La hija del panadero y la obrera textil, anarquistas devenidos comunistas cuando el peronismo llegó a los sindicatos, militó en el Partido Comunista hasta que fue expulsada en 1964. Juana Bignozzi (1937-2015), la única poeta que integró el grupo El pan duro, condensará en uno de sus poemas ese itinerario generacional: “educada para ser/ la magnífica militante de base de un partido/ que por no leer la historia de mi país/ se ha convertido en polvo no enamorado sino muerto”. Tenía una voz incisiva y muy irónica; era “una mujer iluminada con una luz cenital entregada a la irreverencia”, como la define Beatriz Sarlo, que “vive para el diálogo, para el intercambio amistoso-belicoso, para las frases como puñaladas, ése es su combustible”. En Todo se une con la noche (Gog & Magog), la escritora y editora Vanina Colagiovanni compone una biografía extraordinaria de Bignozzi al lograr captar la compleja intensidad de una poeta de personalidad avasallante y noctámbula (“de 2 a 5 de la mañana no duermo”), amante del buen vino y de la conversación, que podía ejercitar la blasfemia con una manera de defenestrar a sus adversarios que resultaba “fascinante”.
La aristocracia obrera
Si el riesgo de todo biografía es que se transforme en una hagiografía, Colagiovanni sortea el peligro de convertir en una santa a Bignozzi apelando a su vínculo de cercanía y distancia. Escribe desde la admiración por una poesía que no envejece, pero sin eclipsar las zonas más problemáticas de la vida de la poeta. La conoció en febrero de 2001 en Barcelona, donde la autora de Mujer de cierto orden (1967) vivía “desterrada”, como ella prefería decir, desde 1974 con su marido Hugo Mariani. Entonces la entrevistó para la revista Espacios de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. La lectura de La ley tu ley –que reunía los cinco libros que había publicado hasta ese momento-- generó un impacto singular en Colagiovanni. “Me produce una rabia activa, y por momentos una austera desesperanza, para después volver a avivar el enojo, como si fuéramos amigas, o incluso enemigas, y la voz poética me estuviera precisando aspectos negligentes de mi vida, de mi sistema de creencias”, confiesa la biógrafa. Para escribir el libro entrevistó a escritores, poetas y críticos como Martín Prieto, Jorge Aulicino, Osvaldo Bossi, Beatriz Sarlo, Mercedes Halfon, Alicia Genovese, Rodolfo Edwards, Jorge Fondebrider, Daniel García Helder y Juan “Tata” Cedrón, entre otros.
“Yo venía de una casa comunista y era comunista. No pertenezco a la pequeña burguesía, sino al proletariado más bajo y normal. Después de nosotros, estaban los mendigos. No he tenido aspiraciones de pequeño-burguesa, de esta clase media con rejas en las ventanas, aterrada de que le roben la heladera ¡que le roben la heladera! Nosotros no tuvimos heladera hasta que fui adolescente”, recordaba Bignozzi estableciendo los límites de su origen de clase. “Pero en mi casa se hablaba de otra manera, se leía. Eso que tengo yo y que Tuñón tiene, la aristocracia obrera. Eran anarquistas, nunca hicieron la revolución, pero leyeron todo. Mis tíos y mis padres no querían ser pequeño burgueses sino obreros bien pagos. He cambiado de clase por mi condición de vida pero no por mi ideología”, aclaraba esta poeta que tradujo alrededor de 400 libros y que volvió a vivir en Buenos Aires en 2004.
“Su personalidad es tan atractiva como su poesía”, subraya Colagiovanni (Buenos Aires, 1976), autora de los relatos Seamos felices acá y la novela Laguna y los libros de poesía Una no elige cuándo caerse y Lo último que se esfuma, entre otros títulos, también editora de Gog & Magog y de Cúmulus nimbus. “Me interesaba intentar capturar tanto los poemas como esa voz tan particular que tenía y también esa figura peleadora con todos los matices. Yo no quería ser condescendiente, muy del bronce, sino mostrar esa complejidad que para mí la hace más interesante. Con los que hablé y me entrevisté me dijeron que, pasado un tiempo, volvían a valorar la parte positiva y muy estimulante de ella, que era la conversación. La conversación es un modo de la inteligencia para Juana. Era súper rápida y divertida; yo me he reído muchísimo con ella”, revela la escritora a Página/12.
Feminista “avant la lettre”
-Juana cultivaba la maldad con mucho estilo, ¿no?
-Tenía elegancia para la maldad, una maldad que podía ser ingenua, inocente, pero que en otros momentos era como un dardo envenenado. Yo la conocí cuando tenía 24 años y la traté bastante tiempo, en un momento me alejé un poquito y hacia el final nos volvimos a encontrar.
-Ella era la única mujer en el grupo Pan duro y el Tata Cedrón le dijo: “lo que pasa es que te considerábamos un hombre más”. ¿Cómo resuena esa frase hoy?
-La sensación es que para estar incluida en el grupo tenía que ser uno más y que la tenían que anular como objeto de deseo. Él dijo esa frase con mucho cariño; el Tata Cedrón es una persona de otra generación. A Juana esa frase le pegó mal; es fuerte que te digan eso... Ella, por un lado, era muy segura, discutía de igual a igual con todos los poetas del Pan duro y no se amedrentaba, pero también tenía un costado súper sensible que se veía en la intimidad cuando estaba con sus amigos y les pregunta “¿qué pensás de esto?” “¿cómo va a ser recibido?”. Le importaba mucho qué iban a pensar los demás y esa frase la afectó. Con los distintos feminismos tuvo una relación variable y también con las distintas generaciones. Aunque con la generación del 80 al principio se llevaba bien, terminó en una cena enojada con todas las poetas, con Mónica Sifrim y Alicia Genovese. Las poetas más jóvenes, cuando ella era ya bastante grande, la reivindicaban porque decían que era feminista y había abierto un lugar cuando muchas poetas no lo tenían. Juana se sentía una feminista avant la lettre. Ella comulgaba en muchas de las luchas del feminismo, como por ejemplo el aborto, pero en otras no. Hay un poema en el último libro de Tamara Kamenszain, Chicas en tiempos suspendidos, en el que dice que Juana se hubiera llevado bien con los pañuelos verdes. Juana es una figura re compleja; no la podés ubicar en un lugar y dejarla ahí.
Una poesía de ideas
-¿Con su poesía también pasa lo mismo? ¿Es difícil ubicarla, encasillarla?
-En la poesía tiene un tono claro que se mantiene a lo largo de todos sus libros, aunque al final hace esa mirada hacia la pintura, que es algo nuevo, distinto, y me encantó porque trató de armar otra cosa y no se quedó con lo que ya había hecho. Por eso Las poetas visitan a Andrea del Sarto le costó un montón y lo estuvo escribiendo varios años. Me causa mucha risa porque cuando le dijeron que era “polifónico” se dio cuenta de que tenía que tirarlo porque le pareció terrible que le dijeron eso. Su poesía tiene una primera persona dominante, tiene ciertas ideas, es una poesía de ideas y no tanto de imágenes; una poesía con ciertas palabras que no muchos usamos en la poesía, es una poesía en la que no está muy presente ni lo místico ni la percepción, sino que hay mucho de discurso: agarra algo y lo mira desde distintos lugares. No es una poesía filosófica, sino más argumentativa. Hoy se puede leer Mujer de cierto orden, que es de 1967, mientras que otros libros de sus compañeros de Pan duro no los podés leer porque quedaron muy anclados a ese momento. La poesía de Juana puede tener todavía lectoras y lectores nuevos, puede seguir circulando.
-Quizá una de las claves de su circulación es que fue muy leída por los más jóvenes, ¿no?
-Totalmente, yo leía mucho Diario de poesía y ella ahí tuvo bastante espacio; hicieron un dossier súper completo. De hecho yo la conocí por La ley tu ley, el libro que publicó Adriana Hidalgo. Y cuando ya se había agotado su relación con la generación del 90 se vinculó con los poetas más chicos, como Mercedes Halfon y Martín Rodríguez. Juana siempre iba hacia los jóvenes y los jóvenes siempre iban hacia ella. Eso es algo muy lindo de su figura; había una cosa de par, de amistad. Si me pidieran un consejo, le diría a los pibes jóvenes que traten de acercarse a los poetas grandes que hoy están escribiendo porque es un vínculo del que pueden surgir cosas buenísimas. Yo en su momento lo intenté con Juana cuando la conocí en Barcelona, en 2001. Ese tipo de encuentros te marcan fuerte. Quizá lo que le gustó a ella es que yo fui a Barcelona, fui hacia ella...al finalizar la entrevista me dijo: “Qué bueno poder hablar con alguien acá”, porque en Barcelona ella se sentía muy sola en términos literarios.
Regreso a la patria
-¿Cómo se explica los 22 años que hay entre Mujer de cierto orden hasta el libro siguiente que publica, Regreso a la patria?
-Yo traté de no dar una respuesta única en la biografía porque para mí no la hay. Ella deja de publicar y después vuelve. Pero deja en una edad que es muy llamativa (30 años), una edad muy productiva para un escritor. Mi hipótesis es que al estar en España y no poder volver por la dictadura (de hecho sus padres murieron acá y no pudo venir a enterrarlos, lo que debe haber sido un gran golpe) no tiene lectores. Ella no escribió en España, no le interesaba los lectores españoles. A ella le interesaba escribir para los lectores de Argentina. Al no estar acá y no tener ese horizonte de lecturas, si escribió lo guardó. Regreso a la patria, en el 89, es uno de los libros más largos que escribió.
-Era una poeta que necesitaba escribir desde un territorio que le resultara familiar, como Buenos Aires, y más específicamente la calle Corrientes.
-Exactamente. Ella necesitaba un horizonte de lecturas con el que comunicarse porque su poesía es muy dialógica: es un yo en relación con un otro; todo el tiempo hay un intercambio, un diálogo. Si no está el partenaire, para ella no tiene mucho sentido. La poesía está siempre en relación con un horizonte de lecturas. Cuando recupera ese horizonte, cuando empieza a volver, se encuentra con (José Luis) Mangieri, que fue un gran editor, le ofreció volver a publicar Mujer de cierto orden y si tenía poemas nuevos, también. Mangieri fue muy visionario; sacó a (Leónidas) Lamborghini y a (Joaquín) Giannuzzi, poetas que circularon gracias a él. A fines de los 80 y en los 90 publicó a (Fabián) Casas, a (Daniel) Durand, a todos los poetas de los 90 en Libros de Tierra Firme. La mirada de Mangieri que le dijo “acá tenés un lugar” y acá van a estar los jóvenes que te van a leer y que él le empezó a presentar armó ese horizonte de lecturas que ella necesitaba.
-¿De dónde viene el titulo de la biografía, “Todo se une con la noche”?
-Me di cuenta de que el momento de conexión de Juana era la noche: con la poesía, con la gente, con la vida. Tenía algo súper nocturno. A lo largo de su vida todo se unía con la noche. Siempre en la noche pasaban cosas importantes. La noche la representa a Juana. Y también la ciudad porque era una generación que circulaba mucho por las calles y tenían otro modo de sociabilidad en los bares.
Historia inesperada
-En el bucear por la vida de Juana a través de diversas entrevistas que realizaste, ¿qué cosas descubriste?
-Las entrevistas fueron un gran motor de escritura. El encuentro con Marcelina Jarma, su amiga de toda la vida de la que Juana me hablaba mucho, fue increíble y me encantó porque no es alguien del mundo de la literatura; tenía otra visión de Juana. Marcelina me contó de varios novios y de cómo Juana se veía a sí misma. Hay una anécdota que está en el libro y es que Juana en un momento se peleó con su marido, Hugo (Mariani) y empezó a noviar, a la distancia, con su primer novio, que se llamaba Walter. En una entrevista viejísima que no se consigue online y que pude ver gracias al archivo que conserva su albacea (Mercedes Halfon) ella le contaba a la periodista que estaba viendo si se casaba con su primer novio. Esta fue una historia inesperada.
-En el libro se insinúa que Juana y Hugo eran una pareja abierta, ¿no?
-Había algo ahí...se iban de vacaciones por separado. Nunca me lo dijo abiertamente, pero recuerdo que ellos se adoraban, se recontra acompañaban, y a la vez tenían mucha libertad. Había muchas fotos de viajes de él solo en Ibiza. Había algo en un punto re avanzado para la época. Yo recuerdo que cuando me casé y ella lo conoció a mi marido y vino a casa me dijo: “vos no lo asfixies, dejá que él haga sus cosas”… (risas).
--Qué cosa tan paradójica porque ella se empieza a desmoronar a partir de la muerte de su marido.
-Cuando él murió, yo la vi después y me dijo que no quería seguir viviendo. Estaba muy triste. Fue un cáncer fulminante porque él era bastante más joven que ella y creo que Juana imaginó que se iba a morir primero. Si eran o no pareja abierta, no sé... pero había un gran amor ahí; eran muy compañeros y él la cuidaba mucho.
Mujer de cierto orden
-Si tuvieras que definir el legado de Juana Bignozzi en la poesía argentina, ¿qué te parece que fue lo que dejó? ¿Cuál fue su impronta?
-Lo más fuerte es la voz de una mujer, una mujer de cierto orden, una voz con fuertes convicciones y una ironía y una inteligencia impresionantes. Estaba todo el tiempo autocuestionándose, riéndose de sí misma, eso para mí no es tan frecuente en la poesía. Ella sabía bien qué le gustaba y qué no y en su poesía lo ponía en juego. Eso es una marca de identidad de su poesía. Me pasó que mientras escribía la biografía estaba hablando de la infancia de Juana y me caían versos que se fueron intercalando en la narración y me parecía que estaba bueno que estuvieran, que fueran interviniendo. Es una poeta recontra citable; en dos versos te dice algo. Al final del libro aparecen unos versos inéditos manuscritos, que encontré en el archivo: “¿Quién se apoyará como flor/ en mi tumba?/ ¿Quién la adornará?”.