La metáfora obvia, ya ramplona a esta altura, es vincular a Independiente con el infierno. Los medios abusaron de esa ecuación previsible tras la renuncia del periodista Fabián Doman a la presidencia. Ni infierno ni purgatorio, Independiente es un caos. El caos puede ordenarse en un tiempo; el infierno convive con la idea endemoniada de lo eterno. Este presente es la consecuencia lógica de un club manejado a control remoto por sus dirigencias. Aquellas que solo acertaron en su indisimulable intencionalidad política, valiéndose de una institución prestigiosa fundada hace 118 años.
La historia se repite con papel carbónico. Tiene la dimensión de una marabunta que devora todo a su paso. Antes con los sindicalistas Hugo y Pablo Moyano, ahora con precandidatos a gobernadores bonaerenses del PRO como Néstor Grindetti y Cristian Ritondo. ¿Son lo mismo? Puede que no. Pero en un club de fútbol parecería que sí.
Los miles de socios e hinchas reaccionaron con generosidad primero –asociándose, comprando abonos a plateas– y decantaron su expectativa incumplida en bronca, como ahora, que no dan más. Un amigo de Independiente me dice una frase que sintetiza la realidad: “Ahora hay un presidente interino, un técnico interino y un equipo que podría llamarse interino porque en condiciones normales sus titulares no jugarían”.
Independiente es un club endeudado, que necesita como mínimo 10 millones de dólares para tapar agujeros. A fines de marzo se conoció la sentencia en un juicio laboral de su ex futbolista Gonzalo Verón que lo condena a pagar 2.332.981.796 pesos, casi 6 millones de dólares blue. No gana en la Liga Profesional desde la primera fecha, el 28 de enero (contra Talleres 1 a 0 en Córdoba). Por último, en vísperas del clásico con Racing se quedó el mismo día sin el técnico que iba a contratar (el uruguayo Pablo Repetto) y sin su presidente.
En este panorama desolador, donde Doman esperaba el auxilio económico que nunca llegó –¿acaso de la política?– se razona puertas adentro y no sin temor, si Independiente no va camino a un nuevo experimento gerenciador. Un copy paste de lo que sucedió en su vecino de al lado cuando Blanquiceslete fue la pantalla del jeque etíope Mohammed Hussein Al Amoudi, el multimillonario del petróleo que puso la mayor porción del dinero a fines del 2000 para quedarse con Racing.
Todo es posible en un fútbol argentino donde sólo se escucha la voz de los socios en defensa de patrimonios que levantaron con sus propias manos. Ni el Estado, ni la AFA, ni las voces decentes de la política tienen en agenda la problemática de las sociedades civiles sin fines de lucro, en ocasiones muy mal administradas como pasa en Independiente. Su capital simbólico, deportivo y de infraestructura debería ser honrado de otra manera.