Al igual que en 2015, el PRO porteño vuelve a colocar a su Jefe de Gobierno como candidato presidencial. A diferencia de aquel, el actual alcalde afronta una disputa interna descarnada y además tiene grandes dificultades para imponer un candidato propio que compita por su sucesión al frente del ejecutivo porteño. Todo indica que los enfrentamientos entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, incluyendo a los “aspirantes” de segunda o tercera categoría, poco o nada le importan a la sociedad de la CABA ya que en ningún caso se abordan temas relacionados con la vida ciudadana y los problemas cotidianos. La metáfora avícola con la que se pretendió diferenciar a moderados con duros, quedó desvencijada no sólo por la constante mutación de tonos y actitudes del aspirante porteño a la presidencia, sino fundamentalmente porque las coincidencias abundan y las diferencias escasean cuando los dirigentes cambiemitas dan cuenta de qué harían en caso de lograr la Presidencia de la Nación. Cierto es que todos estos candidateables recibieron un alivio: el retiro de su jefe máximo Mauricio Macri de la contienda. Tienen la convicción de que la sociedad argentina recuerda la crueldad social de su gestión, lo cual implica una pesada carga para cualquier aspirante presidencial. Una clave de la actual coyuntura está dada en la disputa ideológica para que la sociedad no advierta y relacione la homogeneidad y continuidad de los candidatos de la derecha, con aquellos sombríos años de macrismo que generaron incremento de la pobreza, desempleo, zozobra social, además de la fuga masiva de capitales y sobre endeudamiento externo. Larreta como Bullrich, Vidal y el primo Macri, “son” Mauricio en su pensamiento y acción.
El experimento neoliberal iniciado en 2008 por el PRO en la ciudad logró consenso para imponer un presidente, aunque a la postre fue el único en la historia del país que no logró la reelección por el rotundo fracaso de su gestión. Sin embargo, la derecha porteña reitera su vocación de gobernar la nación a partir de dos de sus cuadros predilectos: Larreta y Bullrich. Las causales de que estos cuadros del poder tengan legitimidad social son diversas, ancladas en el avance sobre una parte de la sociedad de los valores culturales de la derecha “moderna” y en la alianza determinante con el poder mediático cultural. El afán cada vez más manifiesto del discípulo por diferenciarse de su mentor, choca con la imposibilidad propia de su esencia ideológica común y de su mismo sistema de valores políticos. Larreta se propone repetir la lógica que transitó Macri: pasar del ejecutivo porteño al nacional sin haber resuelto las problemáticas más trascendentes de la sociedad porteña. En ambas administraciones se sostuvo, como si fuera un principio religioso, un elevadísimo gasto en propaganda, absolutamente ofensivo si lo comparamos con el recorte sistemático del presupuesto para la educación pública, expresado en la crítica falta de escuelas y vacantes escolares, en el pésimo estado de los hospitales, en la falta de acceso a la vivienda y en las más de 473 hectáreas del estado, vendidas a la especulación inmobiliaria, todo lo cual agrava la crisis urbana de espacios verdes, y el oprobio de que en la ciudad más rica del país y con mayor presupuesto, la indigencia y la pobreza continúen creciendo. Aunque los medios “serios” lo oculten con pertinacia, allí están los 850 mil pobres - incluyendo a cientos de miles niñas y niños- que pasan hambre.
Este panorama de carencias sociales y ausencia de políticas para incorporar a más ciudadanos a nuevos derechos bastaría para que Larreta sea impugnado por la sociedad en su afán presidencialista. Hay núcleos muy numerosos de las clases medias de nuestra ciudad que deben convivir con un crecimiento vertiginoso del cemento en detrimento de espacios para plazas y parques con ofertas culturales y deportivas. De eso se trata en última instancia: cambiar el actual modelo de ciudad por uno distinto, más vivible en términos ecológicos y convivencial en sus lazos sociales y culturales. Estos valores humanistas y cooperativos chocan con viejas ideas que ahora adoptan nuevas denominaciones, como las de “meritocracia”, o sea, el individualismo como norte para la vida y como modelo social. Ya lo demostró la gestión presidencial de Macri, el modelo político cultural de la derecha que se autotitula “moderna” a pesar de que reitera viejos arcaísmos, fracasó en toda la línea durante sus cuatro años de gobierno. Cierto es que pueden confundir con discursos que se sustentan en falsedades con envoltorios de marketing. La pura verdad del pensamiento del PRO la formuló Larreta ante la UIA a quien les debe decir la verdad: reclamó “actualizar” la legislación laboral apuntando contra las “extorsiones” sindicales, es decir, se propone liquidar definitivamente la organización sindical. “Estabilizaremos la economía con rapidez”, ergo: ajuste ortodoxo. “Liberaremos la economía del corset y del laberinto que genera el estado” (virtual copia del discurso de Martínez de Hoz del 02/04/76). Claro que para ser más popular agregó “así generaremos mucho más laburo”. Se deben bajar los impuestos. A ese viejo paradigma de las corporaciones, el candidato los denomina “reforma impositiva”. En su discurso frente a grandes empresarios reiteró la idea de que se debe “reducir la burocracia”: o sea menos docentes, médicos, enfermeras, escuelas y universidades públicas. El candidato obviamente fue aplaudido particularmente por el presidente de la UIA Daniel Funes de Rioja quien, como sabemos, jamás vio un torno ni un telar en su vida. Que el candidato Larreta haga campaña colocando a la educación como su ariete principal, no solo es una demostración de oportunismo político, sino que intenta medrar con la frustración y el cansancio de la sociedad cuando soportaba la pandemia y las medidas que había que asumir responsablemente para evitar contagios y muertes. En suma, la derecha pretende volver con el viejo modelo que prometía la Revolución de la Alegría. Ahora promete “revoluciones educativas” y volver al macrismo.
*Secretario general del Partido Solidario. Director del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini