“Nadie quería al niño dengue. No sé si por su largo pico o por el zumbido constante, insoportable, que producía el roce de sus alas y desconcentraba al resto de la clase, lo cierto es que en el recreo, cuando los chicos salían disparados al patio y se juntaban a comer un sánguche, conversar y hacer chistes, el pobre niño dengue permanecía solo, adentro del aula, en su banco, con la mirada perdida, fingiendo que revisaba con suma concentración una página de sus apuntes, para disimular el inocultable bochorno que le producía salir y dejar en evidencia que no tenía ni un solo amigo con quien hablar”.
El comienzo de La infancia del mundo (Anagrama, 2023) de Michel Nieva (1988) tiene reminiscencias de El niño proletario, el relato donde Osvaldo Lamborghini dio cuenta de la dominación por clase social que, en la literatura y en las existencias, se suelen expresar como violencia sobre los cuerpos y, perdiendo toda capacidad de metáfora, como violencia sexual. A su vez, en la descripción de Nieva pueden verse reflejadas e identificadas infancias de cuerpos anómalos, de identidades alternativas al paradigma heteronormativo. Esa afirmación se refuerza cuando, al crecer el niño dengue se metamorfosea en la niña dengue y luego en la mami.
La novela transcurre en el siglo XXIII en un mundo, donde, merced al calentamiento global y a la mano destructiva del ser humano bajo el modo de producción capitalista, los deshielos crearon un Caribe Pampeano y otro Antártico, con sus consiguientes virus expandidos por todas partes. De este novedoso verano eterno -e incluso de sus virus- se aprovechan los de siempre: los que acumulan el dinero.
¿Cómo surgió la idea de la novela?
Michel Nieva: Hace unos diez años, yo repetí con una carpa y a dedo el viaje que hizo Lucio V. Mansilla en su famosa excursión a los indios ranqueles con la idea de escribir un diario de viaje. Empecé al revés, en Victorica, donde antiguamente estaba el imperio ranquel y Mansilla se encuentra con Mariano Rosas. El viaje se truncó porque cuando llegue a Río Cuarto, una tormenta de granizo me rompió la carpa. Entonces me había quedado todo un material escrito, digamos, de archivo. Cuando me propusieron desde la revista Vice que publicara un cuento, decidí utilizarlo metiendo ese archivo en un videojuego. La novela y el videojuego “Cristianos vs indios” transcurren en los mismos territorios que el relato de Mansilla. A eso hay que sumarle que, cuando me propusieron el cuento había una ola de calor y quise pensar las maneras en las cuáles el capitalismo utilizaba políticamente el verano como parte de su maquinaria lucrativa y explotadora.
¿Por qué apelar al género de la ciencia ficción y por ende al futuro para narrar violencias que suenan tan actuales?
M.N.: La ciencia ficción puede distorsionar tanto el presente que paradojalmente uno lee violencias extremas y reconoce violencias de la actualidad. Los lenguajes de la ciencia ficción me permiten maniobrar con mayor libertad sobre los textos literarios canónicos sobre los cuales trabajo: Lucio y Eduarda Mansilla, Sarmiento, Lamborghini… A su vez, la ciencia ficción me sirve para pensar la historia argentina y la violencia ejercida de manera indiferenciada sobre cuerpos y territorios de manera atemporal. Me permite pensar la violencia que aparece como un virus que no nace ni muere, sino que está en una latencia que adquiere formas de violencia raciales, patriarcales, clasistas. Las violencias no reparadas como la ejercida sobre los indios en la denominada conquista del desierto pueden ser pensadas como virus que, en tanto tales, se activan o desactivan. Por eso, puede homologarse la conquista del desierto a otras violencias actuales. Hay gestos análogos en la conquista del desierto, los rugbiers que se “cargan” un negro como trofeo o los grupos que salen en camionetas a cazar mapuches. Por eso en el texto se junta el futuro violento del siglo XXIII con sus Caribes Antártico y Pampeano y en el videojuego se sucede la conquista del desierto.
¿Qué relación guarda esta novela con tus dos novelas anteriores: “Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos (2013) y Ascenso y apogeo del Imperio Argentino (2018)?
M.N.: En los tres tomo hechos de violencia del pasado de Latinoamérica para mostrar las violencias del presente. Desde la conquista de América hay un proceso en el que tecnologías y discursos producen una indistinción entre cuerpos y territorios: ambos son mercancía de extracción equivalente. Exploro la literatura del siglo XIX, originaria para intervenirla en sus orígenes de exclusión y violencia. En las anteriores era principalmente la literatura gauchesca. Es lo que hizo de manera excepcional Gabriela Cabezón Cámara en Las aventuras de la China Iron.
¿En qué cuestiones basaste la decisión de que una parte importante de la novela se narre desde un videojuego y que el videojuego impacte sobre el lenguaje de la otra narración?
M.N.: Al ser una novela sobre el impacto climático, o sea al narrar el tiempo de un planeta, implicaba temporalidades que no son humanas, sino geológicas. La literatura está llamada a narrar tiempos humanos. Por eso, la novela moderna narra los tiempos del yo, de la familia. Es un dispositivo que no está acostumbrado a grandes temporalidades. Para eso precisaba de otros lenguajes que distorsionen lo literario: el Museo de Ciencias Naturales, los videojuegos, los mapas con los cambios cartográficos que forman parte de la novela. Las referencias literarias argentinas aparecen en un videojuego que transcurre en el desierto del siglo XIX. Hoy los videojuegos son maquinarias centrales en la producción de subjetividad de la infancia como en otro tiempo lo eran el cine, la literatura o la televisión.
¿Cómo entran en juego los recursos literarios para la construcción de las sexualidades y los géneros? ¿Por qué uno de los personajes principales empieza siendo niño dengue, después niña dengue, después mami…?
M.N.: La novela es un gran cruce transgénero, en todo sentido. El género literario se cruza con los lenguajes virtuales y el de los videojuegos. Quería que se llamara el niño dengue para aludir a El niño proletario de Lamborghini, pero mientras iba investigando sobre la enfermedad descubrí que los mosquitos que transmiten el virus son hembras. Entonces, el niño dengue para transmitir el virus necesita transformarse en la niña dengue. Siempre me interesó pensar sexualidades y géneros ambiguos que vayan más allá de los límites de lo real. Me interesan los espacios de hibridez sexual, es decir sexualidades que impliquen lo no humano, el encuentro interespecies. Por un lado, en los videojuegos, en las tecnologías y en los cambios climáticos aparecen nuevas identidades sexuales, nuevos géneros no binarios y más allá de lo no binario, otras criaturas y juguetes sexuales. Por otro lado, están los discursos de los millonarios capitalistas que venden esa fantasía de que van a salvar a la humanidad. Eso está arraigado en una base tradicional y patriarcal: la del macho salvador del planeta.
¿Por qué el hincapié de la novela en la infancia?
M.N.: Me interesaba la infancia como una etapa que se considera que es todo futuro, que el futuro no existe.