En tiempos en los que se diseminan las expresiones cargadas de odio de algunos personajes cuya intencionalidad política resulta evidente, es oportuno recordar de qué hablamos en psicoanálisis cuando hablamos de amor y de odio, dos de las llamadas “pasiones del ser” por Lacan. A ellas, le agrega la ignorancia.

Estas pasiones las sitúa como propias de un sujeto que padece de su falta en ser.

En su tesis de la clase del 30 de junio de 1954, de Los Escritos Técnicos de Freud, Lacan señala que las tres pasiones fundamentales sólo pueden inscribirse en la dimensión del ser y no en la de lo real. “Ellas responden al efecto primario del lenguaje, la falta en ser, y por lo tanto no refieren ni al saber inconsciente ni a lo real. Así se crean: “En la unión entre lo simbólico y lo imaginario, esa ruptura, esa arista que se llama el amor; en la unión entre lo imaginario y lo real, el odio; y en la unión entre lo real y lo simbólico, la ignorancia” (1).

En el amor, la relación con el ser es lo más fácil de observar. Colette Soler nos advierte que no debe confundirse con el deseo, aunque uno y otro puedan eventualmente unirse. Y cita a Lacan para subrayar que el amor se distingue del deseo, pues éste “es considerado como la relación límite que se establece entre todo organismo y el objeto que lo satisface. Pues su objetivo (el del amor*) no es la satisfacción, sino ser. Por eso, sólo podemos hablar de amor allí donde existe relación simbólica como tal” (2).

Lacan denunció la mentira del amor, sus ilusiones y sus impotencias. Pretende ser un don, “amar es dar lo que no se tiene”, la falta en ser, pero miente, porque el amor es demanda. “Amar es querer ser amado”. “El amor es demanda de ser, busca su complemento en la falta del otro, con la esperanza de hacer Uno. Ilusión que no quiere saber nada del destino que nos produce el lenguaje” (3).

En 1975 Lacan dice en R.S.I. que el amor delira cuando propone que un objeto determinado es su única respuesta de ser. “El amor es imposible. La serie es pesada: narcisista, mentiroso, ilusorio, cómico, imposible” (4).

El odio no es la contracara del amor, sino que apunta al ser del otro, y es por tanto más lúcido en su destructividad.

Más adelante, luego del seminario “ Aún” y en “Televisión”, Lacan mantiene su definición del odio. El odio apunta al ser del otro, “pero varía según las fluctuaciones del término ser... se desplaza del ser de la falta, el ser del sujeto, su deseo, al ser del goce sintomático y por último a su decir sinthome” (5).

En “Aún” señala que el odio “es justo lo que más se acerca al ser, que llamo el ex-sistir. Nada concentra más odio que ese decir donde se sitúa la existencia” (6).

El odio apunta a la unaridad compleja del otro, señala Colette Soler. “En el odio (la relación de afecto entre unaridades) es de execración, mientras que en el amor es de reconocimiento”.

Freud, por su parte, designaba como pulsiones agresivas a las pulsiones de muerte, dirigidas hacia el exterior, y cuyo fin es la destrucción del objeto. No abundaré en ello, pero el giro de 1920 con el Más allá del principio del Placer ha resultado decisivo para la especificidad de la práctica analítica, diferente a cualquier psicología. De allí en más, queda cuestionada y objetada para siempre cualquier ilusión humanitaria de bondad y solidaridad. Lo más genuino, íntimo e inconfesable es lo pulsional y, más precisamente, la pulsión de muerte.

Ahora bien, la pregunta que me formulo hoy es si las expresiones de odio, que digámoslo, no son una novedad en la vida política argentina (recordemos las pintadas que vivaban al cáncer tras la muerte de Eva Perón), son la manifestación genuina de una pasión del ser del ofensor, o son el modo en el que determinado sector de la sociedad elige para formar, consolidar, solidificar, una masa en función de la identificación devenida del hecho de compartir un mismo objeto de odio.

En cualquier caso, lo que el odio individual o colectivo suponen es la existencia de un Uno; un Uno al que ven como libre de toda falta en ser. Un Uno al que le suponen la capacidad de goce ilimitado. Un Uno al que no logran barrar, y por lo tanto anhelan aniquilar. Al mejor estilo del asesinato del padre de la horda primordial, apedrean, atacan e intentan asesinar a quien le atribuyen el poder absoluto reservado para sí y del que se sienten privados.

Es tan primitivo su accionar que no encuentran ni admiten límites en sus agresiones. Ni códigos implícitos que dicen que “hay cosas con las que no se jode”: la enfermedad, el dolor, la muerte.

El negocio exige sangre. Y sus mercenarios, anclados en sus pasiones odiantes cuyo origen individual va desde el despecho amoroso, hasta la atribución de la responsabilidad por la muerte de un ser querido, llevan a una gran parte del cuerpo social a odiar sin freno.

Las consecuencias que como país tendremos de tan desatada crueldad son imprevisibles.

Ni en lo individual ni en lo colectivo existe retorno cuando se traspasan los límites que la belleza, la convivencia democrática y el respeto por la otredad deberían sostener.

Andrea Homene es psicoanalista.


Notas:

1- Lacan, J. El Seminario: libro 1. Los escritos técnicos de Freud, Buenos Aires, Paidós, 1981.

2- Idem

3- Soler, Colette. Los afectos Lacanianos. Letra Viva. 2011

4- Lacan, J. El Seminario: libro 20. Aún. Paidós

5- Soler, Colette. Op. cit.

6- Lacan, J. El Seminario: libro 20. Aún. Op. Cit.

* la aclaración es de la autora.