Una instantánea del presente. Esa podría ser una definición para entender la esencia de Pistas (2023), el nuevo disco de la cantante y compositora Liliana Vitale. En este caso, la artista se ocupa de interpretar canciones de autoras y autores contemporáneos, desde Palo Pandolfo hasta Florencia Ruíz, pasando por Edgardo Cardozo, Nora Benaglia, Juan Quintero, Pablo Dacal, Perotá Chingó, Georgina Hassan y Ezequiel Borra. “Sí, todo es siglo XXI”, afirma Vitale sobre el recorte temporal de estas obras. “Fue una necesidad porque yo venía de grabar un disco con mi hermano, Uanantú (2016), en el que grabamos canciones que hacíamos cuando éramos chicos”, explica. “Entonces, necesitaba volver al presente y al futuro, dar un volantazo. El universo me empezó a mandar todas estas canciones que fueron como señales en el camino”. La presentación del disco será este domingo a las 20 en Café Berlín (Av. San Martín 6656).
La grabación del disco fue a través de tomas en directo en el patio de la casa familiar de San Telmo durante tres días de diciembre. El repertorio se fue armando a partir de una serie de conciertos que la cantante brindó en Pista Urbana. “Estos conciertos sirvieron para tocar las canciones y ponerlas en performance. Ahí pude probar las canciones, hacer arreglos, descartar, ir buscando de qué se trataba el repertorio que se estaba armando. De esta manera, el nombre del disco tiene que ver con las pistas que nos llevaron a buscar y encontrar el material”, cuenta. La grabación y producción general estuvo a cargo de Lito Vitale y el disco cuenta con un registro audiovisual dirigido por Juan Belvis. El ensamble sonoro que la acompaña está integrado por Facundo Guevara en percusión, Guido Martinez en contrabajo y Alejandro Manzoni en piano.
“Cada uno de los músicos tiene un lenguaje, un sonido”, resalta sobre el trío. “Las canciones no están producidas o arregladas ni hay una partitura, sino que a partir de estos bocetos se fueron desarrollando los climas y los lugares de las canciones”, sostiene Vitale sobre el sonido que encontraron en vivo. “Fue bastante urgente la realización, fue un disco rápido. Grabamos y filmamos con el piano hermoso de mi hermano en el patio. Fue rápido porque eran esos días en medio del Mundial. Hay algo de la urgencia que me gustó, porque es como una instantánea. Inclusive en algunos momentos es como una foto movida: te muestra el presente de lo que estamos tocando. Eso es lo que me gusta del material. Y por supuesto las canciones, porque básicamente son pistas de entrenamiento para el canto. Y este desafío de toda la vida que es liberar la voz, liberar el canto, ver qué pasa en ese camino”.
-¿Cómo llegaste a este repertorio?
-Las canciones se me fueron acercando en el camino de la vida por diferentes motivos. Por ejemplo, el placer de escuchar a Pablo Dacal tocando acá en una clase "El corazón es el lugar" y sentirla propia desde el primer momento que la escuché. Otras se fueron arracimando a partir de un espectáculo que hicimos con Facundo Guevara llamado "Me caigo y me levanto", porque partí de un texto de Julio Cortázar. Entonces, esto de caer y levantarse empezó a generar una pregunta en donde venían canciones a hablar de eso, como "A pique" (Juan Quintero) o "Vamos a levantarnos para ver las flores del jardín" (Edgardo Cardozo). Tuve lo imperioso de cantar esas canciones para curarme yo. Las canciones sirven para llegar a lugares profundos del alma en donde ninguna otra cosa llega. A "Reverdecer" (Perotá Chingó), por ejemplo, la puse en mi talla, en mi medida.
-¿En qué sentido?
-Porque tiene el sustrato de lo que habita toda la búsqueda de estas canciones. "Para avivar el fuego/ no me falte el aire/ Mi voz sea la herramienta/ cuando el trabajo sea reverdecer", dice la letra. Y eso me atraviesa, porque es lo que hago, no solo como cantante sino también como profe. En varias oportunidades me retiré de la profesión de cantante para abrazar la vocación de docente y seguir aprendiendo y teniéndome paciencia como artista. Porque muchas veces sentía que el modo de profesionalizarse estaba dado de una manera que no me servía como artista. Entonces siempre tengo esta cosa medio amateur que no quiero soltar ya a esta altura del partido. No sé hacer productos vendibles y esas cosas. Quizás me hubiera gustado que me saliera de otra manera pero me sale así. Uno asume lo que es y ama con más paciencia y comprensión esos lugares que a veces uno tiene tan tironeados consigo mismo.
-¿Qué tiene que tener una canción para que elijas cantarla?
-Formar parte de las preguntas del momento. Porque hay canciones que están cerca y que me encantan, pero no se fueron quedando en este camino. La pregunta es cómo haremos para rehabilitarnos y atender la salud y la enfermedad. En definitiva terminé agrupando canciones que después de ver el material me di cuenta de que estaban hablando de curarse en salud. No estaban hablando de la enfermedad en sí, sino que eran canciones para curarse. Como un bálsamo; me indicaban el camino, la pista, ese plano del tesoro, una señal para ver cómo cicatrizar mejor. De algún modo cataliza una sensación: ya sabemos un montón sobre la enfermedad.
-¿A qué te referís concretamente cuando hablás de curación?
-Siento que es bastante colectivo lo que me pasa. Las heridas individuales están curadas, fueron atendidas. Pero me parece que en el plano colectivo no; nos falta ese lugar. Y siento que las canciones emergen desde ese lugar donde empatizo con lo colectivo. No son problemas personales como sucedió en otros discos. Es una mirada de una persona de 64 años: sabés que todo pasa, que nada es tan grave excepto la muerte. Entonces, hay menos drama en un punto. Y a la vez no por eso negar lo que realmente está lastimado. Hay que seguir trabajando en la trama cercana de lo que estamos construyendo desde la salud. Cuidar al que amás, al vecino.
-En este disco, versionaste “Fe”, de Palo Pandolfo. ¿Tuviste una cercanía en el último tiempo con él porque grabó Siervo (2021) en el estudio de San Telmo con tu hijo, Juan Belvis, no?
-Sí, estuvo cerca. Venía un montón, hablábamos mucho y a lo largo de la vida también habíamos tenido muchos encuentros cercanos y hermosos. Fue un golpazo tremendo su muerte. Mi hijo estaba trabajando con él. Son esas cosas que te ubican. Y cómo también las formas de irse hablan de cada uno. Cómo el tipo vivió hasta el último instante, no paró, no pijoteó nunca. Y su contundencia, en sus palabras, en su voz. Juan siempre le decía que tenía ganas de orquestarlo o de desnudarlo a veces. Porque Palo a veces ponía demasiado, pero alcanzaba con la guitarra y algo más.
-¿Y por qué te resonó esa canción?
-Porque del disco, que lo empecé a escuchar un montón, esa canción me quedaba intravenosa. Hubo semanas enteras que la tenía de fondo. Primero me atrajo la canción, esa magia entre letra y música pero que no sabés todavía bien qué dice. Pero cuando empecé a ver qué decía me sentí absolutamente ahí en ese Conurbano profundo. Yo soy del Conurbano y ese es un lugar de la identidad muy fuerte. Lo que cuenta Palo ahí es una ceremonia muy vital, aunque hable del velorio y de la muerte.