En 1941 Hitler invadió la Unión Soviética, a partir del avance alemán cientos de aldeas y ciudades fueron arrasados por tropas bien equipadas que poseían tanques modernos y letales. Chicos, ancianos además de las estructuras industriales y cooperativas fueron borradas de la faz de la tierra. Las causas de la guerra (la historia de la apropiación del excedente económico por parte de las grandes potencias de Occidente según Marx) son múltiples pero Hitler tenía un objetivo, destruir el comunismo. Libros, testimonios, películas (Venga y Vea es sólo una muestra de aquella obsesión parda) dieron cuenta de un momento de aquella época donde el choque de clases adquiere un paroxismo político y militar. Hitler fue la encarnación máxima del gran capital puesto a gobernar y dominar el mundo. A diferencia de grandes autores de la Segunda conflagración (Eric Hobsbawm, Svetla Aleksiévich, Primo Levi, Ana Frank por nombrar algunos) las tramas de ficción pudieron poco y nada ante esta cacería humana que sepultó a 24 millones de soviéticos, donde existieron batallas como la de Satalingrado donde se llegó a combatir casa por casa. Eduardo Sguiglia toma el guante y no le quema, no explota nada en él de sensiblería o ajuste de cuentas. Sólo tomó apuntes en una libreta tras otra y el correr de los dedos sobre la computadora y sin ambages adquiere como punto de partida a un personaje ficticio pero basado en hechos reales. Juan Meyer es un médico argentino que llegó a ser jefe de Unidad de Combate en el Frente de combate ruso, al mando de una columna de partisanos (ese nombre fue dedicado a los combatientes al mando de Tito en la ex Yugoeslavia) que golpeaban al invasor y se retiraban a las montañas, se abastecían de comida, municiones y planificaban una nueva acción.” Las fuentes fueron muy discretas, pude captar el habla cotidiana de aquellos tiempos, los debates más que acalorados y la pasión militante, en ese marco fue horrible escuchar la infinidad de fuentes que indicaron también la triste colaboración con el invasor”, cuenta Sguiglia en un bar de Núñez.

Sguiglia es rosarino, economista, cuenta con varios libros en su haber sobre el rol de la insurgencia argentina (Los cuerpos y las sombras, El miedo te come el alma, entre otros), fue jurado en el Premio Casa de las Américas en Cuba y primer embajador argentino en Angola. En La redención del camarada Petrov el héroe no es el héroe sino un joven galeno que toma el tren de Georgia a Moscú y entabla amistad con españoles y mexicanos que se las traen pues ponen a prueba una y mil veces el sentido del humor como la paciencia entre los hombres. “Es verdad que todos los autos eran grises o que te sentabas en un bar donde no había nadie y tardaban media hora atenderte, pero por esos detalles no voy a tener una mirada política de lo que ocurrió en la construcción de un nuevo sistema político, económico donde el objetivo final fue el cambio de raíz de las relaciones sociales, humanas y de relaciones de producción. Mientras el Vaticano invirtió millones de dólares para tumbar la experiencia del socialismo real y aunque sabemos que no fue real ese sistema lo que vino después, lo vemos hoy en día, es una catástrofe”, señala. El autor construye en el libro, a través de pequeños detalles, la historia de la llamada Gran Guerra Patria, como el rol de los partes de combate por Radio Moscú, una transmisión que clandestina y todo llegaba a millones de habitantes rusos. El texto se hilvana no con frases ya dichas y grandilocuentes sino hurgando en la intimidad de la guerra en los encuentros nocturnos alrededor del fogón. En los campamentos, en los claros del bosque donde Juan Meyer pasa tres años y medio entre una misión y otra. Se advierte la presencia de los burócratas que ya tomaban para sí el rumbo de una experiencia inédita para la humanidad. En ese clivaje surge Petrov, un funcionario que trabaja en una central nuclear y toma una decisión que marcará el inicio de otra trama en el libro.

“Fue imposible no detectar los combatientes de los que se aprovecharon de una y otra manera de la contienda. De todos modos escuchar sus relatos fue un cimbronazo. Fui otro después de escuchar las escenas de guerra y uno descubre que sabía pocas cosas, la invasión nazi a territorio ruso no se borra así porque si, hasta hace poco no había familia que no tuviera un muerto”, detalla Sguiglia. Mira por la ventana y vaya a saber qué piensa este economista que en el exilio conoció a su actual esposa de nacionalidad alemana de la República Democrática (RDA). “Algunos de mis amigos no podían entender cómo se vivía en la Alemania no capitalista, vaya que se vivía” sonríe. En el libro se recuerda en un momento de tregua luego de las acciones el gusto de los pepinos agridulces, de la papa rallada como así también el cruce a pie por pantanos y puentes y en un cielo único la presencia de la estrella polar. Una travesía donde se logra que la ficción cuente la verdad sin espíritu de enciclopedia ni abundancia de datos históricos. En uno de los campamentos Juan Meyer antes del triunfo final recuerda a Ema y Julia, compañeras de vida en las trincheras y en el amor al fin. Tal vez nunca se sepa porque la ficción no tomó en cuenta que una guerra de esas proporciones bien vale mil palabras. La historia, el nudo central y los diálogos elaboran una construcción cinematográfica de los hechos y por sobre todo hay una sensación corporal que el lector siente en la mayor parte de la obra que remite a los relatos de los sobrevivientes del Holocausto, las escenas de las batallas a contrapelo de la visión de Hollywood. La historia va del pasado al presente y viceversa. “Lo que no se puede expresar ciertamente existe” escribió el filósofo Ludwig Wittgenstein. Por suerte están los escritores que se obstinan en cumplir sus sueños.