Alrededor de las ocho y cuarto de la noche de ayer, el resultado final –favorable a Michel Temer, primer presidente (pese a ilegítimo) a ser denunciado por comprobada corrupción durante el mandato– parecía claramente cantado. Temer necesitaba 172 de los 513 votos de la Cámara de Diputados para zafar de ser investigado por el Supremo Tribunal Federal, instancia máxima de la justicia brasileña. Y a aquella altura de la votación, los favorables a Temer rondaban esa marca.
La verdad es que el resultado final era esperado. Lo que se discutía era hasta qué punto Temer lograría una ventaja suficiente como para neutralizar las otras dos denuncias que enfrentará en la Cámara de Diputados en las próximas semanas.
Y era esperado porque Michel Temer, viejo conocedor de todas las debilidades de sus excelencias, los señores diputados, sabía cómo manejarlos. Temer siempre ha sido un diputado de escuálido peso electoral pero de obesa negociación. Supo, como pocos, enredar a colegas de escasa importancia y consistencia para alcanzar sus objetivos. Por “enredar” entiéndase comprar.
Asociado al ex presidente de la Cámara y actual presidiario Eduardo Cunha, distribuyó recursos para campañas electorales, además de coimas por doquier, haciendo con que los favorecidos, una vez electos, se tornasen esencialmente deudores.
Alzado a la presidencia gracias a un golpe institucional contra la presidenta legítima Dilma Rousseff y sus 54 millones 500 mil electores, Temer distribuyó promesas como quien esparce violetas al viento. No cumplió con ninguna, excepto la que anunciaba la unión de todos los brasileños: hoy día, 95 por ciento están rigurosamente en contra de su presidencia, y 83 por ciento piden su alejamiento y la realización inmediata de elecciones.
Para lograr superar el primer pedido de apertura de investigaciones en la corte suprema, lo que implicaría su inmediato alejamiento del sillón presidencial, Temer supo lucir su único talentos: maniobró para modificar la formación de la Comisión de Constitución y Justicia de la Cámara, encargada del análisis inicial, distribuyó alrededor de 43 millones de dólares en ‘enmiendas parlamentarias al presupuesto’ de los que infiltró en el grupo, y obtuvo un voto favorable que fue llevado ayer al plenario.
Para avanzar en el blindaje, hizo con que 14 de sus ministros, que también son diputados, pidiesen licencia por un día y retornasen a la Cámara para poder votar en su defensa. Uno de ellos, Antonio Imbassahy, del mismo PSDB del senador Aécio Neves, principal cabecilla del golpe institucional, y del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, su principal avalista, dejó la secretaría de Gobierno, volvió a la Cámara y se pasó toda la jornada de ayer negociando la liberación de recursos a cambio de votos. Así de simple: se acercaba a un colega, preguntaba cuánto era lo que estaba pendiente de liberación, y listo. Un escandaloso mercado de compra y venta no de conciencias, que en este caso no existen, pero de votos.
Sin embargo, los problemas de Michel Temer, el ilegítimo, no terminaron ayer. El gobierno está virtualmente en quiebra. Ayer mismo se supo que todas las becas del Consejo Nacional de Investigaciones científicas y tecnológicas serán suspensas por falta de recursos, que el déficit fiscal será elevado por proyecto de ley, que faltan recursos para imprimir libretas de contratos laborales, para hospitales federales, en fin, falta dinero para lo que sea, excepto para ‘enmiendas al presupuesto’ presentadas por diputados comprables.
Ese el gran problema de Temer: acostumbrado a los negociados que siempre le beneficiaron, puede que en las próximas denuncias le falten recursos para seguir comprando votos.