Pocos charlan con desconocidos con la naturalidad de Anton Newcombe. Newcombe tiene 55 años y desde hace casi 30 está al frente de The Brian Jonestown Massacre, grupo de culto estadounidense que mezcla el brillo psicodélico de los '60 tardíos con la oscuridad racionalista de los primeros '80. Un grupo capaz de muchas cosas; entre ellas, de darle protagonismo a una pandereta.

Acaso como espejo de su creación musical, Newcombe nació en la soleada California, pero desde hace años vive en Berlín con su familia. “Hasta hace un rato estaba hermoso, ahora estamos esperando la lluvia acá”, comenta el frontman mientras se desplaza con el celular entre las paredes acolchadas de su estudio, donde pasa seis días a la semana. “Esta es mi casa también, compongo cada día, acá me puedo volver loco tranquilo”, concede.

The Brian Jonestown Massacre, que sufrió muchos cambios en su alineación y tiene en Anton un único miembro estable, vuelve a Buenos Aires para tocar el martes 18 a las 20 en el C Complejo Art Media (Av. Corrientes 6271). La excusa es presentar The Future is your Past, su disco más reciente, editado este año, que sigue con la tradición que el grupo forjó a mediados de los ‘90.

Conocido primero por su música y después por el poder de sus backstages (algo se puede ver en el documental Dig!, de 2004), el septeto regresa a la Argentina después de siete años. “Ensayamos como para poder sonar muy bien, y además me ocupo de decirle a todo el mundo que no la pase demasiado de fiesta, porque tenemos muchos vuelos y no quiero ir hasta allá sintiéndome mal. Odio eso. La fiesta tiene que ser al final, no al principio”, indica.

--¿Es una regla?

--Trato de hacerlo así. Cuando tenés que volar todos los días, no querés estar doblado. La otra vez volvíamos de Islandia a las 5 de la mañana y era como ver una película de zombies. Tenemos que ser profesionales. Alguien pensará que no debería decir eso, pero la gente es gente, tiene su vida, y cuando viajás, todo el mundo te quiere mostrar cómo pasarla bien, te ofrecen tragos, coca. Pero yo tengo mis propias reglas: no dejo que me inviten nada, porque si aceptara todos los tragos que me ofrecen, estaría muerto, como Jim Morrison. Entonces compro mis propios tragos y paro cuando es el momento. Tenés que seguir siendo vos.

--Acá se los recuerda por el show de cuatro horas que dieron en Niceto en 2016. ¿De qué se acuerdan ustedes?

--Antes de eso, habíamos tocado en el Lollapalooza. A muchos les encanta presentarse en esos grandes festivales porque se ve muy bien en Instagram y es rápido: tocás, te pagan y te vas. Pero en un festival así, si estás adelante de todo y te querés comprar un trago o ir al baño, no podés volver. A mí me gustan más las situaciones en las que la gente se puede relajar, ir a comprarse un trago y volver. En el concierto, me acuerdo de que la gente cantaba no sólo las letras, sino también las melodías. Creo que ahora estamos mucho mejor porque sostuvimos a los mismos músicos por más tiempo.

--En vivo suelen tocar más temas nuevos que viejos, incluso son capaces de resignar clásicos. ¿Va a ser así también?

--Lo interesante es que algunas de las cosas que tocamos son inéditas, muchas de nuestras mejores canciones no están en discos. No creo que haya una forma perfecta de hacer un concierto; especialmente cuando tenés tantas canciones, tenés que dedicarte a hacer algo que vos disfrutes para que la gente pueda disfrutar también. No podés complacer a gente imaginaria, y eso se hace mucho, tratar de componer un hit, ¿cómo sabés que va a ser un hit? Podés contratar a un buen productor que lo intente, pero tenés que hacer algo en lo que creas. No es que pienso: “Tenemos que tocar 3 ó 4 horas”, pero creo que sé cuál es el punto en el que ya fue suficiente.

--El último disco se ajusta a su estilo. ¿Cómo se mantiene la frescura?

--Creo que eso pasa cuando amás la música y la disfrutás. Cuando tenés una oportunidad en la vida de hacer algo para vos y que al mismo tiempo funcione para otra gente, es importante mantenerse fiel a esos valores. Prefiero eso a pensar sólo en hacer plata, o en ser un adolescente para siempre, o vivir en una fiesta de cocaína eterna. Esas son metas raras, es mejor si te mantenés como una persona sólida que hace lo que quiere sin importar lo que pase.

--¿Cómo sellaste esa conexión con la música?

--Cuando tenía unos 6 años noté que todo el mundo era infeliz. Buena gente, pero infeliz, porque no hacía lo que quería. La mayoría se pasa la vida así. Decidí que no quería ser ese tipo de persona, ni como mis padres ni como mis amigos, o nadie que hubiera conocido, y ese es un lugar muy solitario. Eventualmente, descubrís en el arte que no estás solo en ese sentido, que hay otros que también decidieron hacerlo a su manera. 

--¿Ahí entró la psicodelia?

--Siempre me gustó la música psicodélica de los ‘60, pero está basada en rockstars y leyendas que, a diferencia de lo que pasa con la música tradicional, no le mostraron a nadie cómo hacerlo. No podés ser Jimi Hendrix, no podés ser Paul McCartney, porque son únicos. Pero cuando mirás la música folk, el punk, incluso los dj, decís: “Esos tipos son idiotas, yo puedo hacer esto”. Me gusta compartir esa actitud con otra gente, no es importante estar en la tele, en revistas o entregas de premios, prefiero impulsar a la gente a hacer su propia música.


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