Las prendas llegaron una a una a la fiesta, en la noche estrellada. Los ojos de muchos se prendieron –la ñata contra la foto- de las galas, cada pantalón, pollera, vestido, se abría paso proclamando la temporada. Cómo arribaron pantalón, pollera, vestido a ese destino tan lejos del ordinario, era la pregunta. “Llegar a ver lo que se es, presupone el conocimiento de lo que en verdad se es”, escrito en “Ecce homo”. Hay que ver si la prenda conoce su medida, los centímetros que ocupa en la vidriera. El grado de asimilación, la fascinación por ciertos espacios sublimes para sumar valor al valor propio, dan una mano de brillo de pompa de jabón.

Sobre la mesa, una torta con más de noventa velitas, más que blanco el mantel, más que perfumado, alimentos y flores en comunión, colores en abundancia. Hay que detenerse aquí, una parada aquí, mirar con la ñata contra la foto. De qué no se ocuparon las prendas antes de llegar a la fiesta, al lugar central, buscando la luz del reflector que registraba la entrada, una foto acá, sacar acá, y acá, con la mayor dedicación. Se activa la cámara del celu con una leve presión sobre el botón rojo, no hay clic, solo el roce de un dedo solo.

Ya está, la foto ya está, la foto sube al cielo celeste y blanco.

Primeras prendas que primaron en la pasarela que conducía a la torta y a otros dulces adjuntos, quién hubiera dicho tantísimos años atrás que la prenda gris como la materia gris se vería cambiada así bajo las nuevas luces. Pasaron las páginas del tiempo, muchas más que 12, la prenda cambió, de saco gris como la materia gris pasó a saco blanco a cuadros delineados en verde y fucsia, la prenda en su entrada triunfal, golosa, glamorosa, encantada con la porción de torta asignada. Tomá pa' vos, llegar a pavonearse en verde y fucsia por conseguir una porción de la torta principal.

Ahora otra, otro trapo de otro u otra u otre, tripas corazón lo casual, lo cuidado es el diseño, hay contrastes, pollera transparente, diluida, verdes y grises evaporados, tela de textura apenas insinuada que contradice al zapatón, hay zapatón negro y tela leve, no toque mi zapatón, negro.

Y andando, central, una prenda verde, estampada en verde, relieve de verdes rememorando los verdes años verdes idos, tela rica en puntadas de hilo resistente, se desliza hacia la punta de la mesa bajo los caireles. Cambio de prenda al rato nomás, y después de otro rato otro cambio, otra prenda, otra vez el cambio. 

Aunque fanática del cambio la nueva prenda es del mismo corte que la anterior, el mismo modelo pero en otro tono. Vestido de tono crema, rosas estampadas en crema, igualitas a las rosas teñidas del bouquet central que perfuma la mesa, y las fuentes de la fiesta. Fuentes en las que hay de todo un poco, hacen agua la boca, el mar está presente: centolla, caviar… y jamón serrano, y ñoquis, y la lista sigue. Qué mirás bobo, mirar la fuente en la pantalla del celu con la ñata contra el vidrio, se mira y no se toca, la boca hace agüita, la boca es propiamente una fuente.

Y la prenda prendida de la noche frente a la ventana ¡qué noche!, vieras qué noche, la paleta toda entera de la familia sintetizada en una prenda: beige, gris y pastel, colores más geometría, desparramados por la tela triángulos y círculos, se repiten en los aros, un lujo el detalle, a figurarse cuántos dibujos, cuántos papeles para el boceto, las aproximaciones, la búsqueda de la forma de la prenda que contraste con el resto. Contrastando, contraste bruto, adentro la fiesta y afuera qué, más precisamente qué más allá, mucho más allá y muy afuera.

Prendas de prendidos de la tele bien, agarrados a la tele, tomados en prenda por la tele, pertenecen a la tele como la letra con la que sazonan la conversación, el bocado a digerir. La tele alimenta los propósitos prósperos de sus prendados que prosperan en todas direcciones, y quiero más de esta salsa, y quiero más cha cha cha, y la chancha y los veinte. Y también “una Argentina próspera y maravillosa”, lo aportó la prenda cumpleañera después del apagón de velas cuando levantaron las copas para el brindis, qué vino se les vino a la cabeza. 

Lo dicho dicho está, lo dicho es dicho, “por una Argentina próspera y maravillosa”, es un decir, de quien entre sorbo y sorbo también pidió disculpas a una prenda principal: Es que voy a votar… y dijo el nombre de la que antaño fue encargada de la defensa de sus compatriotas, la que hizo la conocida recomendación que sonó en la puerta de un restaurante: “El que quiera ir armado que ande armado”. Así la prenda cumpleañera prendió en la noche su broche de oro.

Buen provecho, este cumpleaños viejo (lleva ya una cuántas semanas) mostró lo bien que se come, la mesa de la alta escuela se lució. Las mesas bien servidas son bien vistas en televisión, mesazas para disfrutar, para alimentar fantasías de alimentarse bien, a lo grande, los primeros planos de la mesaza encienden la ilusión: bocados deliciosos, jugosos, para relamerse. 

Faltan los aromas, faltan, pero tranquilidad que falta poco, falta poco para que la realidad virtual, gracias a la llegada a la tele de la hiper tecnología que pagarán los anuncios de los exportadores de alimentos, deje al televidente pipón pipón, aunque no haya podido abrir la boca para el bocado.