Hacía rato que no se oía hablar de populismo, pero se largó la campaña y ya aparecieron los detractores y los que lo demonizan porque no tienen nada mejor que proponer. ¡Sos un populista! ¿Yo, señor? Sí, señor. No, señor…
A mí siempre me gustó esa palabra, sobre todo porque han tratado de empiojarla hasta hacerla incomprensible. Por algo debe ser. En lo que a mí respecta, si me señalan como parte de algún populismo, me siento halagado. Ya sé que muchos van a decir que es mejor esquivarle a esa palabra, pero usar con orgullo el adjetivo con el que pretenden insultarte es una forma de devolver la pelota, como cuando te dicen "negro cabeza" y vos aprobás con risas y te sentís parte de eso, aunque a veces sólo conozcas esa realidad por los libros o las teorías.
Si uno investiga el origen y el sentido de la palabra se choca con un pastiche de ideas y justificaciones que rozan el delirio. Probablemente se esté usando como insulto desde casi siempre, desde que algún gobierno intentó favorecer a la mayoría, a veces con herramientas “para la popular”, algo demagógicas. Pero, incluso esto parece mejor que favorecer a un grupito y dejar a la mayoría de la gente a la intemperie.
Y, para confundir, los medios llaman populismo a cualquier cosa. Trump populista, Putin, Bukele. Si le ponés un mismo nombre a tantas cosas diferentes, es como no ponérselo a ninguno. Hasta le dicen populismo a un grupete de nazis. En mi diccionario, los nazis son nazis. Incluso los nuestros usan la palabra populismo para hacerse los finos ante otros más grasas. Es que dentro del populismo también hay categorías, a no asustarse. No es lo mismo un populista con biblioteca que otro orgulloso de su colección de El Gráfico, aunque estemos todos dentro de esa mayoría.
Hagamos desde acá una pequeña contribución a una definición más o menos definitiva de la palabra y su sentido. Y a comerse un choripán de premio. Digamos que ser parte del populismo es como ir a la popular de la cancha. Aunque uno desee ir a la platea cara porque los asientos son mejores, no tiene para pagarla, no será bien recibido y allí no hay tipos como uno. Los que son como uno están en la popular. Sencillo, ¿no?
Esto no significa que uno no lo haga el día que pueda. Pero siempre será sapo de otro pozo, un intruso. Claro que también están los que son o se hacen los populistas hasta que se pueden comprar una 4 X 4 o un piso en Chetolandia. Ahí dejan de ser populistas y comienzan a hablar de Harvard y de la Bolsa de Tokio como si fueran el café de la esquina.
Una posibilidad para reconocer a un buen populista es analizar el dosaje de choripán en sangre, porque un buen populista prefiere un choripán a un paté de fuá. En esto hay zonas grises, pero seguro que no le interesa comer en un restaurante para giles donde sirven comida molecular cocinada en pipetas y tubos de ensayo y los platos se llaman “boudin noir mediterránea con bouquet de especias y nux de Macadamia” cuando en realidad es una morcilla dulce.
Contrariamente a lo que se piensa, el populista sabe de política, pero más sabe de los problemas que lo rodean. Tiene los pies en el barrio, como dice la canción. No tanto en los libros. Porque los libros políticos, y la publicidad que los rodea, suelen estar escritos por el enemigo. Sí hojea las contratapas en las librerías, pero más para burlarse que para buscar fundamentos a su ideología.
¿Qué ideología define a un populista? Básicamente cree en la felicidad de la mayor cantidad de gente posible. Ya eso lo deja afuera de ciertos partidos y activismos. El populista debe estar donde hay gente, mucha. Pueblo, aunque esta es otra palabra bastardeada por los dueños de los diccionarios y que se volvió confusa desde que la derecha junta mucho “pueblo” en sus marchas.
¿Se puede ser populista y además otra cosa? Sí, claro, pero a la hora de elegir, el populista debe elegir la opción que favorece a la mayoría. Si no, es un careta. Y probablemente a la larga o a la corta, traicione el destino de esa mayoría. No vale poner ejemplos porque hay uno diferente cada día.
Un buen populista dice a menudo “no sé” y “no me importa”. No se hace el culto. De esa forma no lo podés correr con estadísticas o novedades teóricas floja de papeles y en general venidas del extranjero. “¿Sabés lo que dice el último libro de Zizek?”, preguntó el periodista. “No, y no me importa” contestó el populista.
Pero a la vez, el populista responde siempre de forma correcta y con alto nivel teórico e incluso poético. Ante un insulto solapado o una argumentación forzada, tan propia de la publicidad o del periodismo vendido, el populista podría contestar sin inmutarse: “que te recontra”, “empardame ésta” o “a llorar al cementerio”. Mejor aún es: “no me vengas con tonterías progres”. Por eso el verdadero populista no cree en ciertos ecologismos colonizados. Ah… descree de las ONG, por las dudas.
El populista es como las cucarachas. Te sobrevive a las bombas atómicas. Es como si dijera: populista que huye se te aparece en la próxima choripaneada. Pero es que en realidad es cierto aquello de parece que se están peleando pero en realidad se están reproduciendo. Si no fuera así, no lo estarían combatiendo todo el tiempo.
Es que en este populismo está la gente como uno y un poco más también. De ahí su importancia. Porque otras palabras cierran las tranqueras y esta la abre para dejar pasar a personas que no entrarían si el cartel dijera “se acepta solo gente de izquierda”. O “se aceptan solo peronistas de Perón”. O “se aceptan solo progresistas”, etc.
Ya sé que muchos de ustedes piensan diferente, pero yo los quiero igual y ya les tengo un choripán listo en la parrilla. Traigan chimichurri que está caro.