“La poesía habla poco para decir mucho”, plantea la poeta, ensayista y traductora española Ada Salas, una de las voces más importantes de la poesía en lengua castellana, que se presentará este miércoles a las 19 horas en el marco de la Serie de Lecturas Frost que organiza la Maestría de Escritura Creativa de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref), en la sede del rectorado (Juncal 1319). Salas leerá fragmentos de su obra y dialogará sobre su trabajo y el proceso de creación literaria con la poeta y dramaturga Susana Villalba y el escritor, editor y docente Nicolás Antonioli.

La autora de Arte y memoria del inocente, Variaciones en blanco, La sed, Lugar de la derrota, Esto no es el silencio, Descendimiento y Arquelogías, entre otros libros de poesía, escribe para buscar una razón a la existencia y no dejarse arrastrar por la soledad. La obra de Salas (Cáceres, 1965), que ha sido traducida al sueco, el italiano y el alemán, incluye también ensayos en los que reflexiona sobre la escritura poética como Alguien aquí, El margen, el error, la tachadura y Poética y poesía. La poeta española, de visita por primera vez en Argentina, se suma a la Serie de Lecturas Frost, creada y dirigida por María Negroni en 2014, en la que han participado Nicolás Peyceré, Jacques Ancet (Francia), Arturo Carrera, Tununa Mercado, Edgardo Cozarinsky, Erri De Luca (Italia), Sylvia Molloy, Mario Montalbetti (Perú), Edward Hirsch (Estado Unidos), Menchu Gutiérrez (España), Leopoldo Castilla, Gloria Gervitz (México), Pierre Michon (Francia), Luis Chitarroni y Eduardo Stupía.

Salas, licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Extremadura y profesora en Lengua y Literatura españolas, asocia la escritura poética a una experiencia de riesgo sin protecciones. Sus poemas, que tienden a una intensa brevedad y una depuración natural, van al hueso de lo esencial. La poeta ha recibido los premios de poesía Juan Manuel Rozas, Hiperión, Ricardo Molina y el premio de Ensayo Fernando Pérez. Su poemario Descendimiento, en el que una pintura del flamengo Rogier van der Weyden (1399-1464) se adueñó del proceso de escritura, fue llevado a escena y estrenado en el Teatro de La Abadía en 2021. “Debajo de la piel/ corre la sangre. Debajo del color/ el blanco del estuco./ La luz./ La transparencia./ Otro poco/ de aceite/ para/ que lo vivido/ aflore entre lo muerto”, escribió la poeta que ha traducido, junto con Juan Abeleira, A la Misteriosa y Las tinieblas, de Robert Desnos.

“Muchos poemas que he leído me han consolado, acompañado, me han hecho feliz. Me han curado”, reconoce la poeta en la entrevista con Página/12 y aclara que “curar, etimológicamente, significa cuidar”.

-¿Por qué afirmás que “escribir como mujer probablemente me impediría escribir”?

-Esa afirmación aparece en un texto titulado “Poesía en femenino” que escribí para un curso de la Universidad Complutense de Madrid en 1994 (sino me equivoco) sobre poesía “femenina”. Quería decir que el “lugar” desde el que escribo, y también desde el que leo, no es conscientemente femenino. Involuntariamente, claro, puede serlo, aunque no sé muy bien en poesía a qué se llama “femenino”: ¿a que las cuestiones “temáticas” que aborda sean sobre la condición de mujer? Creo que en alguno de mis poemas se “ve” esa condición de mujer porque se incide en una especie de denuncia, o más bien de puesta en evidencia de la condición de muda que se le ha impuesto a la mujer durante siglos. Por ejemplo: sientes dolor, pero no tienes derecho a expresarlo, nada menos. Esos poemas están sobre todo en los tres últimos libros: Limbo y otros poemas, Descendimiento y Arqueologías. En Descendimiento, está en los poemas que aluden a el papel terrible que se le adjudica a la Virgen en La Biblia; aceptación que también es sumisión, sufrimiento: la Pasión y la muerte de su hijo por decisión de Dios Padre, figura, evidentemente masculina, y omnipotente. Pero esa denuncia o esa puesta en evidencia no ha sido una elección consciente ni voluntaria en mi manera de entender la escritura. He procurado no hacer “poesía femenina”, como tampoco “poesía heterosexual”, o “poesía joven”, cuando era joven, “poesía adulta”, cuando ya fui “adulta”… es decir, no he enfocado mi escritura con ningún condicionamiento. Por supuesto, imagino que todas esas cosas se manifiestan en los poemas, pero no lo he buscado. Me interesa sobre todo lo que escribió César Vallejo: “Hoy no sufro como César Vallejo, hoy sufro solamente”. He procurado escribir desde mi condición de ser humano, lo más anónimamente posible. No creo en la poesía “femenina”, como tampoco creo en “la masculina”.

-“Nos importa curar/ con las palabras”, leo en uno de tus poemas. ¿En qué sentido curan las palabras? ¿O será que, a la par que curan, también hieren, lastiman, conmueven?

-Como lectora, muchas veces he sentido que los poemas expresaban mi dolor, o mi miedo, o mi herida. Leer poemas que digan lo que tú no eres capaz de decir, cura, como cura expresar, decir, sacar a la luz. Muchos poemas que leído me han consolado, acompañado, me han hecho feliz. Me han curado; curar, etimológicamente, significa cuidar. Como autora, puedo decir exactamente lo mismo.

-¿Cómo se vinculan lo visto y lo oído, la mirada y lo escuchado, en tu poesía?

-Una determinada imagen viene con una música terminada. Un poema compone sobre la página, visualmente, una partitura determinada: un dibujo. Un poema no sólo es una propuesta musical y/o de significado. Sobre la página, todo poema tiene algo de caligrama.

-¿Qué sucede con el tiempo en el poema? ¿El poema es “único instante” a la vez que produce la sensación de “tiempo detenido”? ¿El tiempo del poema fue, es y será siempre el presente?

-Esa es una de las maravillosas paradojas de la poesía: en un poema está vivo el presente, está viva la relación con el pasado (el sustrato de la tradición, por ejemplo, las huellas que el pasado dejó en quien lo ha escrito) y es un texto que, si tiene la fortuna de poder sobrevivir a las malas pasadas del tiempo (papiros desaparecidos, la Biblioteca de Alejandría en llamas, ediciones completas perdidas…), llegará a los lectores, siglos después, y será futuro. Eso significa que el poema es un eterno presente porque contiene a todos los tiempos.

- “Si el dolor no se puede contar”, ¿qué hace el poeta con lo que duele? ¿Cómo lo enfrenta en el poema?

-Hace lo que puede. Y quizá lo único que pueda hacer es “dejarse hacer”: el dolor, en poesía, suele encontrar por sí solo los resquicios por los que aflorar. No necesita que lo empujen demasiado.

-Aunque en una parte de “Descendimiento” el verso parece más expansivo, hay una tendencia a la brevedad y condensación en tu poesía. ¿Por qué preferís los versos breves y encabalgados?

-No es exactamente una preferencia. No elijo escribir así, es algo natural: los poemas llegan con ese ritmo: una de las posibilidades que más me interesan del encabalgamiento es precisamente que corta el ritmo fluido de la sintaxis. Convierte la oración en un “verso quebrado”. Rompe, por lo tanto, lo esperado, teniendo en cuenta, claro, que para mí la pausa versal es sagrada y que no concibo leer poesía como si se leyera prosa. Ese corte es significativo: por el ritmo acentual que marca en el poema y por el papel que juegan los silencios. En cuanto a la brevedad… la poesía habla poco para decir mucho.