En julio de 1974 estaba en Cuba como periodista como parte de una gran delegación argentina que por orden del general Perón estaba en La Habana para establecer vínculos comerciales con la Revolución rompiendo el bloqueo impuesto por Estados Unidos. En un predio de la capital cubana se había organizado una gran exposición de productos argentinos. Llegó Fidel y la gente enloqueció de amor, lo querían tocar, abrazar, desde los balcones de la barriada humilde que circundaba el predio, las familias lo saludaban, le gritaban ¡Caballo!, ¡Caballo! El peronismo generaba reacciones parecidas y aún así, para los argentinos fue un espectáculo impresionante. Los mismos empresarios de la CGE que llegaban con un pesado bagaje de prejuicios, muchos impregnados por el anticomunismo imperante y con la idea del dictador odiado por el pueblo, fueron seducidos por Fidel, las esposas le pedían sacarse fotos y suspiraban en su cercanía, los hombres no podían dejar de reconocer el carisma y el conocimiento del gran dirigente cubano.
En ese momento nos llegó la noticia de la muerte del general Perón en Argentina. Muchos se volvieron en el primer avión. Yo no pude hacerlo. Por la forma de hablar y por las ropas, el cubano de la calle nos reconocía como argentinos. Venían al hotel donde nos alojábamos porque les gustaba escucharnos hablar, les gustaba la tonada. A pesar de los años, lo recuerdo como si fuera ayer. Tras conocerse la muerte de Perón, en la calle, los cubanos nos paraban y nos daban el pésame: “compañeros --nos decían-- los acompañamos en el sentimiento. Nosotros sabemos lo que puede ser perder un líder popular”. Y no fue uno, nos pararon muchas personas en la calle, se nos acercaron en el restaurante y venían al hotel. “Compañeros, nosotros sabemos lo que puede ser perder un gran líder popular”. Esa frase ahora repiquetea en mi cabeza porque finalmente sucedió con Fidel, la muerte de Fidel, ese dolor que aquellos cubanos entrañables decían conocer por el temor de que a ellos les sucediera lo mismo. La muerte se llevó a ese gran líder que fue la referencia, la roca inconmovible para varias generaciones de luchadores latinoamericanos y de todo el mundo. No haré un análisis político y puedo contar muchas otras anécdotas. Muchos cubanos le decían Caballo, otros le decían el comandante y muchos simplemente “padre”. Yo no sé cómo lo llamaría. Solamente sé que desde que tengo memoria política estuvo allí, inconmovible, inteligente, valiente, admirable.