Desde San Salvador de Jujuy
¡Sala! ¡Sala! ¡Sala! El nieto de Milagro Sala corre en el patio del penal. Busca a su abuela con el mismo grito que usan las carceleras cuando a las dos de la tarde se abren las puertas de las visitas. ¡Sala! ¡Sala!, dice, corre y busca como en las escondidas, transformando en juego la pesadilla. Milagro hablará poco más tarde de la noticia de la cautelar de la Comisión Internacional de Derechos Humanos (CIDH), la llave que tiene a mano para abandonar este espacio. “La noticia fue una pequeña luz de justicia”, dice. “Pero tampoco me voy muy contenta porque quedan mis compañeras acá”. Cuenta que va a seguir peleando por esos compañeros y que en estos días cuando todo todavía es confusión y rumores ante una decisión obligatoria para el Estado, uno de los jefes del Servicio Penitenciario se le acercó a decirle que el final de su estadía en el penal es “inminente”. En ese mismo momento le dijo algo más: que al jefe del cuerpo del Servicio Penitenciario le hacía llegar un mensaje: “Quiere venir a despedirte”.
Graciela López, su enorme compañera, también detenida en el Alto Comedero, entonces dice una cosa: “La están reconociendo como presa política”.
Las escenas de estos días en Jujuy son varias superpuestas. Milagro y lo que espera cada minuto del día: la confirmación de la salida. También, las imágenes que transcurren dentro del aparato burocrático con una cautelar que podría resolver cualquier estructura del Estado en cuestión de horas, pero que ha quedado en manos de los dos jueces a cargo de las causas penales. Y finalmente, la escena del aterrizaje del presidente Mauricio Macri a las tres de la tarde, en medio de la campaña y el fondo de un reclamo que recorre el mundo. Ese acto estuvo enmarcado en una estructura de aparato, colectivos llevando personas en una provincia cuyo gobernador se ufana con citas contra del clientelismo. Un acto con globos. Afiches. Personas que lograban escaparse y decían que estaban allí “obligadas”. Y una plataforma en la que se escuchó a Gerardo Morales, desatado, encarnizado con esa mujer a la que tiene atrapada en una cárcel. Habló de la CIDH y de esa “mala noticia”: “Los he visto, he hablado con ellos”, dijo y remató: “son una facción de burócratas que vive en Washington”.
La pesadilla
A las tres de la tarde cruzó el cielo del penal el ruido de algo parecido a un aéreo. Macri estaba cerca. El acto se preparaba a ocho minutos de ahí, en línea recta, en un galpón de la Federación gauchesca que ya iba recibiendo micros. “¿Qué esperas de la presencia de Macri en Jujuy?, le preguntó Cynthia García a Milagro. “¡Una desgracia!, dijo ella. “Cada vez que viene a Jujuy hay un desastre por donde pasa él: pasó en Humahuaca, en el Volcán, en Tilcara y en Purmamarca, donde se cayó un puente seis o siete meses más tarde”. Ellos vienen, dice Milagro, y hacen ‘festivales’ a la Pachamama, y eso es muy serio. No hacen ceremonias sino festivales. “Hacen por hacer”, dice. “Y en un momento, eso se da vuelta: ellos vienen, hacen y se van: y la desgracia la dejan acá”.
Alrededor escuchan sus compañeras, las cuatro detenidas pero también delegadas de los barrios supervivientes del desastre. Su esposo, su hermano, sus dos hijos, los nietos. “¿Qué pasa con la Flaca?– pregunta Shakira, también detenida, apenas entran los que llegan. ¿Cuándo se va? ¿Qué novedades? A nosotras no nos molesta la decisión: lo que queremos es que se vaya”.
Milagro está cambiada desde el viernes pasado. “Tiene el mismo estado de ánimo las 24 horas del día –dice Graciela–: está contenta”. El cuerpo extremadamente flaco. El pelo negro. Su raya al medio, la trenza larga. Recién termina de hacer ahí dentro, donde ha revolucionado todas las formas, su ceremonia a la Pachamama. Hicieron como pudieron. Prendieron algo de fuego en un costado del patio. Y Milagro le pidió a una detenida de Bolivia que organice la segunda parte de la ceremonia que debe hacerse a fin de mes. Porque espera irse.
“Yo les quiero decir algo importante”, dice y se sienta. “En Jujuy todos los medios, radio, televisión y diarios, me estuvieron golpeando un año y siete meses, pero ¿por qué? Porque los medios también son víctimas de Gerardo Morales, porque si no me pegan, los castiga y les sacan la pauta publicitaria”. Los meses que “estoy acá fueron muy duros”, dice en pasado, y corrige: son muy duros. “No sólo para los que estamos en la cárcel sino para muchos compañeros de las organizaciones sociales y de la Tupac Amaru donde Gerardo Morales se dedicó a destruirnos, a perseguirlos, a armar causas, a encarcelarlos”. Enumera la destrucción. Como lo hace desde hace un año y siete meses: Las fábricas del Alto Comedero, el barrio, las casas, ese lugar pensado como hábitat ciudadano que ahora describe como zona liberada, un territorio sin Estado donde se ha metido el mal como “en un caño de agua”. “Hay mucho dolor por lo ocurrido, por lo que pasa con los compañeros encerradas y sentimiento de injusticia, donde uno se pregunta por qué estoy acá”.
Entonces llega la pregunta. Y, Milagro, la CIDH ¿qué?
“Cuando lo supe no podía creerlo”, dice. Hacía días estaba sin fuerzas. “Estoy acostumbrada, tengo experiencia, sé que cuando no se pronuncian sobre algo y estiran y estiran los tiempos, después dicen: no”. Por eso el viernes pasado, cuando una de las celadoras le anunció una llamaba de su abogada, no tenía ni fuerzas para atender. Ya había tenido tres de las cuatro llamadas de teléfono permitidas al día. Reservaba la cuarta para las nueve de la noche, la hora que todos los días se comunica con su esposo para recordarle de una medicina. El llamado de Elizabeth Gómez Alcorta era el número cuarto. Milagro descansaba.
–¡Que llame más tarde! –le dijo a la celadora. La celadora insistió: “dice que es urgente”. “Elizabeth insistió tanto que al final fui. Ahí me contó la noticia. Fue una sensación muy bonita. Pero tampoco estoy muy contenta porque mis compañeras quedan acá”. No dice mucho más. Pero insiste en el pedido de libertad. Aguarda la decisión pendiente de la Corte Suprema de Justicia, donde hay dos recursos pendientes. Mientras tanto también considera que la decisión de la cautelar es importante.
El lunes, un jefe del penal se acercó a Graciela López. Le dijo que la cosa sería “inminente”. Y que quieren hacer una despedida. Pero como la cárcel sigue siendo la cárcel, Graciela dice que no duerme. Ahora piensa que pueden llegar a llevarse a Milagro de madrugada. Y que ella no va a poder despedirla. Está convencida de que el gobierno para no va mostrar la derrota, y puede sacarla a medianoche, cuando todas las presas estén en sus celdas y no haya ni luces ni cámaras.
–¡¡Milagro!! –se oye a lo lejos. Es una práctica habitual: un auto que pasa a lo lejos y saluda.
En la rueda se habla del mes de agosto. El mes más fértil del año. “Anoche estuvieron los hermanos en casa preparando el lugar para la ceremonia”, le dice Raúl Noro a Milagro. Noro le habla de los “amautas”, los encargados de la ceremonia a la Pachamama que estuvieron un día antes en la sede de la Tupac. “Pero no vamos a hacer nada hasta que vengas”, vuelve a decir. “Ellos van a estar ahí: esperando a que salgas”.
Los globos
A pocos kilómetros, la colectora de una autopista se va llenado de micros y policías. Un camión de Ejesa, la empresa de electricidad del estado provincial, estaciona con tres trabajadores adentro. Todos se bajan, cable en mano, y alimentan la conexión de energía para el festival. Macri y Morales terminan su ritual a la Pachamama, en clave de fiesta, como dice Milagro. Una señora sale de escena con su hija y el nieto. Caminan en dirección contraria aprovechando que los controles bajaron.
–¿Por qué vino?
–Porque me obligan –dice.
Su hija cobra un “plan” a través de una cooperativa que ya no genera trabajo como ocurrió hasta diciembre de 2015, sino un plan de 1800 pesos al mes. Ella dice que el acto es parte de sus contraprestaciones. “Yo lo voté –dice–, pero no volvería a votarlo”. Camino al galpón de la fiesta vuelve un matrimonio con sus hijos. El hombre lleva un cartel en el pecho que dice: Yo te voté y me arrepiento. “Lo voté porque esperamos una revolución productiva, pero como es un empresario gobierna para empresarios y no para el pueblo”.
Adentro, Morales preparaba su presentación. Un texto que adelantó dos horas antes un diario digital de la provincia, Jujuy al Momento o, como dicen los militantes de la Tupac, “Morales al Momento”. “Acabamos de pedirle a la Pacha que nos ilumine para sostener la paz lograda, para que exista justicia en Jujuy”, gritó. “Para que se termine la violencia”. Y dijo: “Es el cambio propuesto como pueblo, a pesar de las malas noticias de los últimos tiempos”. Y ahí se desató: “A pesar de la mala noticia de aquella resolución de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (sic), de ese organismo que está desprestigiando el sistema interamericano. Son, los he visto y he hablado con ellos, se han terminado convirtiendo en una facción de burócratas que vive en Washington y que no sabe como vivimos en Jujuy. Y no conocen nuestros desafíos. Hay ahí un desafío nacional e internacional. Habrá que re-discutir hacia donde van estos organismos que se han convertido en una facción política”.
Macri todavía no había empezado a hablar. Morales euforizado. “He visto esa resolución, que es más es una proclama política que algo que tiene que ver con derechos, pero a pesar e esto no vamos a bajar los brazos porque hemos tomado la decisión de vivir en paz”.
Macri apareció poco después como en su rol de pastor electrónico. Papelitos. Globos. Besos. Y otros besos más. Habló del nuevo aeropuerto. Recordó que en Humahuaca arrancó el Sí se puede. Hizo que todo el mundo repita sí se puede. Dijo que Jujuy era un pueblo lleno de amor. Y que porque habrá un aeropuerto nuevo todos podrán viajar y recibir a muchos turistas que es una fábrica de producir trabajo y fortuna. “Maravilloso”, se oyó. “Es difícil encontrar en el mundo un pueblo con tanta alegría de vivir, con tanta buena energía”. Los parlantes instalados afuera propalaron la voz. Los laburantes de Ejesa trabajaba con una media sonrisa.
El lunes pasado, Morales escribió un tuit. Allí decía que no estaba de acuerdo con el contenido de la cautelar de la CIDH, pero que de todos modos entendía que era de cumplimiento obligatorio. El tono del acto de ayer fue opuesta. Pero alrededor del gobernador dicen que el tuit fue un mensaje dirigido a los jueces. Ayer, a las tres de la tarde el juez Gastón Mercau recibió oficialmente el comunicado de la resolución de la CIDH. Y se dispuso a comenzar con el trámite. Todavía hay que esperar.