sin su figura más shakespereana. Pero cuidado: lo que viene es otro juego de tronos. Aunque no haya sangre.