Junto a Pedro Pascal, Alain Johannes es el artista chileno más conocido e influyente en la compleja estructura del American Way of Life. Sin embargo, el músico santiaguino, quien se convirtió en figura icónica del rock alternativo parido en la costa oeste de los Estados Unidos a partir de los años noventa, tiene otra perspectiva al respecto. “Yo soy de culto, mientras que Pascal es conocido por todo el mundo”, despacha al otro lado del WhatsApp. “Si bien es cierto que fui parte de muchas bandas y aparecí en un montón de discos, la mayoría de la gente no lo sabe. Debe ser por mi carácter. Aunque no deja de parecerme gracioso. Soy de una época en la que sabía lo que pasaba porque leía todos los artículos y la información que traían los vinilos. Ahora en el mundo digital, a pocos les interesa conocer. Salvo por algunas excepciones. Hay un vacío enorme de información”.
-¿A qué se debe tu bajo perfil?
-Soy una persona a la que le gusta el contexto, ser miembro de algo: una familia, una pareja o una banda. Me gusta la idea de que todos juntos logremos hacer algo grande, sin pensar en ganancias económicas o en la popularidad. Es cierto que hay muchos músicos que saben llevar la fama, pero conozco a otros a los que les complica el asunto de la creación.
-Sos un artista multitasking. En los casi 100 discos de los que fuiste parte, aparecés como multiinstrumentista, compositor, productor e ingeniero de sonido. ¿De qué depende la elección del rol?
-Mi rol lo veo como un pedacito de un holograma. Todo se desprende de mi experiencia de 54 años en la música, porque empecé temprano. Me interesé en cada aspecto porque sabía que estaban todos conectados. La grabación, la producción, el arreglo y la interpretación de diferentes instrumentos… Eso me fascinaba, al igual que la parte psicológica.
-¿Eso qué significa?
-Cómo me sentía yo cuándo me producían o me grababan. Si la cosa fallaba, me sacaba de onda y me quitaba la inspiración. Cuando trabajo con alguien, intento ser una parte invisible del proceso.
De las incursiones de Johannes en la capital argentina, la más recordada fue cuando se subió al escenario del Lunar Park, en 2014, en calidad de acto de apertura de Queens of the Stone Age: proyecto del que ha sido parte de manera itinerante, y con el que llegó a grabar los álbumes Songs for the Deaf (2002) y Lullabies to Paralyze (2005). En esa ocasión, así como en sus otros desembarcos porteños, siempre se presentó con su proyecto solista. Y este sábado, en Uniclub (Guardia Vieja 3360), a partir de las 19 hs, no será la excepción. “Iré con mi trío chileno”, adelanta. “Con Cote Fonseca (batería) y Felo Fonseca (bajo y teclados) nos conocemos desde que éramos niños. Entre fines de los 90 y los 2000, coincidimos en Dracma". En 1999, el grupo de nü metal lanzó un único album, titulado de forma homónima, luego de que Gustavo Santaolalla los reclutara para su discográfica Surco.
Aparte de tocar el tema que grabó con Mike Patton (“Luna a Sol”), la canción que hizo con Dave Grohl (“A Trick With No Sleeve”) y el repertorio de su ex grupo Eleven, Johannes repasará frente al público local sus discos en solitario. En especial el último, Hum (2020). Este trabajo está inspirado en el covid-19, virus que contrajo antes de que se desatara la pandemia. “Ser uno de los primeros casos es una distinción dolorosa”, revela. “Después de girar por Europa y de producir a una banda de rock gótico muy buena llamada The Devils, visité a PJ Harvey en Londres. Al volver a Los Angeles, me sentía agotado. Es lo que me pasa cuando termino una gira. Pero ese malestar empeoró. Me dieron antibióticos, y no funcionó. Me hicieron imágenes, y me dijeron que tenía algo raro en los pulmones. Era covid. Los corticoides me salvaron. Me levanté para componer y grabar ese disco”.
Hum está notablemente influido por la impronta melancólica del cantautor estadounidense Mark Lanegan, prócer del grunge y socio musical de Johannes, quien no pudo zafar del coronavirus en febrero de 2022. “Todavía no lo supero”, se sincera el músico que en mayo próximo cumplirá 61 años. “Estuvimos hablando prácticamente todas las semanas, y estábamos planeando su próximo disco. El salió de Los Angeles para comprarse una casa en Portugal, donde íbamos a grabar ese material. Pero quedó atrapado en Irlanda (terminó muriendo en ese país), y ahí sobrevivió a cinco semanas de coma. Es difícil superar algo así. Estuvo tantas veces al borde del peligro, por su uso de las drogas y todo eso, que pensamos que no lo logaría. El tenía tanta fuerza que creyó que podía resistir las secuelas del covid, y eso lo dejó muy frágil. No se cuidó lo suficiente después de que despertó”.
-A diferencia de tus otros discos, este es el más sombrío.
-Está inspirado en mi batalla contra la muerte. En los tres meses que estuve en cama, aún no se conocía el covid. Casi me mató. Como respuesta a eso, experimenté una energía vital. Cada día que terminaba una canción, me imaginaba cómo sería la próxima. Así que compuse, grabé y mezclé una canción por día, durante 12 días. Y con mucha ayuda de Mark Lanegan. El me dio la energía para poder lograr ese disco. Aunque tiene canciones que hablan de Natasha (su esposa e integrante de Eleven, murió en 2008), de Chris (Cornell, se suicidó en 2017) y de mi papá (el cantante Danny Chilean, fallecido en 2014), el foco estuvo puesto en seguir adelante. Experimenté una depresión muy fuerte. Por eso me vine a Chile antes de que nos encerraran.
-Aparte de Lanegan, el año pasado murió otro amigo y colega tuyo: Taylor Hawkins, quien dio su último recital en Argentina con Foo Fighters.
-Es como un mismo hilo: una cosa se suma a la otra. Pero no es que necesito deshacerme del pasado. No lo niego, sino que a partir de la pérdida busco algo interesante. Una nueva vida.
-Si a esto sumamos el trauma que vivió Josh Home, cuando un recital de su banda Eagle of Death Metal se tornó en uno de los blancos de los atentados de París en 2015. Vos más que nadie puede constatar la fragilidad emocional a la que se expuso el rock. Antes parecía un género inquebrantable. ¿Qué rescatás de esto?
-La inspiración para el arte sucede cuando lo lindo y lo feo conviven. Todo lo que tiene que ver con la dualidad sirve para desarrollar algo nuevo. No se puede negar una parte sobre otra. Uno como artista puede imaginar situaciones que no vivió para tratar de entenderlas y comunicarlas a través de la música. La pérdida de Natasha sólo pude superarla con la ayuda de Josh. El intuyó que algo me iba a pasar, que no iba a poder superar eso. Por eso me agarró para ser parte de la producción de Arctic Monkeys (se refiere al disco Humbung, de 2009, donde fue ingeniero de sonido). Al año siguiente, regresé a Chile, luego de 46 años, para conocer a mi papá.
-A partir de ese reencuentro con tus raíces, ¿cómo te llevás con tu biculturalidad?
-Nací en 1962, y mi abuela me llevó en el 63 a Suiza. No regresé hasta el 2010. En ese momento, tenía 48 años. Antes de eso, toda mi vida se basó en Estados Unidos, Inglaterra y el rock. Al volver, me reencontré con mi familia, con los músicos y con la política. Aún me siento un observador. Sentirme cien por cien parte de algo que no viví es difícil, pero trabajo en ello.