Pertenecer a una escena es el deseo de cualquier artista u operador cultural, pero para Javier García-Pelayo quizá eso puede ser relativo. “Andalucía es España”, afirma en el lobby de un hotel del microcentro porteño. Y es que para este madrileño (prestado a la causa sevillana) el folklore del sur de su país es lo que realmente unifica a esa nación europea. “Ese movimiento tendría que llamarse 'Rock español'”, despacha. Tan polémico como simpático es su libro Sobre la marcha, publicado por Editorial Gong. Lo presentó en la última edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y volvió a promocionarlo meses más tarde, durante su regreso a la capital argentina. Aunque esa reincidencia la hizo en calidad de actor, al ponerse a las órdenes de Lucía Seles (como parte de la Cofradía Eurobasquet) en la retrospectiva que le tributó el Complejo Teatral de Buenos Aires a la directora de cine y artista multitasking.

Sin embargo, antes que actor, a Javier García-Pelayo se lo conoce por haber sido manager de varios de los artistas fundamentales y fundacionales del llamado “rock andaluz”. Movimiento del que son parte grupos como Triana y Medina Azahara, al mismo tiempo que legó álbumes aún hoy influyentes como Gipsy rock (1974), del dúo Las Grecas. Tiene tantas anécdotas y kilometraje sobre esa escena creada a fines de los sesenta, en sintonía con la aparición de la contracultura y las movilizaciones de trabajadores y estudiantes contra la dictadura de Francisco Franco, que decidió plasmarlas en un libro de memorias. “El libro viene a llenar un vacío. Aunque muchos han contado la historia, yo quise contar mi versión de la historia”, justifica. “Empecé a escribirlas por Facebook, y gustó. Me preguntaron por qué no publicaba un libro, y dije que lo haría sólo si me contrataban. Y me contrataron”.

Nada de esto hubiera sido posible sin la ayuda de su hermano, el cineasta (por mencionar uno de sus polirubros culturales) Gonzalo García-Pelayo, del que se presentó el año pasado una retrospectiva, titulada “Cine insurrecto”, en la Sala Lugones del Teatro San Martín. Antes de que hiciera carrera en la gran pantalla, el entrepreneur fundó en Sevilla, a fines de los sesenta, el club Dom Gonzalo, devenido en base de operaciones del entonces incipiente rock andaluz. También fue a él a quien se le ocurrió comenzar a usar el rock para hablar sobre la raigambre cultural. “El vivía arriba del club. Cuando convocó al grupo Smash, ahí empezó todo”, evoca. “Mi hermano se dio cuenta de que nuestra música, la música andaluza, podía dialogar con el blues o el rock. Existía una conciencia sobre la trascendencia. Nosotros no descubrimos nada. Los artistas ya estaban ahí”.

A la impronta psicodélica y blusera de Smahs, le secundó Triana, que terminó definiendo el estilo al mezclar el flamenco con el rock progresivo. Entonces aparecieron Medina Azahara, el grupo Flamenco, Cai, Imán y Veneno (banda seminal de Kino Veneno), entre tantos nombres representativos de ese movimiento. “Yo lo viví emocionado”, dice García-Pelayo, quien además afirma que ayudó a "inventar la profesión” de manager en España al darse cuenta de que los artistas necesitaban una figura que los ayudara en los shows en vivo y en las giras. “Los que nos encontrábamos ahí no sé si éramos conscientes de que estábamos haciendo un movimiento emergente, y que estaba convenciendo a mucha gente. Vi conciertos que fueron como un ritual sacro, una elevación del espíritu. Había una comunicación entre el escenario y el público enorme. Comunicación a nivel identitario”.

Al momento de referirse a la contracultura en España, el actor, manager y gestor cultural recomienda el documental La ciudad del Arco Iris (disponible en YouTube), y reflexiona: “Puede ser secuestrada por las clases dominantes. Pero si la cultura es de verdad, entonces es cultura popular”. También recuerda el impacto que tuvo en los ochenta la Movida madrileña en la popularidad del rock andaluz. “Si bien yo me adapté, un día le dije al manager de Radio Futura que en 40 años seguiríamos, y ellos no. Eso fue lo que pasó”. Acerca del rol del rock y de la juventud en la actualidad, García-Pelayo cavila: “El poder mundial nos quita lo bailao. Los verdaderos años de libertad y de abrirse camino en la Europa occidental fueron los sesenta. Hubo una cumbre llamada Democracia en peligro, donde advirtieron que la juventud era un peligro. Y empezaron a trabajar para encarrilarla. Desde entonces, lo hacen y anularon al rock”.

Las más de 400 páginas que contiene el libro (con distribución en las librerías argentinas) abarcan desde la niñez de García-Pelayo hasta el icónico primer recital de Michael Jackson en la ciudad de Barcelona, en 1988. “Es el espectáculo extranjero más grande en el que participé. Ahí fui stage manager”, revela quien trabajó asimismo con otros tótems del pop y del rock entre los que destacan The Kinks y The Smiths. “Mi relación con los artistas internacionales la hice en Madrid durante los años ochenta”. Si bien fue pionero en el manejo de grupos de rock en España (al menos en Andalucía), al principio su vocación era otra. “De chico, en una academia en la que estudiaba, nos preguntaron qué queríamos ser de mayores. Y yo les dije que beatnik”, explica. “Nadie sabía lo que era esa cosa. Pero el beatnik tiene una parte nihilista, y yo soy optimista. Ahí llegó el movimiento hippie. Ese fue el paso. Hay un capítulo del libro que trata sobre eso”.

En los años ochenta, en tanto descubría a grupos como Los Secretos y prestaba sus servicios como manager a El Ultimo de la Fila, Alaska o Gabinete Caligari, García-Pelayo (nacido en 1951) asegura haber tenido una breve relación laboral con Moris. “Me encantaría saludarlo algún día”, manifiesta. “El hacía rock and roll, pero no había dudas de que era argentino. Y no lo ocultaba. No quería ser de Arizona, sino porteño. Calamaro también hace rock argentino, y no reniega de su identidad”. Para no pecar de enciclopédico, el agitador cultural español decidió dejar el resto de sus memorias para el segundo volumen de Sobre la marcha. Así que aún queda tela para cortar. Acerca de su lugar en la historia, Javier reflexiona: “No soy una figura de culto, ni pretendo serla. Lo que no tiene que estar en el mainstream, pues no llega. Pero tampoco trabajé para estar ahí. Siempre me conformé con hacerlo para amplias minorías”.