“Olé olé olé, Héctor.” Con este cantito de cancha, con aplausos y los celulares arriba, Héctor Alterio es recibido en la cúpula del Centro Cultural Kirchner para un homenaje. “Cachito”, le dicen también; su apodo del barrio y la familia. El actor de 93 años avanza despacio por el pasillo de la sala del noveno y último piso del edificio, y es interrumpido a cada instante por abrazos y palabras al oído de sus colegas que tanto lo quieren y admiran. Ricardo Darín -de lentes negros-, Gerardo Romano, Víctor Laplace, entre ellos. Se funde en un largo abrazo con Pepe Soriano, se sienta a su lado en la primera fila. Cubre su rostro con ambas manos: está muy emocionado.
"Decir solamente 'gracias' sería poco. Decir 'no me lo merezco' sería mentira'", expresó este martes después de que el ministro de Cultura, Tristán Bauer, le entregara una placa dorada que lo reconoce como personalidad emérita de la cultura por su "talento, destacada trayectoria y compromiso". Radicado en España hace más de 40 años, el artista regresó al país para despedirse de los escenarios argentinos. Desde el 7 de abril está haciendo un ciclo de 12 funciones de un espectáculo que combina teatro y tango, llamado A Buenos Aires. Hacía diez años que no pisaba suelo argentino.
Bauer lo acompañó en su ingreso a la sala. Caminaban con él también su esposa Angela "Tita" Bacaicoia (responsable de la dramaturgia del espectáculo), su hija Malena, la productora Cipe Fridman y la secretaria de Desarrollo Cultural, Lucrecia Cardoso. "Para los argentinos es un orgullo verdadero esta entrega. Cuando un artista, actor, actriz, bailarina o cantante sale al escenario lo transforma todo con su sola presencia. Transformaste cuando entraste aquí el aire, el aura de esta cúpula, por eso queremos darte esta plaqueta", dijo el ministro. "Una vez la Argentina te dio la espalda. Conociste el exilio. Lo viviste con una dignidad extraordinaria. Hoy, que estamos conmemorando los 40 años de democracia, te recibimos una vez más en tu país. Te queremos y debemos muchísimo. Sos parte de nuestra historia y memoria. Estás y estarás siempre en nosotros. En realidad sos vos el que nos homenajea."
Tita le alcanzó un papel y entonces Alterio -actor en 150 películas, muchísimas fundamentales del cine argentino, y en 50 obras teatrales- pudo decir más que "gracias", la única palabra que espontáneamente le salía. "Han pasado 93 años, los recuerdos se agolpan, se mezclan, se distorsionan. Veo a un muchachito flacucho y narigón andando en bicicleta por el barrio de Chacharita, que encontró un modo de hacerse un lugar en este vasto mundo haciendo que la gente se divierta con sus payasadas. Así fue cómo los personajes me ayudaron a encubrir mi patología: la timidez. Y lo siguen haciendo", recordó. Al hablar de su juventud mencionó a Nuevo Teatro, la compañía teatral independiente que creó y funcionó entre 1950 y 1968. Gracias a ella, a la disciplina y a sus colegas aprendió "muchas cosas de la historia y la condición humana" y tomó "una posición política".
Los años de juventud fueron "complejos y alegres". Pensaba que la revolución vendría "de la mano de la cultura"; el teatro se volvió su "partido político", abrazó sus "rituales y creencias". "Pienso y pensé que los bienes de este mundo están mal repartidos. Es injusto. Una tarea que les queda a las generaciones futuras", instó. Luego de reflexionar alrededor del poema El salmo es mío, de León Felipe, se centró en los años más "difíciles" para este "querido país". "Todos sufrimos una barbarie. Algunos más que otros. Eso ya pasó. Hoy nos enorgullece poder decirle al mundo que Madres, Abuelas, Hijos, Nietos lucharon, y lo siguen haciendo, por la justicia y la memoria. En nuestro país lleno de contradicciones, ese hecho es el hito más importante que podemos mostrar al mundo entero", destacó. Terminó su discurso con una bella conclusión: "Estoy contento de lo que he vivido. Dicen, y es verdad, que estoy en tiempo de descuento. Tuve un tío arquero de fútbol: espero como él atajar varios penales todavía. Seguir jugando todo lo que pueda. Gracias a esta profesión y al amor de todos ustedes".
Frases como "no habrá otro igual" o "es el maestro de maestros" se escuchaban entre los presentes. Soriano también recibió un fuerte y largo aplauso cuando entró. Estaban, además de los ya mencionados, Eduardo Blanco, Georgina Barbarosa, Eleonora Wexler. También funcionarios como el presidente del Incaa, Nicolás Battle, y la presidenta del Fondo Nacional de las Artes, Diana Saiegh; y la exdiputada y realizadora Liliana Mazure. En la cúpula, adonde pasadas las 18 se filtraban por los grandes ventanales los últimos rayos del sol, había poco más de 150 personas.
El maestro de ceremonias fue Gastón Pauls, quien confesó que Fridman había llamado primero para este rol a Leonardo Sbaraglia. Sbaraglia no pudo asumir el compromiso, cosa que Pauls agradeció. “Es un honor ser maestro de ceremonias, rodeado de tanto maestro y maestra”, definió, antes de que comenzara un video con escenas emblemáticas como la de la frase "la puta que vale la pena estar vivo", de Caballos salvajes. “Queremos agradecerte tu exquisito trabajo y tu vínculo inagotable con la cultura de este país”, expresó Pauls.
Contó una anécdota para pintar al artista. Hace unos años estaba en Madrid cuando lo llamaron para formar parte del elenco de El último tren, película de Diego Arsuaga. Cuando preguntó quiénes serían sus compañeros le nombraron a Alterio, Soriano y Federico Luppi. Se le cayó el teléfono. Compartió con los tres popes de la actuación varios días. Descubrió en Alterio a un compañero "ubicado, callado, pero sobre todas las cosas" humilde, que no chapeaba con sus films nominados al Oscar; una cualidad que le resultó aún más grande que su "calidad actoral". Susana Rinaldi, quien no pudo estar presente, envió un mensaje por escrito que fue leído en voz alta. Laplace pasó al frente y leyó, en su homenaje, el poema "Retrato", de Antonio Machado.
El momento musical estuvo a cargo de Rodolfo Mederos, Adriana Varela, y Marcelo Balsells y Juan Esteban Cuacci (quien lo acompaña en A Buenos Aires). "Querido Héctor, no es un honor solamente, es un cacho de mi vida, mi historia. ¿Me permite que le cante a su hija un tema de Manzi?", preguntó Varela antes de entonar "Malena", con Marcelo Macri al piano, quien -aclaró la cantante- "no tiene nada que ver con ningún exfuncionario". "La familia Alterio es mi familia elegida, nos conocimos en años difíciles en la Argentina, en los '70. Siempre dije que cuando sea grande quiero ser como él, es mi faro, un espejo donde mirarme cada día. Por su amor a la profesión, su sabiduría para vivir, el respeto enorme que tiene por el público. Todos los días nos enseña algo. En este viaje vengo siguiéndole hora por hora, día por día. Todos los días recibo una nueva enseñanza y mucho amor. Este tango lo conocimos juntos", dijo a su turno Balsells. Cantó "El corazón al sur". El acto terminó y siguieron los abrazos, los aplausos, las palabras cálidas, los flashes. Alterio regresó para homenajear a Buenos Aires. Y recibió, también, un merecido homenaje.