“Una ciudad que se piensa y se arregla y se desarrolla para un varón, adulto, trabajador, es muy incómoda, hasta hostil, para los que no son varones, los que no son adultos y que no son trabajadores”, dice el pedagogo Francesco Tonucci, quien ha dedicado a su vida a la promoción de los derechos de niñas y niños. Y propone, justamente, en oposición a las ciudades en las que los autos son dueños del espacio público, ciudades a la medida de todos quienes quedan afuera de esa norma con que fueron erigidas: no solo niñas y niños, sino mujeres, vejeces y personas con discapacidad, entre otres.

Tonucci es además dibujante y autor de numerosos libros y artículos. Actualmente es investigador asociado del Instituto de Ciencias y Tecnologías de la Cognición del Consejo Nacional de Investigaciones de Italia. Es el creador y responsable del proyecto internacional “La Ciudad de las niñas y de los niños”, que se desarrolla en varios países de Europa y América Latina. Con el seudónimo “Frato”, firma viñetas satíricas sobre educación, ciudad, juego y niñez, que invitan al cuestionamiento del sistema y su transformación.

Visitó Argentina a fines de marzo invitado por la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia, en el marco del trabajo conjunto sobre el derecho al juego y la construcción de ciudadanía de niñas, niños y adolescentes. En ese contexto mantuvo este diálogo con Página/12, luego de participar de una conferencia en el Centro Garrigos, ubicado en La Paternal. Tonucci habla un castellano estupendo. Fiel a su estilo, explicó que es así porque no le enseñaron el idioma, lo aprendió viajando a España.

-¿Cuándo se deja de ser niño? ¿Se deja de serlo?

-Son esas frases que tienen muchas posibilidades de respuesta. Porque una de las garantías de respeto a los niños es no olvidarse de su propia niñez. En esto creo que yo tengo una buena memoria.

-¿Cómo era?

-Recuerdo mucho tanto lo bueno que lo malo que ha sido la experiencia infantil. Toda mi pelea con la escuela nace de una experiencia escolar bastante... no es que sufrí cosas raras. Sufrí lo que sufren casi todos los niños. Aburrimiento. La sensación de que me estaban robando tiempo. La primaria para mí es una etapa casi olvidada. La secundaria la sufrí mucho. Y después las cosas fueron mejorando porque estaba encontrando mi camino.

Imagen: Verónica Bellomo.

-La escuela está en crisis hace muchos años. Usted viene hablando de esto hace mucho también. ¿Cuál debería ser la función de la escuela?

-Si yo pongo esta pregunta al papel de los padres, no es tan difícil contestar. Creo que casi todos los padres están dispuestos a decir: el papel nuestro es que los hijos crezcan. Crecer significa desarrollarse. Esto creo que es el papel de la educación.

Y hoy podemos decir que no es que lo pienso yo. Hoy lo dice la ley. Porque la Convención de los derechos del niño, en el artículo 29, dice exactamente: la educación debe estar encaminada a desarrollar la personalidad del niño, sus actitudes y capacidades, hasta el máximo de sus posibilidades.

Por lo cual la escuela lo que no debería hacer es el desarrollo de un programa. Porque el programa viene de afuera. Son disciplinas: Literatura, matemática, historia, geografía. Y la propuesta de la escuela es que los niños aprendan, no desarrollen. Y no es lo mismo. Significa que hay una fuente exterior que sabe lo que hay que enseñar. Y después los alumnos tienen que demostrar que aprendieron. Esto es la evaluación.

En una interpretación más correcta y legal, yo creo que la evaluación debería hacerse sobre la escuela. Porque si ha sido capaz de ayudar cada niño y cada niña a desarrollar sus competencias, sus actitudes, que serían sus vocaciones, que no pueden ser solo entre matemática y literatura como normalmente es… Si un alumno tiene buenas notas en matemática y lengua, no tiene problemas escolares. Puede no ser capaz de poner el hilo en la aguja. O no puede ser capaz de dibujar nada. O moverse con gracia con una música. No se suspenden alumnos por esto. Esto es una idea de educación escolar que no tiene nada que ver ni con las leyes, ni con el sentido común. Porque después es evidente que lo que tenemos que esperar es que cada uno sea fiel a sí mismo, desarrolle sus capacidades, porque esto es la garantía de ser felices al final.

-Usted nombró el dibujo. ¿Qué lugar ha tenido en su vida?

-El dibujo es uno de los lenguajes que todos las niñas y los niños tienen desarrollado cuando tienen cuatro, cinco, seis años. En esta etapa, investigaciones en varias culturas del mundo demuestran que todos los niños dibujan y dibujan más o menos al mismo nivel. Así como todos los niños hablan. Lo dramático es que cuando entran a la escuela tienen que callarse. Callarse, es decir, lo que saben hacer mejor, que es hablar, no pueden hacerlo. Y dibujar tampoco, porque normalmente es el maestro, la maestra que le dicen qué tienen que dibujar y cómo. Copiando dibujos o coloreando dibujos que le pasan los adultos, los niños se dan cuenta que ellos no saben dibujar. Y efectivamente si consulto un público adulto, cuántos piensan que no saben dibujar, es probable que la mayoría. Y esto es un absurdo.

En mi vida el dibujo ha sido el lenguaje fundamental. Yo siempre he pensado que nací para ser un artista, no para ser un pedagogo. Después la vida me ha llevado de otro lado. Y esta parte de mi personalidad, claro que sobrevivió, porque no tenía otra manera.

Yo dibujo siempre y dibujo en serio, pinto, tengo esculturas, cerámicas, etc. Esta es una parte secreta, una parte que se ha quedado personal, que casi nadie la conoce. Y esto de las viñetas ha sido como una mediación.

Yo dibujaba antes de escribir, como todos los niños, repito, pero ya se notaba que sabía dibujar. Recuerdo en la escuela infantil que las maestras venían a ver los dibujos que hacía en el pizarrón.

-¿Y en la escuela no pudo desarrollarlo?

-En la escuela no les interesaba mi dibujo. Yo siempre he tenido el máximo de las notas en dibujo. Pero no era importante. No contaba nada. Contaba que tenía algunos problemas en matemática; después, en la escuela media, en álgebra. Y esto fue mi tormento, tres años llorando casi todas las tardes sobre estos deberes que no sabía hacer. Siempre me decían “no te preocupes, tú ahora hazlo como te dicen, después lo entenderás”. Tengo ochenta y tres años, no lo entendí y viví igual.

-¿Qué es “La ciudad de las niñas y los niños”?

-Debería ser la ciudad y punto. La ciudad para ser una ciudad debería ser de todos. Y de alguna manera la ciudad se llama de las niñas y de los niños como una provocación. Es decir, la ciudad ha perdido sus habitantes, la mayoría de sus habitantes o todos. ¿Por qué en Europa las ciudades se han reconstruido de este modo después de la última guerra, cuando se encontraron en una situación totalmente nueva? Mi primer recuerdo de niño, de tres años, es el bombardeo de mi ciudad. Vivía en Fano, una ciudad pequeña, de 60.000 habitantes, en medio del Adriático. Cuando las ciudades se reconstruyeron, fue a la medida de un ciudadano que podemos describir como un varón, adulto, trabajador. Y la demostración que esta fue la elección, la da el poder que hoy el coche tiene en la vida de la ciudad moderna. Prácticamente es el verdadero dueño de la ciudad. Y claro que una ciudad que se piensa y se arregla y se desarrolla para un varón, adulto, trabajador, es muy incómoda, hasta hostil, para los que no son varones, los que no son adultos y que no son trabajadores. Que son una gran mayoría en la ciudad, porque estamos hablando de niños, mujeres, viejos, discapacitados, pobres, extranjeros. Y probablemente, los privilegiados, los hombres adultos y trabajadores, tampoco serán felices, si sus hijos, sus mujeres y sus padres sufren.

-Es difícil imaginar otro tipo de ciudad. ¿Cuáles serían las pistas para crearla?

-Al contrario, es difícil imaginar una ciudad así, hecha para pocos. Pero es lo que vemos. Tenemos algunas características que nunca fueron antes. Los niños no salen de casa, los ancianos no salen de casa. Yo recuerdo con mucha tristeza un testimonio de un amigo de Roma que me decía “mi abuela no sale más de casa porque el semáforo no le da tiempo de cruzar la calle”. Yo siempre he sentido esta frase como de una violencia impresionante. ¿Y por qué el semáforo es tan corto? Porque la gente tiene prisa. Por favor, una ciudad debe reconocer que tiene mucho más derecho una persona anciana de cruzar la calle que tú, de tener prisa. Y claro, esto es un ejemplo para decir cómo la ciudad es inadecuada.

Y si pasamos a las niñas y los niños, es un hecho impresionante. Hoy los niños pagan un coste social, personal, cultural, cognitivo, muy alto al hecho que no pueden saludar sus padres y decir “voy a jugar con los amigos”.

-Hay mucho miedo de padres y madres.

-Exactamente. Hoy tenemos un problema, el miedo ha llegado a un nivel muy alto y lo que me preocupa más es que se ha perdido la relación con el peligro. No es una reacción al peligro, es un miedo y punto, por sí mismo. Las ciudades de hoy son un poco más seguras que las cuidades de ayer. Pero el miedo de hoy es más alto que el miedo de ayer. Esto es peligrosísimo porque si pierde la relación con el peligro, llega a ser una parálisis.

-¿Cómo impacta en los chicos y chicas?

-Fatalmente porque el tema es que los niños y las niñas tienen que desarrollar su autonomía junto con su edad. El otro día estábamos en Brasil, en Jundiaí, San Pablo, y nos encontramos con el Consejo de niños. Y hablando con ellos yo pregunté si podían ir a la escuela solos, si podían salir de casa. Una niña me dice “no, yo no puedo porque tengo once años y mis papás decidieron que puedo irme cuando tendré doce años”. Esto es una declaración dramática.

-Usted ha dicho que tienen que empezar a salir de casa a los seis años.

-La autonomía es un proceso que empieza con el corte del cordón umbilical. Desde este momento se separan. Esto, la separación, la independencia, es un elemento esencial de la autonomía. Y creo que es muy importante que los padres sean conscientes que la autonomía de sus hijas e hijos tiene que crecer cada día. Por ejemplo, una costumbre que yo creo que tenemos que abandonar es poner los niños pequeños en corralitos. Es muy cómodo. Yo también puse mis hijos en corralitos. No sabía, no había reflexionado sobre estos temas. Pero ¿por qué el corralito limita? Porque tú puedes poner una niña o un niño allí, de pocos meses, con todos sus juguetes alrededor, y no le ocurre nada.

-Claro.

-Exactamente, este es el problema. A los niños tiene que ocurrirle siempre algo. ¿La propuesta cuál es? Yo siempre digo, una manta. Cuesta menos. Y ponemos el niño allí. De manera que el niño puede mirar y cuando puede, moverse, gatear cuando puede, o hacer como las serpientes. Y va a la aventura. Puede desplazarse. Puede arriesgar. Este riesgo es una componente esencial. Por lo cual cuando decía, yo creo que los niños deben salir de casa antes de los seis años, simplemente abrimos la puerta. Y tocamos la puerta al lado donde vive otro niño y se quedan jugando allí frente a dos puertas abiertas. El tema es que están fuera de casa.

Desde los seis años nosotros pensamos que es posible que vayan a la escuela con los amigos. Me dicen: “pero la escuela está lejos”. Aquí también hay que matizar. Qué significa lejos. Un kilómetro es nada para un niño. Un niño que juega hace kilómetros.

Y lo otro es, ¿por qué elegimos una escuela lejana? Cuando me piden consejos al momento de elegir las escuelas, el primero que digo siempre es: la escuela más cercana de casa. Esta es la mejor.

-¿Qué es lo que hay que cambiar?

-La práctica. Yo siempre digo que el regalo más grande que podemos hacer a un hijo es decirle: “mañana puedes ir a la escuela solo”, o “por favor, ve a comprar pan”. Ya lo sé que tenemos miedo. Mi madre también tenía miedo. Me daba normas, me decía: mira siempre de todos lados porque hay coches. Tenemos que ayudar a la familia a entender que esta superprotección tiene un costo muy alto. Todo lo que los niños no han podido experimentar viviendo el tema de riesgo como una posibilidad a su dimensión --encontrar un obstáculo y encontrar la manera de superarlo o de evitarlo--, se retrasa hasta la adolescencia y allí aparecen problemas duros.

-Y con la pandemia empeoró.

-Bueno, la vida de los adolescentes fue dramática. La vida de los pequeños no cambió mucho. Y por esto los niños pequeños casi la vivieron bien en su casa con sus padres. Yo me quejé mucho cuando decían “los pobres niños no pueden salir de casa”. No podían salir de casa antes. Y por esto después de la pandemia siguen no saliendo de casa.

-¿Y qué pasa con las tecnologías que nos tienen cooptados a niños, a niñas y también a los adultos?

-Es un problema que tiene muchas caras. La tecnología es una riqueza, un recurso impresionante. Y por lo cual hablar mal de la tecnología creo que es hipocresía, por un lado. Por otro lado, la tecnología está simplificando mucho la vida. Uno dice, bueno, por esto es buena. Por esto es buena y por esto es mala. Porque, simplificando todo, ha bajado mucho las necesidades cognitivas. Y hay estudios, que yo espero que sean equivocados, que dicen que las nuevas generaciones tendrán una inteligencia más baja de la nuestra.

Son instrumentos estupendos, pero tienen que quedarse como instrumentos. No pueden ser la alternativa. Por ejemplo, los padres consideran al móvil como una potencial garantía para la autonomía. Dicen: “lo dejo porque tiene el móvil”. Por lo cual el móvil va bajando en la edad. Hoy esto es un sonajero estupendo. Pero en la mano de un niño pequeño, este instrumento es peligroso físicamente. Y después llega a ser peligroso por la equivocación que provoca, porque da esta sensación de libertad, que no es libertad, es control. Porque los padres lo controlan de lejos.

La otra consecuencia muy grave de estos instrumentos es que, ya adolescentes, se convencen que la vida virtual es más fácil de la vida real. Y renuncian a la vida real.

Es un poco lo que pasaba antes con la televisión, que tenía el papel de niñera económica. No es tan peligrosa por lo que propone, sino por lo que excluye. Porque todo el tiempo que un niño está frente a la televisión, no está corriendo, no está jugando, no está encontrando amigos. Está engordando.

-¿Usted es optimista en relación a estos cambios que hay que hacer?

-No tengo remedio. Ser pesimista, a mi edad, sería fatal.