“Sin la presencia del otro, la comunicación degenera en un intercambio de información: las relaciones se reemplazan por las conexiones, y así solo se enlaza con lo igual”. Así reflexiona el filósofo surcoreano (radicado en Alemania) Byung-Chul Han sobre estos tiempos que están atravesados por la hegemonía del algoritmo y de los likes. La psicosis es total. Y una doble tilde azul o una notificación en el momento indebido pueden alterar la rutina de modo permanente.
De eso, y un poco más, habla No me llames, la última obra de la dramaturga y directora Mariela Asensio que podrá verse desde esta semana todos los viernes a las 22, en el Teatro del Pueblo (ubicado en Lavalle 3636). Interpretada por Vanesa Butera, María Figueras, Paola Luttini y Pablo Toporosi, la pieza pone en sobre el escenario cuatro “breves tragedias virtuales” que invitan a indagar acerca de la adicción a las pantallas.
Una pareja discute por WhatsApp. Tres amigas intentan sobrellevar el desamor a través de las redes. Un matrimonio separado intenta ponerse de acuerdo vía Zoom. Y un grupo de amigos busca concretar un encuentro presencial. Así, con canciones, sensibilidad y humor, la propuesta construye personajes e historias desopilantes afectadas por la virtualidad.
“La obra pone el foco en lo vincular”, anticipa Asensio en diálogo con Página/12. “Estamos atravesando una realidad en la que el esquema básico de comunicación está totalmente roto. Hay una homogeneización del discurso, y eso lo expresa muy bien el tema de los audios de WhatsApp que ahora se pueden adelantar, lo que implica que ya no podemos detenernos a escuchar al otro. Y eso, sumado a los algoritmos que te muestran solamente lo que vos querés ver, y a la discusión reciente acerca de la inteligencia artificial, hace que sea urgente problematizar estas cosas”, profundiza la directora.
-¿Cómo surge la idea de escribir No me llames?
-Siempre que escribo lo hago desde la no superación de las cosas. Todos los temas que abordo me atraviesan porque los padezco. Y me gusta problematizarlos, no porque los tenga superados sino todo lo contrario. Y hace ya mucho tiempo que me vengo preguntando por los problemas actuales que tenemos con la comunicación, porque siento que estamos viviendo en una era de la hiperconexión absolutamente tóxica.
-¿Qué cosas te inquietaban, particularmente, del uso que hacemos de la tecnología?
-Mi generación nació en un mundo analógico, entonces yo viví la transformación. Y empecé a darme cuenta del nivel de toxicidad que la virtualidad tenía en mi vida y en mis vínculos, y cómo esto generaba una serie de malos entendidos y una falta de registro de la otredad. Eso me empezó a angustiar. Y empecé a leer al filósofo Byung-Chul Han, que me parece que es el filósofo que mejor está leyendo este momento en el mundo, porque no sólo me interpela el tema de la hipercomunicación existente sino que tampoco puedo evitar cuestionar el discurso neoliberal extremo del éxito y de autosuperación que está tan en auge en las redes. Ahí el mensaje que está muy presente es que todo depende de vos, y que si vos querés, podés.
Este autor lo expresa muy bien cuando habla de que lo más terrible de esta época es que somos nuestro propio tirano, y por eso no tenemos ante quién rebelarnos. Y en ese sentido, el capitalismo ganó todas las batallas, porque logró que seamos nuestro propio patrón explotador y que a la vez creamos que nos estamos superando y que somos libres y podemos elegir.
-Pareciera que vivimos una gran paradoja, porque estamos cada vez más conectados, pero cada vez menos comunicados.
-Esa es la síntesis perfecta de lo que esta obra expresa. Cuanta más conexión hay, menos comunicación existe. Es tan grande la problemática que no la estamos viendo porque, de alguna manera, estamos sobreadaptados. Estamos frente a una situación en la que desaparece la otredad. Ya no nos comunicamos con otras personas sino con nuestro propio espejismo.
- Es a lo que se refiere Byung-Chul Han cuando habla del efecto igualador de la comunicación virtual.
- Claro. Porque, en ese contexto, deja de aparecer la diversidad y todo se vuelve igual. La síntesis del audio de WhatsApp acelerado unifica los discursos, y eso hace que todos hablemos de la misma manera. Y lo que se pone en juego ahí también es la ansiedad. Hay ansiedad para todo: para escuchar, para emitir un mensaje, o para responder. Y ahí lo que se deteriora es nuestra salud mental.
-¿A qué responde esta dependencia de los dispositivos electrónicos?
-Creo que, en el fondo, esto ocurre porque no podemos conectar con la fragilidad y con la angustia existencial. Hay algo que tiene que ver con evadir todo el tiempo el aquí y ahora. Y todas estas cuestiones hacen que nos disociemos, porque en la disociación no hay peligro, no hay miedo ni angustia. Y, por el contrario, todo lo que implica encontrarnos con la humanidad de otros, en un punto, nos expone a un sufrimiento. Buscamos evadir eso porque vivimos en una era de positivismo casi psicótico. Pero nadie puede llegar a ese ideal de felicidad. Por otro lado, hay un montón de mercados poderosísimos que sólo trabajan para que no nos podamos despegar del teléfono. Eso es muy fuerte. Las redes sociales tienen como única finalidad comprar nuestra atención para vender publicidad.
-No obstante, en este tiempo de hiperconectividad, actividades como el teatro y la música en vivo atraviesan un buen momento y reciben cada más audiencia. ¿Cómo evaluás ese fenómeno?
-El sector está en un buen momento. Sin embargo, en otro tiempo de la historia el teatro fue muy masivo y hoy se convirtió más bien en una actividad de culto, y de nicho. Creo que comparada con el total de la población, la cantidad de personas que acceden a una sala para ver una obra es ínfima. Pero de todo el modo el teatro va a seguir existiendo, porque tiene algo irremplazable, a diferencia de cualquier otra manifestación artística. Y hay gente que todavía necesita conectar con ese tipo de experiencia.