Juanungo no es ningún desconocido en la historieta argentina, aunque recién a fin de mes llegará un libro con su nombre a las bateas. Es, de hecho, uno de los artistas del medio más vendidos. ¿Cómo se da esa paradoja? Es que Juanungo es el nuevo nombre artístico de Juan Sáenz Valiente, uno de los dibujantes más destacados –para muchos, el mejor- de la generación que empezó a despuntar a comienzos de este siglo. “Todo es por un tema técnico: en Francia los apellidos compuestos como el mío llevan un guión en el medio, entonces nunca entendían que ‘Sáenz Valiente’ era todo un apellido, pensaban que uno era el nombre y el otro el apellido, o al revés, y lo combinaban de las maneras más creativas posibles salvo la correcta”. Con ese nuevo nombre firmó allá un álbum de los Donjon, la célebre saga de Joann Sfar y Lewis Trondheim, que tiene en cada edición un dibujante invitado. “Eso fue un re golazo porque es un libro que sabés que de entrada va a vender entre 8 y 12 mil ejemplares, y con esa espalda ahora va a salir El animador, pero como autor integral”, cuenta. Justamente El animador llegará a las bateas locales de la mano de Hotel de las Ideas hacia fines de este mes y el dibujante lo anticipa en exclusiva para Página/12.
El peso identitario del cambio de nombre resulta profundamente simbólico en cuanto se advierte que El animador está dedicado a su padre, Rodolfo “Rufo” Sáenz Valiente, un pope de la animación publicitaria argentina y autor de Arte y técnica de la animación, un manual que aún hoy sigue formando a los estudiantes de la disciplina. “Sacarme el nombre fue liberador –reconoce Juanungo-, y aunque no lo hice por eso, me vino bárbaro”.
“El que me entrenó como dibujante fue mi viejo y en un ambiente de cine de animación. En publicidad vos siempre cambiás de estilo y te adaptás a lo que te piden. Necesitás una mano muy moldeable. Cuando yo era chico, la productora de mi viejo dibujaba desde el conejito de Nesquik al diablito de Orbis, o desde algo abstracto hasta algo realista. El estilo en ese sentido era un enemigo, un estilo te anclaba. Lo loco es que cuando tuve que hacer el Donjon, tenía que tener algún estilo icónico que lo convirtiera en ‘mi’ Donjon, porque es una serie con guionistas fijos pero cada libro tiene un dibujante invitado diferente. La gracia es que es la visión de ese dibujante. Te dejan hacer lo tuyo y tu visión del mundo. Y yo tenía mi mundo, pero lo había esquivado a nivel consciente siempre”. La paradoja del caso es que por el enorme nivel y expresividad que tenía, sus trazos hacían fácilmente reconocible cualquier página suya. “Siempre intenté esquivarlo, pero ahí le tuve que hacer frente a eso que era el estilo, que siempre había sido un pecado, un vicio, una repetición. Tuve que reconocerlo y hacerme amigo. En ese sentido, para ser Juanungo me cambiaron las cartas del juego”.
-¿Por qué hiciste El animador?
-Claramente alude a los últimos días de mi viejo, que empezando 2006 murió de cáncer. Yo me fui a vivir con él para cuidarlo todo ese 2005 en que se le complicó la salud de una manera irreversible. Eso fue lo que inspiró el libro. Pero es una historia que quedó guardada y finalmente la escribí en pandemia. El encierro y no poder irme a Francia me vino bien para ponerme al día, digitalizar todos los archivos de mi viejo, sus pelis en 35mm y sus fotos. Así encontré un montón de archivos que yo sabía que existían por relatos orales de mi padre y sus amigos, pero que nunca había visto. Capaz escaneaba algo y era “uh, esto él...” Por ejemplo, me había contado de un amigo que había conocido haciendo un camión para una caravana de cigarrillos Kent, un camión camuflado como atado de cigarrillos. El amigo de mi viejo era el encargado de pintar la marquilla y mi viejo hacía la instalación eléctrica del camión. Todo eso hizo que escribiera el guión, que salió como una patada, en una o dos semanas lo escribí entero. Se ve que llevaba diez años pensándolo pero nunca me había sentado a escribirlo, más que alguna escena suelta. En ese momento tenía poca objetividad, pensé que era una porquería escrita para hacer catarsis. Al mes lo leí y estaba bien, tenía algo.
-¿Qué querías contar?
-Son esas ideas si uno las dice en voz alta... suenan grasas. Pero hay una parte muy linda que es la de cómo trasciende uno, cómo uno va más allá de un cuerpo que se pudre. Esta historia la dejé decantar porque no estaba seguro de tener una historia interesante qué contar. Después me di cuenta de que iba más allá de un homenaje a él, incluso en la historia no se habla de su obra. Es más lo que cuenta del qué pasó ahí.
-Desde Me estoy quedando pelado estás profundizando en un registro biográfico o semibiográfico, más allá del realismo de Sudestada, por ejemplo. ¿Por qué este interés?
-No sé, pero se me pianta por ahí. Igual hago trampa porque no llego a la autobiografía. Está muy cerca pero pongo la excusa de que es autoficción. Siempre le tuve repeluz a ese mundo porque tenía miedo de caer en algo muy ególatra. Muchas veces la autobiografía parece una excusa para hablar bien de uno, tirarse flores a uno mismo. No sentía tampoco que mi vida fuera tan interesante.
-El animador no es un registro estrictamente biográfico, es más bioficción.
-Claro. Está "inspirada". Incluso, yo no estoy en el libro. Hay partes que cambié al servicio de que sea más rico el universo de la ficción, prioricé que la trama sea buena antes que fiel a la realidad. Pero al estar basado en algo que viví, es muy sólido en su verosimilitud.
-Hay un tema central vinculado al legado del protagonista.
-Sí, ahí hay un mensaje muy fuerte para mí. Incluso se puede interpretar que soy el enfermero que cuida a mi padre, aunque mi figura está repartida en todos los personajes. Y la historia es sobre el legado que me deja mi padre, pero no hablo del legado en sí.
-Tu padre fue una figura para la animación. ¿Cómo fue convivir con eso?
-Para mí fue fuertísimo, pero después me di cuenta de que yo sólo me creía esa película. Sí, mi viejo era muy importante en el mundo de la animación o para mí era una eminencia, pero después me di cuenta que salía a la calle con él y nadie lo conocía. Imaginate qué jodido si sos dibujante que tu viejo sea Carlos Nine o Alberto Breccia. Pero después das un paso afuera y son simplemente parte de un submundo. Son figuras de nicho. Entonces es el peso que uno aprendió a darle por el entorno. Mi viejo tampoco tenía tanto peso autoral: tenía mucha técnica dirigiendo, pero era más un apasionado de resolver temas con engranajes. Por suerte, yo no tenía tanta sombra como autor, como pueden tener los Breccia o los Nine.
-Su laburo igual aparecía en todas las casas después.
-Pasaba eso con mi viejo. Yo los veía trabajando y de repente eso desaparecía, hasta que un día estabas jugando y escuchabas un ruidito conocido. Capaz yo había escuchado el audio, porque en animación primero grabás el audio y después hacés la imagen. Entonces tenía fragmentos sueltos, pero no es como ahora, no lo veías editado. Antes filmaban en la cámara a un cuadro por vez, después a una lata, cuarto oscuro y se mandaba a la Panamericana Cine Color a revelar. Capaz pasaba un mes y cuando te habías olvidado, escuchabas alguna palabra o sonido familiar, y salías corriendo a verlo en la tele, a pedir que nadie cambie de canal, porque duraba un pedo. También quería contar la alegría de ver el laburo terminado y al mismo tiempo era una metáfora de lo que me pasó con el libro de mi viejo. Del mismo modo que ese manual era el legado de todo lo que aprendió a lo largo de sus años de profesión, que quería transmitir a los futuros alumnos, y que yo terminé de supervisar cuando se murió.
-Mencionaste al enfermero. ¿Cómo pensaste ese personaje?
-Está inspirado en un verdadero enfermero que vino a cuidar a mi viejo. No tengo fotos suyas, pero para mí era igual a ese que dibujé, con el pelo lacio y que no se llevaba nada bien con mi viejo. Y era muy boludón; mi viejo se encabronó y no quiso que fuera más.
-Al final no es tan boludón, capaz más ingenuo o quedado, pero tiene mucha buena voluntad
-Ahí sí me puse mucho. Yo como hijo de mi viejo me saqué de la historia y me desparramé en los personajes, pero en el enfermero está lo que me pasó, que es ese momento en que pasás de ser cuidado a ser el cuidador, que tenés que ponerte los pantalones largos y hacerte cargo de la situación, y es un momento rarísimo. El enfermero es boludón pero tiene que dejarse de boludear y ser adulto. Fue lo que me pasó a mí.
-Igual no es un coming of age esta historieta.
-Yo intenté que no lo fuera. Al menos desde lo superficial. Pero quizá desde la lectura puede pasarle a algún lector.
-Todo el pasaje sobre la morfina habla de cómo se lidia con el dolor. ¿Qué querías trabajar ahí?
-Esa es la parte terrible, la que me traumó. Ver a un ser querido que se rompe del dolor y no podés resolvérselo... es lo que me llevó a contar eso. Hay dos clisés, uno mientras se atraviesa la enfermedad, otro cuando falta poco para que muera. Son “lo importante es que no sufra” cuando te dicen “así ya no tiene sentido que siga viviendo”. Recién los entendí cuando viví eso. Y sí, es verdad, pero cuando llega el momento y tenés que ser vos el que toma la decisión... Nunca te dicen que sos vos el que lo mata, pero vos das la orden. Y no sé por qué, pero contarlo en la historia me resultó muy liberador. Dibujar al tipo que se desgarra de dolor y no podés hacer nada, y el momento en que no les queda otra que enchufarle la endovenosa y mandarle todo por ahí, me hizo bien. Pero tampoco quise hacerlo de manera catártica. Busqué que tuviera otro sentido porque sino, ¿para qué enchufarle eso al lector que, pobre, no tiene nada que ver y se come un garrón? A veces leés cosas que te hacen mierda y decís "¿por qué me contás esto?". Yo quise ir más allá de eso.