-Yo trabajaba en Delta. Pagaban hasta el triple por jornal. Cuando cerró me hicieron varios análisis porque creían que estaba contaminado. Había mucho trabajo. Mi viejo era técnico en los barcos de YPF Flota. Tres veces lo acompañé recorriendo los ríos. Era maravilloso. Veía los monos en las ramas de los árboles que estaban en la orilla. Debe haber pocas personas que vieron algo así. Pero no pude seguir sus pasos. Ese país ya no existe más – cuenta el remisero que vive en la ciudad histórica de San Lorenzo, a menos de treinta kilómetros al norte de Rosario.

La fábrica de pigmentos Delta fue una de las primeras que cerraron a fines de los años ochenta, recién recuperada la democracia y estaba ubicada en Puerto General San Martín. A partir de entonces, los años noventa se caracterizaron por las fábricas paralizadas y ejércitos de obreros que dejaban en silencio y entre lágrimas aquellos lugares que durante años habían alimentado a sus familias. La desocupación y la pobreza se multiplicó por tres en la región y gran parte del país. El otrora cordón industrial más importante de América del Sur, después de San Pablo, devino en el ex cordón industrial del Gran Rosario.

El gobierno nacional de Carlos Menen, al igual que la administración de Carlos Salinas de Gortari en México, implementaron el llamado "Consenso de Washington", la demolición del estado nacional a favor de intereses corporativos locales y extranjeros. El estado colonizado a favor de pocos fue también la herramienta cómplice del desarrollo de otros negocios paralelos que ya venían desde los tiempos del terrorismo de estado como el narcotráfico y el contrabando de armas.

Aquel trabajo permanente de la región aludido en las imágenes evocadas por el remisero se ubica entre los años sesenta, setenta y parte de los años ochenta.

Lejos de buscar una certeza científica, habrá que decir que los años sesenta y setenta, coincidentes con el desarrollo laboral y existencial del cordón industrial del Gran Rosario y del departamento San Lorenzo estuvieron atravesados por los vientos de transformación de la revolución cubana, el compromiso de los sacerdotes del tercer mundo, la liberación sexual, los avances científicos, los viajes espaciales, el boom literario latinoamericano, el rock, el folklore contestario y la conciencia antimperialista. Semejante ebulición cultural y social generaron las experiencias guerrilleras en distintas naciones de América del Sur en particular y del Tercer Mundo en general.

En esa década del sesenta el gobierno de los Estados Unidos fomentó el consumo de sustancias supuestamente prohibidas: la cocaína y la heroína para promover el espíritu beligerante en sus generaciones jóvenes que fueron enviadas a Vietnam y luego la marihuana como necesidad de sosegar los ánimos luego de la derrota. Políticas públicas para impulsar el consumo de cocaína, heroína y marihuana generadas por la principal potencia del mundo.

Ante la irrupción de los movimientos de liberación latinoamericanos, Estados Unidos impuso la doctrina de seguridad nacional y las peores dictaduras que se conocieron en el continente, con métodos de torturas enseñados en un primer momento por los franceses y luego por los norteamericanos.

Los estados terroristas, por otro lado, dejaron de lado las consignas de los movimientos nacionales que promovían la independencia económica y tomaron la bandera de la economía financiera por encima de la productiva. Ante la necesidad social, entonces, llegó el turno de la sumisión permanente, la deuda externa. Los años ochenta fueron los tiempos de las democracias de baja intensidad que retornaban en los países del sur y también los días de la deuda eterna.

En los noventa, como ya fue dicho, vinieron los gobiernos populares entreguistas, los que colonizaron el estado en todas sus dimensiones al servicio de grupos privados extranjeros o locales. Le llamaron neoliberalismo y globalización. La desaparición de los deseos emancipadores, sean económicos, políticos, culturales o sociales.

Pero también fomentaron los negocios ilegales de permanente flujo de dinero fresco: el narcotráfico y el contrabando de armas. Negocios dobles porque no solamente trajeron consumismo e individualismo exacerbados si no también el control social sobre las juventudes del continente. El imperio y los grandes empresarios no querían que se repitiera la conciencia revolucionaria de los años setenta. Doble negocio, económico y político. Y apareció la teoría de la doctrina de seguridad hemisférica. Ahora el enemigo no era el comunismo si no el narcoterrorismo.

En los agujeros negros que dejaban los planes de cierres de empresas en los barrios de las grandes ciudades industriales de Sudamérica florecieron los controles territoriales a través del tráfico de armas y drogas.

Las economías informales no bajaron nunca del cuarenta por ciento por lo que la economía ilegal siguió creciendo en forma paralela al manejo de los resortes fundamentales de los pueblos en manos ajenas a los intereses de las grandes mayorías populares.

Hacia la segunda década del tercer milenio, la construcción del sentido común a través de la infocracia o el dataísmo que propone la tecnología de la comunicación por celular comenzó a bombardear la conciencia popular para encorsetar cada vez más a la política como simple gerencia de los intereses de los dueños del poder económico.

Las violencias urbanas, consecuencias de los negocios mafiosos impunes, pusieron en evidencia la superficialidad de los análisis y las medidas que suelen tomar los partidos todavía mayoritarios del continente.

El narcotráfico y el tráfico de armas son funcionales al desarrollo del capitalismo y del neofascismo.

La tercera década del tercer milenio nos debe encontrar siendo protagonistas de una construcción política desde lo cercano a lo lejano, desde adentro hacia afuera.

 

Para que cada piba y cada pibe tengan una verdadera oportunidad existencial en estos saqueados pero siempre resistentes arrabales del mundo.