De rojo, como una estampida, como si algo se derramara de forma inexorable sobre la escena, esa capa roja deja una mancha que permanece cuando la actriz abandona esa tela y comienza su derrotero para instalar las señales del biodrama.
La madre es la figura a invocar. Esa mujer que es una voz siempre emocionante y vibrante. Importa el testimonio de su madre, la voz firme, la manera desatada y arrabalera con la que cuenta su historia de amor.
Pero la escena es de la hija. María Ucedo es quien narra, la persona que crea con ese mundo amoroso una obra de teatro que se fundamenta en una verdad familiar: su madre amó a otra mujer durante cincuenta años. Una vez separada de su padre, cuando María tenía tres años, ella compartió sus días con una amiga a la que sus hijxs llamaban tía y con la que nunca convivió. A partir de la muerte de esa mujer, María empieza a encontrar en lo que ella entendía como una falta de sexualidad de su madre, como una ausencia total de vida amorosa, los indicios de una pasión que, según su madre, ella jamás ocultó.
El rayo se piensa a partir de una evidencia que siempre fue negada por el entorno y los procedimientos escénicos que definen Ucedo y Valeria Correa; como dramaturgas y directoras se basan también en una ausencia. Todo está contado por partes gracias a una sonoridad que completa las situaciones. La soledad de la actriz en escena habla de esa fragmentación, de un mundo escindido, mutilado donde su madre se las ingenió para ser feliz, para viajar con la mujer que amaba por el mundo, para sumarla a todos los eventos familiares, para construir con ella una casa donde se iban de vacaciones. María Ucedo también reivindica, sin decirlo explícitamente, esa capacidad de su madre por defender un mundo que a comienzos de la década del setenta era inimaginable para una escribana que debía llevar adelante un hogar con tres hijxs pequeñxs.
El rayo hace de la teatralidad, de la actuación, un recurso de reconstrucción donde la memoria ocurre a partir de una serie de relecturas, de datos que según el contexto adquieren un valor diferente para la protagonista. Si bien el uso de las fotos es bastante recurrente en el género del biodrama, hay una imagen donde las dos mujeres comparten un sillón de la casa familiar y la evidencia de que son pareja es tan contundente que María no deja de asombrarse que ni ella ni sus hermanos lo hubieran notado. El rayo es también la historia del vínculo entre una madre y una hija (de hecho ninguno de sus hermanos varones tomó la iniciativa de averiguar y preguntar sobre ese deseo que intuían), María elude esos momentos donde está a punto de confesar la admiración que siente hacia su madre y prefiere convertirlos en otra cosa, en una variante dramática que captura reflejos donde la verdad estallaba como ese rayo que menciona su madre el día que se dió cuenta que amaba a La Negra.
Al señalar lo inevitable del amor, María también traza un retrato sobre sí misma. Se reconoce más cercana al mundo de los chicos que de las nenas en su infancia, se ve peleando con los varones cuerpo a cuerpo. María Ucedo ofrece una sinceridad centelleante que funciona como la estructura de la obra.
El impulso que conduce la imaginación escénica de Ucedo y Correa permite encontrar en el pasado, en las generaciones anteriores acciones, experiencias y estrategias que dialogan con el presente ¿Cómo enfrentar el deseo, como darle una entidad real a una vida que no se rige por la corrección sino por las propias decisiones, incluso por aquello que no se puede elegir porque te arrasa, como sucede con el amor, sin poner en peligro la propia supervivencia y la de la familia? Esa es la proeza que se expande en el rayo como esa capa roja de torera que lo abarca todo, que llega hasta donde quiere.
El rayo se presenta los viernes a las 21 en El Portón de Sánchez.