ENFRENTAR Y LIDIAR CON EL CONFLICTO
Los ejemplos de violencia racista ejercida por la policía sin motivo, los hombres que golpean a sus parejas femeninas hasta dejarlas inconscientes en respuesta a un conflicto co- mún y el asesinato masivo de civiles cuando tienen lugar ac- tos de resistencia contra condiciones intolerables son actos de injusticia extremos pero cotidianos. Cuando ocurren estas crueldades, la situación ya está completamente fuera de control. Por esa razón, en este libro me interesa examinar el fenómeno de la sobredimensión del daño cuando comienza, en su etapa previa como Conflicto, antes de que escale y explote en tragedia. El desastre se origina en una reacción desmedida inicial al Conflicto y luego se intensifica hasta el nivel grave de Abuso. Es en la etapa del Conflicto que esos futuros horribles todavía no son inevitables y pueden resolverse. Una vez que estalla la crueldad, y tal vez la violencia, es demasiado tarde. O al menos requiere un nivel de reparación que está fuera de alcance de lo que muchos de nosotros haríamos sin aliento y apoyo. El conflicto, después de todo, está enraizado en la diferencia y las personas son y siempre serán diferentes. Con la excepción de los desastres naturales, que no son causados por fechorías humanas, la mayor parte del dolor, la destrucción, el desperdicio y el abandono de la vida humana que creamos en este planeta y más allá es consecuencia de nuestra reacción desmedida ante la diferencia. Esto se expresa a través de nuestra resistencia a enfrentar y resolver problemas, que es una negación abrumadora a cambiar la manera en que nos vemos a nosotros mismos para hacernos responsables. Por lo tanto, cómo entendemos el Conflicto, cómo respondemos al Conflicto y cómo nos comportamos como espectadores frente al Conflicto de otras personas determina si tenemos o no justicia y paz colectiva.
En el centro de mi visión está el reconocimiento de que, por encima de todo, es la comunidad que rodea un Conflicto la fuente de su resolución. La comunidad tiene la responsabilidad crucial de resistir la reacción desmedida ante la diferencia y de ofrecer alternativas de comprensión y complejidad. Tenemos que ayudarnos unos a otros a iluminar y contrarrestar la sobredimensión del daño en lugar de usarlo para justificar la crueldad. Sugiero que tenemos una mejor oportunidad de interrumpir el dolor innecesario si articulamos nuestra responsabilidad compartida en la creación de alternativas. Buscar métodos de resolución colectiva de los problemas hace que estos saltos trágicos y destructivos sean más difíciles de lograr. Las personas que están siendo castigadas por no hacer nada, por tener conflictos comunes o por resistirse a situaciones injustificadas necesitan la ayuda de otras personas. Si bien hay muchas excusas para no intervenir en un castigo injusto, esa intervención es, sin embargo, esencial. Sin esas formas de intervención en las que la mayoría de las personas teme comprometerse, esta escalada no puede ser interrumpida.
En otras palabras, debido a que no cambiaremos nuestras historias para integrar las razones conocidas de otras personas e iluminar las que les son desconocidas, no podemos resolver los Conflictos de una manera productiva, equitativa y justa. Por eso nosotros (individuos, parejas, grupos de afinidad, familias, comunidades, naciones, pueblos) muchas veces pretendemos, creemos o afirmamos que el Conflicto es, en cambio, Abuso y por lo tanto merece castigo, es decir, que la sola diferencia de otra persona se tergiversa como un ataque que luego justifica nuestra crueldad y nos lleva a renunciar a la responsabilidad de cambiar. En consecuencia, la resistencia a esa falsa acusación de abuso se ubica como justificación adicional de una crueldad aún mayor disfrazada de “castigo”, a través de la base ilógica de negarse a rendir cuentas y a reparar.
Mientras que las personas son castigadas en todos los niveles de las relaciones humanas por no hacer nada, por Conflictos comunes y por resistencia, simultáneamente tenemos la abrumadora actualidad de la violencia y el Abuso real. Existe una enorme literatura que analiza y cuantifica la violencia y el Abuso real. Hay movimientos políticos como Black Lives Matter y Palestine Solidarity que responden a esta violencia y Abuso real. Y, a nivel individual y familiar, existe una significativa Industria de la Recuperación, desde el punto de vista financiero y cultural, con libros, podcasts, videos, talleres y una amplia variedad de practicantes y técnicas de sanación. Debido a que tanto el discurso sobre la violencia y el abuso real como el proceso de recuperación ya están integrados en el ámbito comercial y cultural, no voy a repetir esa información acá. En cambio, en este libro estoy buscando algo particularmente diferente. Sin minimizar de ninguna manera el papel de la violencia en nuestras vidas, observo, simultáneamente, cómo una retórica intensificada de la amenaza que confunde el no hacer nada, el conflicto común y la resistencia con el abuso real ha producido una práctica generalizada de sobredimensión del daño, que se expresa a menudo en el “rechazo”, una resistencial a hablar en persona con otro ser humano o grupo de personas, y que utiliza la exclusión de su información, la obstrucción activa para que una persona sea escuchada, y la pretensión de que esta no existe. Estoy examinando la afirmación inexacta de “abuso” como sustituto de la resolución de problemas. Dejo en claro cómo esta desviación de la responsabilidad produce una separación innecesaria y perpetúa la ansiedad mientras provoca crueldad, rechazo, castigo inmerecido, encarcelamiento y ocupación. El título de este libro, El confficto no es abuso, recomienda la responsabilidad mutua en una cultura que reacciona poco ante el abuso y sobredimensiona el conflicto. Me motiva separar los fenómenos culturales de sobredimensión del daño del daño mismo, porque esta separación es necesaria para conservar las protecciones y reconocimientos legítimos otorgados a la experiencia de la violencia y la opresión real. Este libro ofrece muchos, muchísimos ejemplos que espero ayuden a clarificar las consecuencias negativas de fusionar el Conflicto con el Abuso.
PUEDE OCURRIR UN CAMBIO POSITIVO
Debido a que participé, contribuí y fui testigo de cambios de paradigma progresivos, sé por mi propia experiencia de vida que, si bien la perfección es inalcanzable, un cambio positivo siempre es posible. La resolución no significa que todo el mundo sea feliz, pero puede significar que menos personas sean culpadas por un dolor que no han causado o que se las convierta en receptáculo de las ansiedades de otras, un hecho que habilita que menos personas sean deshumanizadas por falsas acusaciones. O, como sugiere Matt Brim, que cuando estamos en el ámbito del Conflicto podamos pasar de una construcción basada en la lógica del abuso, que implica los lugares de victimario y víctima, al reconocimiento más preciso de los involucrados como partes en confficto, cada una con preocupaciones y derechos legítimos que debe ser considerados para producir una resolución justa.
Al comienzo de la epidemia del sida, las personas con VIH se encontraban entre las más oprimidas del mundo. Además de la opresión por raza, geografía, clase, género y sexualidad, se enfrentaban a una enfermedad terminal para la que no se conocían tratamientos. No tenían leyes de protección, ni servicios, ni representación, y no recibían compasión. Sus vidas no importaban y su pronóstico era un sufrimiento constante y una muerte masiva inevitable. Millones sufrieron y murieron sin cuidado, consuelo o interés, vilipendiados por crueles proyecciones, negligencia, exclusión y culpa injustificadas. Fueron sistemáticamente rechazados, sus experiencias y puntos de vista fueron excluidos de manera brutal de la política, la representación, las costumbres culturales dominantes y la ley. Fui testigo de primera mano de esto.
Sólo cuando las personas con sida y sus amigos intervinieron contra el statu quo y forzaron el fin del rechazo forzando una interacción a través de escraches, sentadas, organización de agendas, acciones, interrupciones, cierres, denuncias, investigaciones y movilizaciones, se empezaron a hacer progresos sistémicos. El Estado teorizó esta indeseada insistencia por un trato adecuado como un acto de violación, calificándola de “conducta desordenada” en lugar de resistencia, una ilegalidad a ser sancionada y estigmatizada. Rechazaba a las personas con sida y, por lo tanto, no escuchaba lo que tenían para decir sobre cómo estaban siendo tratadas. Como resultado, se produjeron miles de detenciones de personas que intentaban salvar vidas, muchas de las cuales lucharon apasionadamente hasta el día de su muerte. En otras palabras, fue el maltrato y el rechazo hacia las personas con VIH lo que produjo su ilegalidad. Si el poder público las hubiera invitado a sus despachos y les hubieran dicho: “Acá tenemos un conflicto. Por lo tanto, debemos sentarnos juntos y resolverlo”, no habrían tenido que ejercer la desobediencia civil, razón por la que ellas y sus simpatizantes fueron arrestados por la policía. Fue el rechazo institucional lo que las forzó a hacer eso. Fue ese rechazo inmoral lo que las criminalizó.
Hoy entendemos que los actos de resistencia de esas personas fueron necesarios, heroicos y socialmente transformadores; que el hecho de que se les prohibiera hablar no significaba que estuvieran obligados a obedecer esas órdenes injustas. Como consecuencia, la experiencia de ser seropositivo ha cambiado drásticamente para muchos, aunque en absoluto para todos. La actitud, el trato, las leyes, la opinión pública, la responsabilidad social y la representación se han transformado de manera significativa. Los dos obstáculos principales que existen ahora son el estigma y la economía: la codicia de las farmacéuticas y las industrias del cuidado de la salud en un contexto de capital global. Lo que queda por abordar es una cuestión de voluntad política para que los tratamientos efectivos existentes puedan extenderse a todos, al margen de su nacionalidad, ubicación geográfica o clase social. Hoy se cierne un estigma renovado de criminalización del VIH. Se basa en las dinámicas fundamentales abordadas en este libro: la combinación de Conflicto y Abuso, y la sobredimensión del daño como justificación de la crueldad, incluso cuando los cambios radicales de actitud y la experiencia del VIH evolucionan simultáneamente.
(...)El cambio requiere conciencia para impulsar una transformación de actitud. Una vez que hay un atisbo de conciencia, esto implica que hay lugar para hacerse cargo de las injusticias y, por lo tanto, puede existir una responsabilidad consecuente para su solución, que debe expresarse a través del comportamiento y no sólo del sentimiento. Sin embargo, como se aprendió con la crisis del sida, un cambio de actitud significativo, aunque habitado por muchos, es impulsado por una masa crítica, una pequeña y diversa colección de individuos con una intención enfocada y una acción efectiva que están a la altura de las circunstancias para cambiar literalmente nuestras mentes.
En el verano de 2014, el pueblo palestino de Gaza fue masacrado por los israelíes frente al abandono mundial. Hoy en día, las personas de Palestina, instrumentalizadas como chivos expiatorios, se encuentran entre las más victimizadas y, en general, entre las más atacadas del mundo. Observo cómo su sufrimiento y asesinato en masa se propaga a través de penetrantes representaciones deshumanizadas que las posicionan falsamente como “peligrosas” cuando, de hecho, son quienes están en peligro y necesitan desesperadamente una intervención externa. Aunque en este libro cito extensamente las voces de los palestinos de la Palestina Histórica y la diáspora, quiero comenzar con un artículo que la periodista judía Amira Hass escribió en julio de 2014 en el periódico Haaretz dirigido a sus connacionales israelíes:
Si la victoria se mide por el éxito en causar un trauma de por vida a un millón ochocientas mil personas (y no por primera vez) que esperan ser ejecutadas en cualquier momento, entonces la victoria es tuya y se suma a nuestra implosión moral, la derrota ética de una sociedad descomprometida con la autoindagación, que se revuelca en la autocompasión sobre los vuelos pospuestos de las aerolíneas y se pule a sí misma con el orgullo de sentirse iluminada.
Hass identifica los elementos clave encontrados en muchas formaciones de grupos supremacistas, ya sean familias, camarillas o naciones. Es lo que el canadiense Jude Johnson ha llamado “meritocracia, derecho, mente enemiga”. Un grupo merece el derecho a no ser cuestionado y tiene derecho a deshumanizar al otro a quien malinterpreta como “amenaza” mientras utiliza esta distorsión como motivo de autocomplacencia, indiferente al dolor que causa y a las consecuencias negativas de largo plazo de sus acciones.
Si bien cada contexto tiene sus especificidades, recuerdo cuando las personas con sida eran universalmente tratadas como parias peligrosas, intrínsecamente culpables, acusadas de ser depredadoras, excluidas, silenciadas y amenazadas mientras se les negaba el derecho a la investigación, protección o, incluso, a cierta amabilidad, por lo que eran condenadas a sufrir y morir de a millones. Muchos de mis amigos se encontraban entre aquellas. Muchos más son perseguidos de por vida por el espectro de ese sufrimiento.
Entiendo que no se puede hacer una comparación directa, sólo la resonancia de la memoria histórica, pero sé que la persecución, la experiencia de muerte masiva y el abandono de los palestinos, justificados en sintonía por un mismo tipo de representaciones falsas, afirmaciones injustas de Abuso, proyecciones de un Trauma causado por otros, ideologías supremacistas e interpretaciones distorsionadas, pueden ser transformados. Pero primero estas construcciones tienen que ser reconocidas. Cualquier dolor que los seres humanos sean capaces de crear puede ser trascendido. Pero tenemos que entender lo que estamos haciendo. Esta transformación también requiere una masa crítica, un grupo pequeño, eficaz, centrado e inspirado de personas que puedan combinar un pensamiento moral claro con la asunción de responsabilidad expresada a través del desafío directo a la brutalidad y la acción organizada. Puede ser un pequeño grupo de amigos conscientes que ayude a una persona que está confundiendo Conflicto con Abuso a encontrar alternativas. Pueden ser dos miembros de una familia que no adhieren a un modo de enjuiciamiento poco ético interpretado falsamente como “lealtad”. Puede ser una vanguardia de activistas en una ciudad o un estrato minoritario del mundo que objeta la victimización e interviene para generar cambios. En una sociedad, esto puede ser tarea de unas pocas miles o inclu- so cientos de personas. En la vida de una persona, o en la vida de una familia o comunidad, pueden ser dos amigos.
(…)
Sin embargo, una y otra vez, la obstinación por estar en lo cierto y la negativa a ser autocrítico se expresan como una forma de dominio que depende de la capacidad para evitar o excluir a la otra parte. Aquellos que buscan justicia a menudo organizan a sus aliados para forzar modos de contacto, conversaciones y formas de negociación. Tratar de crear puentes de comunicación es casi siempre la lucha más difícil para aquellos que son falsamente culpados. Y movimientos enteros están estructurados en torno al objetivo de obligar a una parte a enfrentarse a la realidad de la otra y, por lo tanto, a enfrentarse a sí misma. Por supuesto, esta lucha de poder sobre si las partes opuestas pueden hablar o no es una enorme cortina de humo que cubre el problema real, la esencia de lo que necesitan hablar, a saber, la naturaleza y la resolución del conflicto.