El miércoles 22 de marzo Martín Kohan inauguró en el Malba la muestra Del cielo a casa y en su discurso, entre otros aportes valiosísimos, recuperó aquella expresión atribuida a Ortega y Gasset “Argentinos, a las cosas”. Al respecto, el escritor se preguntó insistentemente: “¿pero qué cosas, exactamente? ¿Las grandes, las trascendentales, el destino, el futuro, la grandeza nacional? ¿Las cosas chiquitas y simples entonces, las que colman el mundo real, las que tenemos comúnmente al alcance de las manos?”
En el reciente film En los márgenes, una escena muestra una discusión potente entre Penélope Cruz y Juan Diego Botto, él le dice que todo lo que ella hizo –participar de asambleas, unirse a otras personas afectadas por la estafa de los bancos- para salvar la casa en la que viven, para evitar el desahucio, “no sirvió para nada”, fue una cosa inútil, incluso la acusa de haberlo avergonzado. De hecho, la pelea tiene lugar la noche antes del lanzamiento.
En El suplente, otra pieza cinematográfica también bastante fresca, Juan Minujín interpreta a un profesor que en su primer encuentro con estudiantes de un barrio popular, conmovido por el narcotráfico, les pregunta: ¿para qué sirve la literatura? Uno de ellos responde “para nada”. Otra cosa inútil.
Lo cierto es que entre lo magnífico del cielo y lo concreto de una casa, volviendo al título de la exposición del Malba, entre lo inasible y lo abruptamente concreto, hay muchas cosas. Decimos cosas, callamos cosas, hacemos cosas, omitimos hacer cosas. ¿Qué es lo que las torna útiles? ¿Qué es lo que las hace inútiles? ¿Útiles para qué? No es necesario repasar todos los desarrollos del utilitarismo filosófico para entender que una acción adquirirá el carácter de valiosa o disvaliosa, de acuerdo a la finalidad que la mueva –al “telos”-, y cuyo contenido puede ser muy variado –obtener dinero, bienestar, felicidad, etc.-.
Sin embargo, en el sentido común lo útil está asociado, casi unidireccionalmente, con lo rentable, rentable en términos económicos. Desde luego que esa atribución de sentido no es escindible del marco en el que tiene sitio, y el capitalismo erosiona cualquier otro propósito, pues lo somete a la lógica del mercado, lo monetiza. Entonces, la felicidad es consumo –dinero-, el bienestar es consumo –dinero-, la tranquilidad es consumo –dinero-, el prestigio es consumo –dinero-, y un largo etcétera. De allí las cosas que “no sirven para nada”, que en rigor no son medibles productivamente, escapan a la métrica del capital o, peor aún, la cuestionan. Por eso, claro que no sirven para nada. La pregunta no sirve para nada, el detenimiento no sirve para nada, el rascar la superficiede las cosas no sirve para nada. Lo que sirve es la respuesta inmediata, la prisa irreflexiva, el encantamiento del empaque, la configuración de una estética de laprofundidad, unida a un abanico de prescripciones, funcionales a un entretenimiento que desorienta.
Quizás el aspecto más interesante del análisis utilitario radique en que presupone el dominio absoluto de la acción –o de la omisión-, esto es, la concibe con un principio y un final perfectamente delimitados. Un comportamiento determinado es útil o inútil, debido aque es susceptible de ser aislado y calificado, partiendo de la soberanía del sujeto que lo emprendió. Lo que se escapa en esa evaluación es que una vez arrojada al mundo, la acción, la palabra, el silencio, dejan de pertenecernos y es estéril cualquier esfuerzo de contención.
“Es la palabra antes que tus labios la suelten”, canta Cerati, sugiriendo que luego de queefectivamente sea soltada, ya está fuera de nuestro alcance, comienza a recorrer esa distancia imposible de cifrar entre lo dicho y lo escuchado, entre lo querido y lo producido, o más aún, entre aquello que ni siquiera el emisor sabía que quería y los lugares a los que llegará. Es decir, la palabra se echa a rodar e ingresa en un orden indomable, transportando una posibilidad, mejor dicho, un riesgo, un riesgo de acabar siendo útil, pero ya no bajo el código que la juzga.
No sabemos, finalmente, si a Penélope Cruz la desalojan de su hogar en la película, y ese no saber termina siendo clave, en razón de que la desarticulación del achaque de su pareja –cuando definió sus conductas como “inútiles”- se ubica en las consecuencias trascendentes a la acción, aquellas imprevistas –en este caso, la lucha colectiva, la repercusión sobre otros casos similares de desahucio, la puesta en evidencia del tenor estructural que posee el derecho a la vivienda-. La literatura sirvió, en El suplente, para habilitar, precisamente, la palabra, sobre todo, la capacidad de habitarla, y a partir de allí una serie de cosas más, muy inútiles.
Entonces, retornamos con Kohan, ¿qué cosas exactamente? ¿A qué cosas estamos llamados? Las cosas que desatan cosas. Desatan. Desatan porque desanudan, liberan otras cosas, cosas oprimidas, cosas reprimidas, cosas desconocidas, respecto de las cuales somos impotentes. Cuántas preguntas suspendidas, gestos afectuosos, formas singulares de registrar al otro, palabras expulsadas, se proyectan hacia la incertidumbre, nacen en la apariencia de lo inútil y desembocan en cosas que abren nuevas cosas, que hacen más livianos los pesosde algunas cruces. Lo particular, o lo fundamental, es que no sabemos nada acerca de todas esas cosas desencadenadas, y digo lo fundamental porque allí radica el motivo de la denunciada inutilidad y la posibilidad de que puedan seguir ocurriendo: en no saber que ocurren.
* Profesor e investigador de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario.