“Yo solamente pensaba en hombres cogibles. Mi libido reclamaba un contacto carnal. Sumida en esas cavilaciones caminaba una noche por las embasuradas calles de la ciudad, otrora relucientes. Por aquí, por allá, por donde suelen transitar las orfandades y pululan coágulos de semen ansioso por derramarse. Esa noche salí en busca de un cartonero”, relata la protagonista de mi cuento “Polvos de cartón”.
Expresa una verdad que una señora decente no debería desear. La ficción es mezcla aleatoria de realidad, delirio e invención. Su lógica difiere de la ontológica. Las fantasías -eróticas o no- no son empíricas, existen solo como pensamiento y/o lenguaje. Hay fantasías -mínimas o máximas- que no alteran nuestras rutinas. Pero las quimeras libidinosas nos excitan -física y psíquica- sexualmente y, en ocasiones, nos llevan a la acción; como la mujer de la narración que deseaba cartoneros (luego veremos).
No es fácil distinguir entre el concepto de fantasía y el de imaginación. La segunda contendría a la primera. Otro enigma ofrece las ficciones, ¿responden a nuestra voluntad o nos acaecen? La filosofía analiza fantasías e imaginación. Y aunque catalogó pasiones no construyó un nicho robusto para pensar la singularidad de las fantasías sexuales. No todas las fantasías provocan efectos somáticos, en cambio las sexuales alteran nuestro equilibrio. Aunque no son ser, sino parecer. Pensamientos sin identidad que pueden permitir cualquier situación imaginaria. Hasta las insospechadas, como algunas posiciones coitales imposibles de poner en práctica, pero satisfactorias para regodearse alucinando sobre ellas desnudas de códigos morales.
Aunque la sexualidad -al revés que el rey famoso- no está desnuda. Un enjambre de fantasías obscenas la cubren. Se pega en los cuerpos calenturientos, los impulsa a refregarse, penetrarse, chuponearse. La ventaja de las fantasías sexuales es la no responsabilidad de tenerlas. La desventaja es la responsabilidad de administrarlas. A nivel de la imaginación se pueden cometer sucias inequidades, pues ocurren en un mundo de ficción. Todo está permitido. El enamorado de Lolita no es culpable por desearla, no depende de su voluntad, le sucede. En cambio, es responsable y punible cuando pasa a la acción.
Fantasía proviene de fantasma, lograda etimología. Hay fantasías sexuales que nos acechan como espectros y cuando se realizan suelen ser un fiasco. La representación de hechos reales o imaginarios no tiene estatus real. Su nivel es a-lógico y a-ético. El reino de la libertad. La loca de la casa le decía a la imaginación Teresa de Ávila. Si la imaginación general es loca, la imaginación sexual es desorbitada.
Michel Foucault (en La voluntad de saber. Historia de la sexualidad I) descorrió el telón de los discursos sexuales que proliferan justamente cuando son vigilados, castigados y silenciados. Pero, en última instancia, resultan instigados a multiplicarse a través de secretos que atraviesan cuerpos y culturas. ¿Efecto de resistencia?, ¿atracción por lo prohibido?, ¿tentación de transgredir? Sea como fuere, en la época victoriana -que por sus características colonialistas se extendió por el imaginario occidental- el pudor y el pundonor reinantes tendieron un manto de silencio oficial sobre todo lo relacionado con “la carne”.
Pero se logró el efecto contrario: se sexualizó todo, aunque entre eufemismos y susurros. La hipocresía lúbrica cuidó hasta que los señores no se cachondearan. Les pusieron polleritas de tela a las torneadas patas de los pianos de cola. Bastaba eso para devenirlas sugerentes. Nuestra cultura es perversa en sí misma -concluye Foucault- histerizó la sexualidad.
Durante las restricciones sensoriales victorianas se inventaron, bajo cuerda, casi cien apelativos para referirse a los genitales masculinos, otro tanto para los femeninos, y el doble para el acto sexual. Si a esto le agregamos las palabritas que cada subjetividad o grupo sexual crea para sus propios morbos se despliega una inflación real de discursos sexuales. O, dicho de otra manera, de fantasías sexuales habladas. También hay mudas, esas que no salen a la superficie, pero agitan contorsiones. Aquellas “cochinadas escandalosas” se musitaban en los salones de espejos y en los corrillos de feria. Los secretos a voces persisten.
La fantasía está hecha de deseo más allá del bien y del mal. Sin embargo, en momentos de calentura puede sobrevivir una fantasía sexual que choca “moralmente” y a la vez excita. Eso es sexo. Mezcla de sensaciones físicas y sobreexcitaciones psíquicas más lenguaje e indiferencia por los conflictos de valores. Las fantasías sexuales pisotean las categorías éticas. “Cada subjetividad baila con su propio fantasma y sin esas ficciones lascivas ni siquiera se conseguiría una modesta masturbación”, comenté en otra columna publicada en estas páginas (23/07/21) también sobre fantasías sexuales.
Una doble vida imaginaria son las fantasías que, a veces, prefieren esconderse en los repliegues del alma. Y cuando proceden de deseos sexuales disparan ratones que, como los de Hamelín, corren desaforados. Pero no a un río de aguas borrascosas, sino hacía el río del torrentoso orgasmo. Al final de “Polvos de cartón”, la mujer que deseaba y logró cartoneros expresa así su expansivo éxtasis: “Nadaba en una gran extensión de deseo en la que los elementos confluían y se confundían mientras azotaba con mis aletas el goce de los desposeídos”.
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En las fantasías “sucias” hasta somos libres ideológicamente. Algunas corrientes del feminismo tratan el tema, no obstante, los delirios en general y los sexuales en particular no responden a la razón, ni a la militancia, ni a lo políticamente correcto; sino al oscuro objeto de deseo de cada quien. En la alfombra mágica de la fantasía se puede disfrutar de dormir con el enemigue. La imaginación no delinque, afirma Luis Buñuel y se permite aplicar su fantasía desbordada en imágenes de navajas cortando ojos u hombres sin cabeza abrazando pequeñas mujeres.
“Que te hablen sucio, ¿te excita esa fantasía?”. “Sí, mucho”, responde la mayoría de les encuestades. Las groserías verbales para calentar el ambiente sexual son recurrentes. A veces se verbalizan, otras quedan encerradas en la pringosa cárcel de la imaginación libidinal. ¿Qué es entonces la fantasía sexual? Un Ave Fénix simbólica que se suicida en cada orgasmo.