En la disyuntiva de vivir en el “ahora” o conectar con la generación del “todo ya”, pude caminar sobre distintos circuitos integrados. El tour para conocer las realidades del tiempo digital y emocional, me sorprendió nuevamente, y descubrí algunas variantes posibles cuando se elige ser libre de artificialidad.
En el plano de lo práctico sería algo así como no quedarse en soledad, buscando contenidos en plataformas y encerrándose para enamorarse de la fibra óptica.
El tiempo es una medida extraña que tiene olas de cotidianeidad.
Por ello, mientras dejé el arranque de un Fiat 1100 en el taller de Gino, me sumergí en el desafío de cambiar el desayuno cara a cara con la pantalla, para emprender el recorrido por las miradas de las personas, en esta invasión de lo tecnológico.
Y la relatividad del tiempo, que supuestamente existe en las emociones, hace que todo nos confunda de una forma coherente. Porque todo es verdad según desde donde, cada uno lo sienta.
Asomar en esta era del esplendor artificial me hace pensar en aquello que muere sobre la realidad ampliada.
En ese sentido, los signos vitales de lo que nos conmovía con pequeños gestos, ya son parte del pasado. La rutina está llena de pequeñas cosas irreales en ese patrón de medidas emocionales.
Sucede que aquella relación idílica con la búsqueda del encanto, dura menos. Será porque hoy existe un repertorio muy amplio y fácilmente accesible para la satisfacción.
La receta infalible es la sorpresa y en la religión digital todos los caminos llevan a un encanto de molde para adorar la vanidad de la conquista de likes.
Allí encontré la cautivante mirada de la tatuadora, que en su diversidad de talentos, fue contundente en su expresión: “Entrenarnos con la máquina pero lo que me enciende es trabajar con las manos sobre la piel del tatuado”.
Esa frase me hizo ver que a pesar de su plena juventud, en consonancia con la era de la cercanía virtual, su instinto humano reconoce la necesidad de otro tipo de contacto.
A diferencia de una costumbre que se nos metió por debajo de las rodillas con la agenda del teléfono: sumar contactos y nuevos amigos con forma de emoji.
Pero en otro orden, a diferencia del sastre de 76 años que hizo su vida entre la antigua textil y su sueño de cantor, pude observar un punto de vista diferente. Reflexioné sobre cómo darle corte y confeccionar el nuevo placer, en una época marcada por lo susceptible.
El hombre supo rescatar la poesía de su era analógica y su relación con la que fuera su esposa. Un matrimonio a pura verdad sin inteligencia artificial, que vivió casi en la esquina de Avenida de los Constituyentes, frente al icónico tanque de gas.
El recuerdo virtual de un proyecto tejido con la rutina de un matrimonio y algo más, lo inspira en la fresca de la mañana y le habla a una foto de la que fuera su esposa, que nunca lo tuvo esposado.
Lo miré callado mientras le llevé la mochila del hombre araña de mi hijo para cambiarle el cierre. Luego de un rato, me animé a preguntarle: ¿Qué relación tiene con la inteligencia artificial? - La misma que con mi esposa- respondió.
-La miro en esa foto, le hablo y le digo cosas lindas y ella me marca el camino.
Pensé, ella está pero ya no está-. Contestó el ex trabajador de la fábrica textil, con la cabeza en diagonal y sus ojos rectos. Se lo veía concentrado, con ese pensamiento que le detuvo las pestañas, mientras marcaba con la tiza, su tela de pañolenci, en el diseño de un blazer de comunión.
Siguió, sin preguntarle nada de mi parte: -Es algo viejo que venden como nuevo pero esos espíritus viven con miedo siempre. Pelean juntos por el cambio sin saber que quieren cambiar-.
Pensé que es como el conflicto tapado entre el ratón Pérez y el circuito financiero de los años 90, que nadie menciona.
En una charla entre corredores, más conocidos como la logia de los roedores de bolsa, Pérez reconoció: “La felicidad virtual de los otros me tiene podrido”.
El sastre convencido y abrazando a su amor artificial, tomó un trago de jugo de alcaucil y siguió: -Se dice que desde que el roedor fue exageradamente dadivoso con los dientes de un conejo, sufre pesadillas de estafas bancarias en su cuenta de visitas a las infancias-. Entonces agregó: -Este tema de las estafas virtuales sobrevino porque a un muñeco rebelde de la habitación, se le ocurrió engañar al roedor fantasma-.
Parece que luego, este muñeco le colgó un cartel en el cuello, que decía: “en Toy Story sacaste bentaja”.
El error garrafal en la palabra “ventaja” escrita con B, delataba ya un complot que venía torcido.
¿Habrá sido la inteligencia artificial? ¿Que ya funcionaba en los altos comandos?
Pensé que esa confusión no podría ser natural sin un espía guiado por la inteligencia artificial para dar información cierta.
El ratón Pérez que desciende de un linaje persa, usa la intuición mejor que cualquier mago y sabe cuándo lo están chamuyando.
Por eso le siguió la corriente, y en medio de la noche saliendo de un complejo de la costanera, se frenó para mirar la luna frente al Río de la Plata. En ese instante, avistó con sus ojos de liebre, la sucursal de Montevideo.
Ya tenía “plan V” y eso significaba un amplio vestuario de soluciones que no eran solo dos letras del abecedario sino casi todo completo. Eran los recursos con los que contaba para ganarle a la especulación del engaño con los beneficios de lo artificial.
Puede haber matices para encontrarse con las nuevas formas de felicidad. La fragancia del encanto que cautiva, florece en las realidades ampliadas y todo se mueve. El mareo por lo artificial cautiva soledades, y la salida de un desierto lleno de abundancia con felicidad artificial y líquida es una tecla nada más.
Entonces, los dolores del ego se exaltan y viven una terapia superficial que los calma con la fascinación del espejo. Welcome a la viudez del encanto viejo que fue analógico, y nos dejó pensión para bancar la herencia melancólica.
Justamente, pensé en una analogía. El cabello de la religión digital es como un pelo planchado, y la invasión fue pura delicadeza para lavarnos la cabeza. Todo análisis de un tiempo ondulado es una rareza, y el reloj de las horas de Freud transformó sus agujas en un temporizador instantáneo. Esa generación del “ya” le queda grande y los recuerdos de la antigua toca con ruleros, exigen una nueva crema de enjuague. El desafío es que pueda desenredar los pensamientos cruzados en las múltiples dimensiones del escollo digital.