Rosario volvió a ser sede del festival de jazz, una cita anual de altísimo nivel artístico que congregó a una multitud ávida de disfrutar una síntesis del enorme universo que se produce en la ciudad. Exponentes de tres generaciones compartieron, en Sala Lavardén, el quehacer cotidiano que deja el sabor a un género que está muy vivo, firme y parado esperando la oportunidad -y que sólo le falta un empujoncito, como el que le dio este encuentro- para posicionarse como una plaza fundamental dentro de la escena argentina. A lo largo de dos noches ofreció, a un público maduro en la escucha y abierto a nuevas búsquedas, una paleta sonora que abrazó la miscelánea que hace tan rico al género: desde aquellas de raíz tradicional pasando por piezas camarísticas de improvisación libre, hasta sesiones intimistas de piano solo, música contemporáneo con reminiscencia de soul y música negra, y expresiones donde la fusión tomó la delantera.

Si el Festival de Jazz de Rosario 2023 se pudiera describir exclusivamente con palabras y sin el cuerpo presente en comunión con otras y otros, se trataría de decir que se está ante un hecho artístico con miles de formas posibles: la melodía sensual que ofrece la cualidad de elevar la mente, de crecer a cada compás, de promover diálogos armónicos, de generar conversaciones improvisadas y a buen ritmo, de unir a las personas mediante el swing, de animarse a nuevos horizontes, de hacer bailar las ideas corriendo los límites, y de contar historias del pasado que marcaron la vida pero también las propias que lo hacen ahora en el presente.

Ministerio de Cultura/Gustavo Villordo

Un poco de los allá y otro poco del acá, músicas sintetizadas en expresiones con sentido propio y poético: desde aquellas con reminiscencias neoyorquinas y de Nueva Orleans a otras de Rosario como marca e inspiración de una época que también apuesta por contar en primera persona mirando a su entorno con autores y autoras que, incluso más, sobrepasan los orígenes del género animándose a ropajes tímbricos del mismísimo litoral.

Músicas de jazz de raíz tradicional -pero con arreglos modernos-, en la primera de las dos veladas del Festival, ofreció el Helio Gallo Septeto con enorme virtuosismo a cargo de su líder y una banda de músicos académicos de tres generaciones -con puntos altos en la línea de vientos- que mostró un repertorio de consagrados con picos en obras de Charlie Parker y un blues de Earle Hagen titulado “Nocturno de Harlem” que fuera parte de la serie “Mike Hammer”, además de dos temas del propio pianista, indiscutible figura del jazz argentino: “Dejémoslo para más tarde” y “Regresando a casa”. “No tengo habilidad para ponerle títulos a las canciones”, dijo entre risas el músico de 91 años antes de tocarlas y llevarse los aplausos de cientos de jóvenes que le siguen, festejan y ovacionan en cada interpretación.

Ministerio de Cultura/Gustavo Villordo
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La velada del viernes abrió antes con Gustavo Telesmanich Grupo quien basó su repertorio en canciones propias de corte intimista e instrumental referenciadas en la naturaleza y la espiritualidad. Postales de una narración sonora sutil que comenzó con “Alas” hablando sobre el desplazamiento en vuelo de un ave, pasó por “Despertar”, en relación a los amaneceres para ir luego in crescendo en intensidad rítmica ofreciendo una paleta de colores y climas hacia “Otro plano”; ya en “Ventana de Oriente”, haciendo un homenaje a esas culturas que a Telesmanich le inspiran valores que lo identifican, para cerrar con “Centro”, un tema sobre la necesidad de buscar estados de equilibrio.

Habiendo transitado estos ambientes, el cierre de la primera de las dos jornadas en Sala Lavardén, no podía ser menos y llegó de la mano del Euge Craviotto Quartet donde la líder de Mamita Peyote sacó a relucir otras pieles, un tanto desconocidas para el público general, que se corren de aquellas que expresa cada fin de semana con su banda insignia, mostrando aquí un repertorio híbrido de canciones contemporáneas de rock -así como de grunge con puntos fuertes en la reinterpretación de “Creep” de Radiohead- en clave de jazz contemporáneo, soul, y rhythm & blues. Justamente sobre éste último género logró pasajes de altísima factura técnica e interpretativa gracias al trabajo de una voz dúctil, expresiva y vibrante que, apoyada en una sólida banda, se reveló libre y natural dentro de la música negra que le sienta tan bien.

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El sábado, la Sala Lavardén se volvió a vestir de gala para recibir a tres exponentes singularmente distintos entre sí, otro factor destacado del trabajo curatorial y de programación a cargo del periodista, escritor, melómano y productor discográfico Horacio Vargas que pensó y puso manos a la obra para concretar un festival que permitió desandar un abanico de atmósferas dinámicas con conciertos de poco más de cuarenta minutos de duración cada uno.

El encargado de abrir la última noche fue Pablo Socolsky quien ofreció un set de solo piano sustentado en una idea fuerza: hacer un concierto intimista desde donde brindar homenajes libres a temas famosos y repasar canciones propias que formaron parte de “La forma inicial”, su último disco editado por Blue Art Records. Al programa propuesto inicialmente se sumó un giro inesperado producto del murmullo de quienes llegaron fuera de hora al teatro y rompieron la necesaria solemnidad que esta obra necesitaba para su ejecución. Fue allí que el músico cambió sobre la marcha haciendo una improvisación de unos minutos para más tarde sí, dar inicio al repertorio formal con “Noche”, último tema de su disco y continuar, en ese clima minimalista, mixturando versiones libres de otros con obras de su autoría en atmósferas siempre de melancolía e introspección. De manera orgánica, hacia el final de su actuación, se permitió interpretar una pieza con la que le rindió un homenaje sentido al compositor japonés Ryuichi Sakamoto, fallecido hace apenas unas semanas.

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Ondular Ensamble, la formación que dio continuidad a los paisajes íntimos de Socolsky, debió abrir algún tipo de pregunta inicial sobre cómo seguiría el segundo paso en el menú musical de sábado por la noche pero este cronista no la vio venir: la banda, una especie de propuesta camarística de jazz con dos contrabajos como primera particularidad más evidente, hizo su debut en el escenario mostrando pasajes de gran intensidad instrumental. Yendo de lo simple, sutil y despojado hacia lo laberíntico y sofisticado, la banda diagramó un concierto de pura improvisación donde, emulando una conversación, mostró un set formado de varios segmentos, sólo detenido, ocasionalmente, por aplausos de la platea que implicaban un rol activo del público que la banda permitió y ofreció como sí se tratase de un invitado más a esa mesa sonora. Así con estos climas y colores que se movían entre el jazz libre y el noise experimental, fueron apareciendo hacia el final distorsiones de sintetizadores en uno de los pasajes de más alto vuelo de la jornada. “Esto que hacemos es como una reunión con amigos y conversamos de cosas y cada uno tiene su historia, sus sentires, sus deseos”, había dicho de antemano Rocío Giménez López (piano y sintetizadores) sobre la dinámica que tomarían las músicas del grupo que comparte con Emilio Madeo (contrabajo), Fernando Silva (contrabajo). Juan Duque (saxo y flauta), Milton Méndez (trombón).

Con este clima, José María Blanc Jazz Band, subió a un escenario encendido para cerrar el festival ofreciendo un repertorio tributo a grandes músicos del jazz fusión con un formato bien eléctrico sustentado en el sonido de las guitarras de Gustavo Marozzi y el propio Blanc, los teclados de Sebastián Romero y Hernán Barriocanal y el bajo de Fernando Silva. La batería de Marcelo Salí tomó un rol protagónico desdibujando el enfoque de mero acompañante rítmico sumando potencia y melodía, mientras que el saxofonista Raúl Rodríguez mostró pasajes de enorme expresión sobre todo en los momentos en que pasó al frente. Con esta impronta y el lucimiento especial de Blanc -uno de los fundadores de Pablo El Enterrador- la banda desplegó su mirada del jazz permitiéndose coquetear también con otros géneros como blues y funk, en una noche de contrastes en todo su recorrido.

El Festival de Jazz Rosario 2023 volvió y demostró por qué, hace tantos años, se convirtió en un clásico que la ciudad espera con ansias. La nueva edición sirvió para establecer un nuevo mojón, una declaración de principios, una demostración popular masiva e intergeneracional que quiere escuchar a sus artistas y que llenó dos noches consecutivas un teatro para hacerlo. Demostró también que la escena está más viva que nunca, resistiendo los embates de un tiempo de crisis, y que es necesario trabajar desde múltiples dimensiones e involucrando a los Estados, para que siga avanzando y se consolide definitivamente, acompañando a quienes componen, producen, tocan y se forman cada día, y mantienen viva la llama y el alto nivel artístico que hizo que Rosario, hace tiempo ya, irrumpiera en la escena jazzística nacional.