Poco después de convertirse en la primera artista de Pakistán en ganar un Grammy, Arooj Aftab cumplió uno de sus más dulces sueños: pegó un portazo y renunció al trabajo con horarios de oficina que tenía en Nueva York, ciudad en la que vive desde 2008. El premio que ganó fue el de Mejor performance de música global por su canción “Mohabbat”, reescritura de una pieza de hace siete siglos que incluyó en su disco Vulture Prince, editado en 2021. Pero lo que por entonces hizo que los medios norteamericanos posaran sus ojos en ella fue la nominación a Mejor artista nueva (una de las cuatro categorías más grandes de la ceremonia) que finalmente se llevó Olivia Rodrigo. A partir de entonces todo explotó. Obama la recomendó y eligió esa canción para una de sus famosas playlists, los medios más grandes la eligieron como una de las artistas del año, su disco rankeó alto en los charts de Billboard y el prestigioso sello Verve, hogar de artistas adoradas por ella como Billie Holiday, Nina Simone o Ella Fitzgerald, la fichó y le propuso reeditar con un bonus track ese disco inspirado en personajes andróginos ficticios, cuervos sagrados que picotean cadáveres, música tradicional pakistaní y poesía medieval. Arooj -que en las fotos de prensa suele aparecer con una espléndida cara de pocos amigos que solo de tanto en tanto cambia por una sonrisa franca, espontánea- recibió su premio agradecida, aunque con algunas reservas con respecto a lo de nueva y lo de global: “Hace quince años que hago música en Nueva York y Vulture Prince es mi tercer disco. Pero está bien. Estos premios lanzan tu carrera de una manera muy grande. Venía amargándome bastante en un trabajo con horas fijas diarias, haciendo esta música que nadie escuchaba. Y ahora, por primera vez en mi vida, siento que estoy donde quería estar”.
Las expectativas entonces pasaron a estar puestas en su siguiente movimiento. Vulture Prince había puesto en vidriera un estilo que a su pesar comenzó a llamarse Neo-Sufi: una relectura a partir de una instrumentación atípica del género que enamoró a George Harrison en los sesenta. Pero quizás su próximo disco sería esa colección de piezas bailables de las que venía hablando desde hace tiempo. ¿Acaso no se había acercado a los BTS y les había pedido una foto durante esa entrega de los Grammys? Quizás hasta podía invitarlos para alguna colaboración. ¿Qué mejor que un disco bien arriba para aprovechar la tremenda ola que había levantado con el anterior? Pero no. Hace apenas una semana asomaron las primeras canciones que Arooj muestra desde aquellas nominaciones: muy lejos de todo eso, Love in exile, compuesto en trío junto al pianista Vijay Iyer y el bajista y compositor de electrónica experimental Shahzad Ismaily, es un trabajo improvisado en estudio con siete piezas sin percusión de una belleza abstracta, hermética, cada una de ellas con una duración de entre ocho y quince minutos de duración. Al respecto, Arooj se despachó sin muchas vueltas: “Si nos desprendiéramos de una vez de algunas ideas viejas sobre los géneros inevitablemente llevaríamos a los oyentes a un espacio más libre, pero seguir siempre con lo mismo sería como tratarlos de estúpidos”.
Arooj Aftab nació en 1985 en Arabia Saudita de padre y madre paquistaníes. A mediados de los noventa toda la familia regresó a Lahore, una de las ciudades más pobladas y cosmopolitas del sur asiático. En veladas musicales organizadas por su familia nació su devoción por artistas tradicionales de su país como Abida Parveen o Nusrat Fateh Ali Khan, mientras que ya en su adolescencia se encerraba en su habitación a escuchar también a Billie Holiday, Mariah Carey o Jeff Buckley y aprendía a tocar la guitarra de manera autodidacta. Consultada acerca de cómo era de adolescente, respondió: “Igual que ahora. Me sentía algo diferente. Ya el hecho de ser queer era algo: todos los demás eran hétero por default. Pero a la vez tenía muchas amigas y amigos, y siempre estaba bromeando y siendo un poco más sensible de la cuenta”.
A comienzos de los dos mil, con apenas dieciséis años de edad, Arooj se convirtió casi por accidente en la primera artista de su país en viralizar su música por internet. Un cover del clásico “Hallelujah” de Leonard Cohen, grabado en su habitación, se convirtió en un fenómeno boca a boca -o, más puntualmente, mail a mail- en una época en la que todavía no existían plataformas como MySpace o YouTube. “Era una canción que escuchaba una y otra vez en la época más alienada de mi adolescencia”, contó. “Me encantaba la original de Leonard Cohen, pero la versión de Jeff Buckley resonó más fuerte en mí. Así que esa fue básicamente la primera canción que lancé. Aunque en realidad ni siquiera la lancé: se la compartí a una amiga por mail, que a su vez hizo lo mismo con otra amiga. Se convirtió en una cadena y al final terminó sonando en la radio, me llamaban para entrevistarme, todo una locura”. Ese éxito inesperado sirvió como puntapié para una movida independiente de artistas en Lahore y también como bálsamo de confianza para Arooj, que se postuló a una beca para estudiar en el Berklee College en Boston, ciudad a la que se mudó en 2005.
Allí se especializó durante tres años en improvisación en jazz. Tras graduarse se instaló en Nueva York y comenzó a trabajar alrededor del sonido: ingeniera de audio para plataformas online, compositora de música para cine, TV y videojuegos o corista en sesiones para artistas de los más variados estilos. El gran quiebre llegó en 2010, cuando de pura atrevida golpeó la puerta de la habitación del hotel neoyorquino donde se estaba hospedando una de sus referentes de la adolescencia, Abida Parveen, reina de la música Sufi, quien por entonces tenía 60 años de edad y estaba en la ciudad invitada para participar en un festival. Arooj, que en esos días interpretaba reversiones fieles de piezas tradicionales, también iba a participar de esos shows. Parveen la reconoció de las audiciones, la agarró de la mano, la hizo pasar a su habitación, le ofreció galletitas, trajo un teclado y se pusieron a cantar juntas. “¿Qué hago con mi vida?”, cuenta Arooj que le preguntó antes de despedirse. Parveen, conocida por un espíritu independiente y multifacético que desde comienzos de los setenta la llevó a cruzar ghazals o qawaalis con el rock y a tocar diferentes instrumentos para acompañar su voz -además de dedicarse también a las artes plásticas y convertirse en una de las mujeres más influyentes de su país- le respondió: “Escuchá mis discos y largate a volar”.
Mientras luchaba por conseguir trabajos que le permitieran pagar los altísimos costos de alquiler de la ciudad, Arooj se tomó cinco años para preparar a fuego lento su primer disco, que finalmente asomó de manera independiente en 2015. Bird under water, su debut, resuena como una reescritura de la música tradicional de su tierra partir de una instrumentación cercana al jazz y formas nacidas de improvisaciones con músicos amigos. En su siguiente trabajo, Siren islands (2018), cambió su sonido completamente hacia un ambient electrónico entre sintes aletargados y fragmentos decompuestos de poesía Urdu, con su voz flotando, desarmándose y fundiéndose en el telar sonoro del disco. “El Urdu toma vida en un lugar diferente de tu voz y de todo tu cuerpo”, contaba por entonces.
Pronto comenzó a sentirse incómoda con las referencias de la crítica a la personalidad mística de su música y temió quedar encasillada en las bateas New Age. “Soy más bien alguien que insulta muy seguido por cualquier cosa”, reía. Entonces comenzó a planear su golpe maestro. “Quería hacer un disco que hiciera justicia a esa poesía de siglos atrás pero donde la voz a su vez no se llevara todo el peso. Contar una historia en cuatro movimientos que convergieran en un sonido liviano y alegre, pero con un solo de sintes oscuro en el medio”, contó hace poco en referencia al entusiasmo de aquellos días en que sentía que había encontrado algo. Pero durante de la composición del disco golpeó la tragedia con dos muertes muy cercanas: su amiga escritora Annie Ali Khan y su hermano Mahter Aftab.
El disco cambió entonces de rumbo. Las piezas cobraron vida propia y Arooj se dejó llevar. Dedicó el disco a su hermano y le puso de nombre Vulture Prince, un poco bajo la idea de un personaje andrógino ficticio y un poco inspirada en la mitología de los cuervos mitológicos de los ritos funerales en las Torres del Silencio. “No quería caer en un lamento. Me interesaba crear esta figura mítica con algo de humor y algo de oscuridad”. Salvo por una suerte de dub luminoso -cuya letra es un poema del siglo XIII traducido al inglés y titulado “Last Night”-, el resto de las canciones avanzan en una atrapante épica hipnótica mientras reescriben la tradición con una instrumentación cercana al jazz y al pop experimental. Y la pieza central -esa que ella suponía más oscura, basada en un poema hindú del siglo pasado- terminó convirtiéndose en “Mohabbat”, la canción que le valió el premio Grammy y todo lo que llegó después. “Todo el mundo empezó a enloquecer con esa canción, entonces la volví a escuchar y pensé: ‘¡Mierda, quedó buena en serio!”, contó en una entrevista a la que se presentó con una remera con la inscripción “No estoy para servirle”.
Y entonces llegó Love in exile, el disco en colaboración que editó en los últimos días del mes pasado junto a los celebrados Ismaily y Vijay. “Admiraba a ambos desde mucho antes de encontrarlos”, contó la cantautora. A poco de conocerse armaron un trío y empezaron a presentarse en shows de improvisación en lugares pequeños de Nueva York. “De pronto fue como si hubiéramos creado esta cosa extraña que estaba destinada a existir”, contó Vijay, pianista, compositor y profesor en Harvard. Arooj apuntó: “No estoy segura de llamarlo improvisación. No es que nos turnamos para tocar solos ni nada de eso, fue más bien como ‘Bueno, lo que acaba de suceder va a ser el comienzo de la canción. ¿Cómo seguimos ahora?’ Simplemente nos divertimos, y de pronto nos encontramos con que teníamos un disco en el que nos permitimos explorar nuestras personalidades y neurosis creativas sin la presión de que surgiera algo de eso”.
Las letras del nuevo disco están basadas en reescrituras y traducciones libres de poesía medieval paquistaní. “A veces empezaba a cantar y ellos hacían que su música retrocediera un paso para darme espacio”, contó Arooj. “Eso es algo que odio. Enseguida me sale decirles ‘No me dejen sola que me aburro, ¡vengan a jugar conmigo!’ Y lo que salía de eso era una mezcla genial de confianza, escucha y creatividad”. El disco fue un sorprendente éxito, y en apenas una semana escaló al puesto número cinco de los más vendidos de jazz en Estados Unidos según Billboard. Sumado a eso, su canción “Udhero Na” -editada como bonus track en la reedición del sello Verve de Vulture Prince- le valió una nueva nominción a la categoría Mejor performance de música global, un eufemismo que pretendió sin demasiado éxito correrse de las críticas a la etiqueta World Music. Arooj, nuevamente, se mostraba agradecida a la vez que expresaba su disconformidad: “Es una etiqueta muy chica en la que sentaron a artistas muy grandes como Angélique Kidjo o Yo-Yo Ma”. El año que viene, contó, aparecerá un nuevo disco solista en el que ya está trabajando, siempre a partir de los mismos métodos creativos que llevaba adelante cuando era una desconocida para la industria: “Me encanta bajar a un bar y hablar con gente que no conozco, estar por estar y compartir esa energía de gente gritándose cosas delirantes. A muchos los inspira la soledad. A mí no. Lo bueno es que probablemente desde ahora pueda ser una artista de tiempo completo y quizás ya no muera de causas naturales detrás del escritorio de una oficina”.