Todas las películas merecen verse en salas, en las mejores condiciones posibles, pero si hubiera que elegir una en este Bafici que demanda más que ninguna otra ese requisito es ALLENSWORTH (todo en mayúsculas, no como erróneamente figura en el catálogo del festival) del estadounidense James Benning. Esto es así porque el cine de Benning -un clásico del festival porteño, al que visitó en varias oportunidades acompañando sus films- es una experiencia que exige del espectador una concentración particular, una participación activa: le pide pensar frente a la pantalla. Veo (y escucho), luego existo, sería la divisa cartesiana del cine de Benning, un realizador singular como ningún otro, entre muchas otras razones porque trabaja completamente solo, sin ayuda de ningún tipo.
Si “ver y escuchar son actos políticos”, como el mismo Benning ha manifestado, ALLENSWORTH –estrenado en el Forum de la última Berlinale y presente en el Bafici en la sección Trayectorias- es quizás uno de sus films más abiertamente políticos, empezando por esas inusuales mayúsculas del título, que en un cuerpo de obra caracterizado por su minimalismo y su discreción parecen un grito dirigido hacia la conciencia del espectador.
Filmado sistemáticamente a lo largo de un año calendario, ALLENSWORTH invita a reflexionar e imaginar las circunstancias y el contexto de una ciudad fundada en California en 1908 por Allen Allensworth, un esclavo que ganó su libertad durante la Guerra de Secesión. El asentamiento de 20 acres ofreció a los afroamericanos un refugio seguro para vivir, y también se consideró una prueba de cómo la comunidad negra podía construir y administrar una población independiente y próspera cuando se libraban de los grilletes de la intolerancia racial de la época. Intolerancia que, dicho sea de paso, no ha cambiado tanto desde entonces. Por algo existe hoy el movimiento Black Lives Matter.
La particularidad del film de Benning, como el de todos sus otros films, es que el director apenas si provee información sobre lo que el espectador está viendo y escuchando, lo que lo induce a interpretar por su propia cuenta cada uno de los doce planos de cinco minutos –titulados como capítulos con los nombres de cada uno de los meses del año- que constituyen la estructura de la película. Unos árboles raídos, un granero, una humilde casa de madera, un galpón, una iglesia, el modesto edificio de la municipalidad –todos sin una sola figura humana- van desfilando frente a la cámara impasible de Benning, que confirma una vez más su extraordinario talento como fotógrafo, capaz de extraer lo mejor de la luz y el encuadre, pero sin preciosismos de ningún tipo.
El sonido es apenas el del viento o el de algún tren –los trenes de carga son casi una obsesión en Benning- que pasa sin detenerse fuera de cámara, en la distancia. En algunos de esos planos también se escuchan -como si provinieran de una radio lejana- a Nina Simone cantando su himno “Blackbird”, y al trovador negro Lead Belly interpretando su blues “In the Pines”.
Hay algo espectral en todos esos retratos de la desolación, que hablan de un pasado remoto, de un pueblo fantasma, que hoy apenas sobrevive como museo al aire libre, tal como uno se entera en los créditos finales del film, a los que conviene quedarse, porque aportan la información que durante la proyección fue deliberadamente velada para que el espectador pudiera hacer su trabajo.
La discontinuidad más notoria en el nuevo film de Benning ocurre en el mes de agosto (en el que tradicionalmente se lleva a cabo el primer día de clases en los Estados Unidos), que es la primera y única imagen “escenificada” de la película, así como el único momento en que una figura humana ocupa la pantalla. Una mujer negra joven, vestida de época –uno sabrá luego que se trata de una réplica del vestido que la activista Elizabeth Eckford usó en su primer día de clases en la Little Rock Central High School de Arkansas, en 1957, hasta entonces sólo accesible a los blancos- se para frente a un pizarrón de la escuela de Allensworth y lee poemas de Lucille Clifton que evocan poderosamente las adversidades contra las que se enfrentó -y se sigue enfrentando- la experiencia afroamericana.
Con el mes de diciembre llega el bello, melancólico plano final, que no podía ser otro que el del cementerio de Allensworth, apenas unas pocas cruces de madera torcidas, sacudidas por el viento y el polvo, pero que en la mirada de James Benning son capaces de sugerir que la lucha de esos hombres y mujeres no será olvidada.
- ALLENSWORTH podrá verse durante el Bafici en los siguientes días y horarios: jueves 20 a las 11:45 (El Cultural San Martín Sala 1); domingo 23 a las 20:45 (Cine Multiplex Monumental Lavalle Sala 4); viernes 28 a las 16:00 (Sala Leopoldo Lugones) y domingo 30 a las 14:40 (Cine Gaumont Sala 1 - Leonardo Favio).