La periodista y conductora de AM750, Cynthia García reflexionó sobre la visita de la jefa del Comando Sur de los Estados Unidos, Laura Richardson, a la Argentina, donde mantuvo un encuentro con el ministro de Defensa, Jorge Taiana. Además, dio detalles sobre la reunión y los duros términos en los que se refirió la funcionaria estadounidense a China. 

El editorial completo de Cynthia García

La lógica imperial de Estados Unidos tambalea con su decadencia al hombro. Conforme se diluye su hegemonía planetaria frente al crecimiento de China, el Departamento de Estado norteamericano instruye a sus cuadros en la doctrina de la soberbia y el ridículo.

En ese contexto debe leerse la visita de esta semana por parte de la generala Laura Richardson a la Argentina. Después de confesar desembozadamente que a Washington le apetecen los recursos naturales de Sudamérica, tuvo que regresar para disfrazar las presiones yanquis con palabras más protocolares.

El ministro de Defensa, Jorge Taiana, fue quien la recibió y compartió una cena con la uniformada estadounidense, servida en ámbito castrense. Fuentes consultadas por La García, informaron que Richardson no cometió las mismas groserías que en su incursión anterior pero, de todos modos, Taiana le reprochó el acuerdo del FMI concedido a Mauricio Macri y reivindicó la soberanía argentina para la compra de instrumentos, vehículos o cualquier tipo de equipamiento para la defensa de la Nación.

A esta altura, nadie en el Gobierno niega que estas pampas, al igual que toda la región, son objeto de disputa para las grandes corporaciones con asiento al norte del Río Bravo. A un lado y otro del meridiano de Greenwich, las carteras diplomáticas que dependen de Buenos Aires advierten que “los yanquis creen que los chinos son malignos”. Y no son pocos los dirigentes del Frente de Todos con funciones en distintos estamentos del Ejecutivo o responsabilidades diplomáticas que lamentan el alineamiento complaciente de la Cancillería argentina y el ministerio de Economía con la Casa Blanca.

Un debate que reverbera en los pasillos gubernamentales es el que versa sobre la compra de aviones chinos, la impugnación estadounidense y la dubitación presidencial. “Hay que comprar los aviones a Beijing, aunque esa decisión se demore porque la tiene que tomar finalmente el Presidente”, contestaron ayer en el Gabinete nacional ante nuestra consulta.

Sucede que los yanquis presionan pero no ofrecen ni financiamiento ni tecnología de punta. En los 90', por ejemplo, Carlos Menem les compró aviones A4 que se habían usado en Vietnam y se habían modernizado pero los mandaron sin misiles. El Tío Sam aprieta pero escamotea lo mejor de su industria y descarta en países periféricos material que los condena a desventajas defensivas u ofensivas ante hipótesis de conflicto bélico.

La voluntad de los cuadros del oficialismo que leen en términos soberanistas la política se mantiene en la idea de que no se van a comprar los aviones norteamericanos. Por eso, deslizan que Richardson vino a reforzar la presión, después del sincericidio sobre sus apetencias respecto de nuestros recursos naturales.

Asimismo, la última curiosidad es que la Generala parece oficiar de promotora para colocación de vehículos especiales tipo 4x4, diseñados específicamente para los desiertos afganos. La empresa que los fabrica es la canadiense General Dynamics pero no sirven para terrenos como la pampa húmeda o la mesopotamia. Acá se podría acordar con Brasil para la fabricación de equipamiento acorde a nuestro territorio y nuestra climatología.

La pleitesía que pretende Estados Unidos supone que Argentina pague, sin financiamiento a largo plazo y con condicionamientos políticos, por equipamiento militar incompleto o deficiente para esta época. China, en cambio, ofrece materiales o aviones de última generación con facilidades y sin collares ni grilletes.

Los dirigentes del oficialismo que no se resignan a la inercia que promueven los que se subordinan a Washington apelan a la movilización popular para que, al menos, se sepa que acá no se rinde nadie. Y por el momento, observan con tristeza la oportunidad que se desaprovecha con China, donde Lula Da Silva acaba de desembarcar con una comitiva de 200 empresarios e irrita hasta al propio Joe Biden con sus gestos de autonomía.

En síntesis, la Casa Rosada atraviesa tortuosamente el síndrome de la arena movediza, hundiéndose paulatinamente en las fauces de sus verdugos por aventurarse en un atajo que terminaría inexorablemente en la asfixia política y económica. La salida no es la quietud ni el manotazo desesperado sino la promesa transformadora de un país sin tutelaje colonial.