Nómade, punk, loca, hímen… contraseñas para entrar en su lengua, en su lógica de razonamiento que hace aleaciones aparentemente imposibles, como la que ocurre en su cuerpo: filosofía y sexo, mente y piel, rosca y Hegel, academia y calle. Ahí está ella siempre espléndida, con su delineado negro que ya es su marca registrada y sus pelos prolijamente volados, como los rulos de Bécquer que dibujaba de chica en plumín y tinta china. Dice que llega tarde a todo pero cuando llega, llega como un tornado. De chica le han prohibido estudiar a Esther Díaz, así, con el peso de lo prohibido: “él puede porque es hombre” le dijeron de un primo cuando se revelaba inquieta por no poder hundir la cara en los libros. Y recuerda como el momento más feliz de su vida volver en el caño de la bicicleta de su padre de unas clases de pintura que sí le permitieron hacer. Pero en esa lucha, en esa guerra despareja que midió las fuerzas de la pequeña Esther con una madre brava y sumisa al poder patriarcal, encuentra el punto cero de su poder, la razón de su resistencia.
Tiene más de 30 libros teóricos, uno de memorias (Filósofa punk), un libro de relatos eróticos (El hímen como obstáculo epistemológico), una película que narra su vida (Mujer nómade) y ahora Lengua de loca, el resultado de una edición de sus columnas publicadas en Las12 entre marzo de 2020 a octubre de 2021.
¿El libro es la culminación de algo? ¿Un orgasmo epistemológico?
--Sí. El otro día pensaba en mi instalación en los medios y casualmente fue también mediante escritos breves. En 1984 me convocaron a lo que era entonces Radio Municipal para hacer unos cortos de cinco minutos que se llamaban “El pensamiento contemporáneo”. Me dio pudor al principio esto de hablar en cinco minutos por ejemplo de Foucault. Pero me gustó el desafío y la ventaja es que yo ya me había doctorado, porque antes de doctorarme no me animaba a presentarme en público. Por supuesto daba clases porque siempre viví de eso pero a estar en los medios o hacer seminarios en público no me animé hasta no estar doctorada. Y yo pensaba para dejar un pensamiento voy a tener que escribirlo, y ese era un programa para que escuchara cualquiera, era más popular todavía que el diario. En ese momento a la empleada que tengo acá en casa le pedía que leyera las columnas y marcara lo que no entendiera con resaltador, y en base a eso fui corrigiendo, qué palabras dejar de usar, cuáles sí. Tardaba una semana en escribir la columna, los programas salían grabados y trataba de actuar para que se notara lo menos posible que era leído. Salía muy bien. Después de un año me di cuenta que era una lástima que esas palabras se las llevara el aire. Entonces se me ocurrió editar un libro, se lo ofrecí a Eudeba, y la condición es que tuviera una aplicación universitaria: sentí que el libro era un incentivo a seguir pensando. Y ese nombre le puse a mi primer libro individual, Para seguir pensando.
Y ahora Lengua de loca…
--Al final de mi vida y de mi carrera, cuando comenzaba la cuarentena, (dos días antes), sin saber lo que nos esperaba, me escribió Marta Dillon para ofrecerme escribir columnas en Las12. Dije que sí al toque y era tal el entusiasmo que me daba vergüenza decirlo, de hecho yo perdí una hermana durante la pandemia y perdí movilidad también. Esta mañana por ejemplo caminé 18 cuadras y llegué muerta cuando antes caminaba esa distancia sin problema. En ese momento se estaba sufriendo tanto en el mundo que me daba vergüenza decir que estaba feliz, dejando entre paréntesis mis desgracias, que todo el mundo conoce (n. de la r.: la muerte de sus dos hijos). Me acordé de aquellos pequeños escritos breves, y me pareció que era un broche de oro fantástico. Escribir estas columnas sigue siendo un recorrido por mi larguísima carrera académica.
¿Cómo es la operación en la que mixtura sexo y poder, poesía y economía popular, a los griegos y a internet? Es muy admirable el modo en que todas esas cosas y tópicos fluyen juntos en las columnas.
--¡Gracias! Me emociona mucho cuando me dicen eso… Según los temas que me digan y que van ocurriendo, trato de llevarlos a otro nivel, sacarlos del nivel circunstancial. Me puedo enojar con el alcalde de la ciudad un día pero después cuando escribo sobre eso, saco mi enojo y dejo solamente la reflexión filosófica. Lo que es periodístico, lo que es circunstancial lo saco. El libro es el resultado de un año y medio de columnas, seleccionadas y editadas. Podado de todo lo que sea ocasional (solamente quedaron dos cosas: una declaración que hizo Macri muy representativa de la derecha y otra que hizo Larreta similar). Tengo columnas para dos libros más y yo sigo en Las12 pero no pienso seguir publicando en formato libro este material, que es muy importante porque cuando pensé que no había nada para mí encontré que no tenía techo. Y además me trajo un plus que no esperaba que es una gran vidriera. Hay gente que lee mis columnas en el extranjero y otra que me para por la calle.
Sexualidad y saber, pensamiento y deseo
Como dijo Vir Cano, también filósofx, en la presentación del libro, la fragilidad de la pandemia atraviesa casi todo el recorrido por las columnas ya que estaba sucediendo ahí. Ese miedo se puede palpar en las palabras de Esther y en sus reflexiones sobre el aislamiento, la soledad y el protagonismo de las nuevas tecnologías en un mundo cada vez más fraccionado. Y luego dos temas recurrentes en su obra: la sexualidad y la investigación. “Yo creo que es por todo lo que me reprimieron. Yo no supe nada de un órgano masculino hasta que me casé. Llegué virgen al matrimonio y fue una humillación terrible. Me sentí como una vez que me quisieron violar. Pero era mi marido. Que me mirara así, como un objeto” dice.
“¿Cómo pude ser tan necia?, ¿cómo acepté con naturalidad tanto menosprecio, maltrato y humillación? Para mí, estar siempre un escalón más abajo que los varones era inamovible, como lo había sido para mi madre, mis tías y mis abuelas que primero fueron víctimas del machismo y luego lo aplicaron sobre las nuevas generaciones de niñas. Estábamos (continuamos) metidas en esa maquinaria. No conocíamos ni concebíamos otra posibilidad. A punto tal que, en lugar de intentar revertir las injusticias, solo pensaba: “Ojalá hubiese nacido varón” escribe en “El inconveniente de ser mujer”, una forma más de la condensación en la que Esther Díaz sabe decir en pocas y bien seleccionadas palabras que el patriarcado es una peste que la atraviesa desde pequeña. “Follar es fantaseo y soporte corporal, incluso en esa tecnomasturbación que es el sexo virtual. Existe necesidad existencial de ficción más allá incluso de las pulsiones sexuales: contamos y cantamos fábulas infantiles, leemos, vemos y escuchamos relatos ficcionales -sin solución de continuidad- en el arte, el espectáculo, las conversaciones y hasta en la ciencia, otra construcción preñada de ficciones”, escribió en Fantasías sexuales, otro de sus temas favoritos.
¿Cuál cree que es la característica de su subjetividad tan singular que, como escribió, “la de cada unx baila con sus propios fantasmas”?
–Creo que es porque fui una chica de barrio hasta bastante grande. Eso lo tengo incorporado. Por eso me cuestan tanto los idiomas. Hasta hace unos diez años atrás, aunque me da vergüenza decirlo, quería ser la Hegel argentina. Pero tuve treinta años de atraso y él a esa edad ya había publicado su gran obra. Haberme construido como intelectual sola, sin pedir una beca, sin amiguismos: todo lo hice con mi laburo. Así como me pongo el botox pagándolo con mi guita y sin joder a nadie.
¿Qué le decían cuando era chica y Ud. quería estudiar? ¿Es similar a lo que le decían ya de adulta, cuando aparecía en los medios y la academia veía mal esas apariciones?
–De chica me decían que las estudiantas se volvían putas, se volvían atorrantas. En mi casa yo escribía una poesía, se la mostraba a mi mamá y ella me decía dejá eso y vení a ayudarme a lavar los platos, por eso hablo de la reproducción del patriarcado, porque lo viví en carne propia. De hecho las cosas que escribí de niña las perdí todas porque era tal el desprecio que se daba por lo intelectual que a veces pienso que esa resistencia es lo que hizo que pueda hacerme un lugarcito en la filosofía en Argentina. Siendo mujer y estando en contra de Klimovsky, por ejemplo, que nunca permitió que una mujer llegara a ser titular de epistemología (aquí se puede leer todo aquel conflicto). Me tuve que aguantar muchas críticas de los colegas. Me decían “la mediática”. Hoy en día veo chicas jóvenes que me dicen “gracias Esther por habernos abierto el camino” pero cuando empecé no pensé que podía llegar a los medios. Si me invitaran hoy en día, iría a cualquier programa de televisión, así como los griegos iban al Agora. Cuando pienso en Newton y Leibnitz que inventaron al mismo tiempo pero sin comunicación entre ellos el cálculo infinitesimal y estuvieron hasta la muerte peleando por quién fue el verdadero inventor, creo que esas peleas hubiera sido geniales frente a cámaras.
¿Tiene alguna teoría sobre por qué, por ejemplo, en televisión no hay más filosofía?
–No la hay porque el neoliberalismo solamente apuesta a lo que es comercial o político, que es más o menos lo mismo. Yo hasta la época de Menem, que era neoliberal pero no tan consolidada, todavía era convocada a hablar en televisión de filosofía, pero según se fue consolidando más fuerte el neoliberalismo, eso es como diría Esteban Bullrich, grasa militante, algo totalmente desprestigiado. Los diarios principales no tienen columnistas sobre filosofía. Y Página12 tiene una columnista como yo pero en un suplemento, no en el cuerpo principal del diario. Yo creo que tiene que ver con eso, con que ya no garpa. Aunque por supuesto valoro enormemente la apuesta del diario de tenerme y muchas veces poner mis columnas en primer plano.
Con un fierro en una mano y una flor en la otra
¿Cuánto de ese desprecio académico fue por ser mujer y una no precisamente obediente?
–Totalmente. Y aún así, cuando leo mis libros de hace 30 años me da vergüenza porque hablo en masculino, pero era la única manera de hablar en ese momento. El feminismo de la tercera ola hizo mucho por la inclusión de mujeres en la filosofía pero no es algo sencillo. Cuando yo estudiaba la carrera era totalmente colonizada por hombres, y cuando me recibí en el 73 tuve que irme de la facultad. En la dictadura me ganaba la vida vendiendo tizas en los colegios, por eso tengo mi espalda destrozada y me tuvieron que operar. Yo tenía un Fitito, lo llenaba de cajas de tizas e iba por todos lados. Era licenciada en filosofía y vendía tizas para sobrevivir y mantener a mis dos hijes.
Fue feminista antes de saberlo…
–Claro. Mi marido era golpeador. Antes me daba vergüenza decirlo, ahora que sé de feminismo no me da vergüenza. Tardé un año en separarme después de la primera paliza, me dio otra que no fue tan dura y me humilló en público y después de un año recién pude dejarlo. Cuando me dio la paliza terrorífica, que me borró la cara directamente, lo peor vino después. El tipo ya era mi enemigo pero hace sesenta años atrás me dijeron lo típico y no me tomaron la denuncia: “esta noche en la cama se arregla todo”. Yo tenía el pelo largo, él me agarró del pelo y me dio la cara contra los azulejos del baño. Me fui a la casa de mi mamá y cuando toco el timbre ella abre la puerta y me dice “te lo estabas buscando”. Se dio vuelta y siguió lavando los platos. Mi familia estuvo un año sin hablarme, porque si mi marido me pegó por algo será...
Y eso que Ud. llama su resistencia, ¿de qué está hecha?
–A mí me gusta utilizar esta palabra y no esa que está de moda: resiliencia. Resistencia es una palabra tan hermosa y tan contundente que tenemos… La palabra resiliencia, en cambio, sugiere que vuelvo a nacer y yo siempre estuve viva, lo que pasa es que a veces podía andar con una flor en la mano, como una poeta del siglo xix y a veces tenía que andar con un fierro en la mano para defenderme. Si bien es cierto que fue muy doloroso, cuando comparo la carrera que humildemente hice yo con la de mis compañeros de estudio, creo que salí victoriosa. No sé de dónde saqué la fuerza, la única respuesta que se me ocurre es que saque la fuerza de la bronca. Cuando yo preguntaba me decían literalmente “porque sos mujer”. De mi familia fui la primera que estudió en la universidad. Yo crecí en Ituzaingó, mi papá era el diariero del pueblo pero de chico fue muy pobre. Pedía algunas monedas, se iba a la puerta de Crítica y La Razón y vendía diarios.
Estaba invocando a Kant…
–¡Sí! ¡de ahí me viene el amor por la filosofía! Y dormía abajo de un puente, cuando podía. Hasta que pudo conseguir un reparto de diarios y toda la vida hasta que se jubiló fue diarero. Y se daba cuenta que la única manera de progresar era estudiando. Yo era la del medio de tres hijas mujeres y mi papá me miraba y me decía “esta me va a traer el doctorcito”. En esa época no le podía contestar a mi padre pero pensaba “yo voy a ser la doctorcita”. O sea que cuando no tenía ni la mas pálida idea de lo que era la filosofía (pero sabía que no iba a ser médica ni abogada), adentro mío, cada vez que escuchaba un no, se creaba esa resistencia. A los 50 años me doctoré.
Soledad y amor, familia y libertad
¿Le gusta estar sola?
–Más bien no me gusta estar acompañada. No me gusta conocer gente nueva. A mis 50 años tuve un serio intento de suicidio y si bien es cierto que no morí, algo en mí murió. Capacidad para sociabilizar tengo, a veces digo que tengo fobia social pero no es eso, es más bien que me pongo nerviosa. Después la paso bien. La satisfacción más grande de los libros, los que hice una vez que me jubilaron, es que los lee la gente que me sigue, así que cuando alguien me para y me dice “yo la conozco a ud por sus libros” me genera mucha satisfacción.
¿Cuándo se empieza a morir el amor?
–A mí cuando me dicen con un diminutivo, o una palabra dulce. “Che gorda alcanzame tal cosa”, y me doy cuenta que la magia terminó. Si sos heterosexual como yo… no es nada fácil. ¿Cuántas veces me habran dicho, con una mina como vos no se me para Esther? sos muy avasalladora. Ojalá me gustaran las mujeres, porque no tienen prejuicio con la edad, es el día de hoy (a los 83) que tengo propuestas. Pero a mí me gustan los varones y más jóvenes, no los de mi edad. Yo todo lo hice a destiempo en mi vida. A los 40 fui de mochilera a Perú y Bolivia y empecé a curtir con jóvenes, y ahí descubrí que el sexo era hermoso. No es que nunca hubiera disfrutado el sexo pero hasta entonces era una obligación para mí. Desde ese momento hasta el dia de hoy no he vuelto a acostarme con un hombre de mi edad. Y los más viejos estan muertos así que imaginate (risas).
¿Cómo fue su noviazgo largo con un joven?
–La pareja más larga que tuve fueron 9 años con un muchacho 26 años menor que yo. Nos veíamos solamente los fines de semana, ese era el secreto. Yo tenía 49 cuando lo conocí. Y no es que me dejó, es que yo me di cuenta que empezó a estar con una piba. Y fue el tercer sufrimiento más grande de mi vida. Pero la vida te da revancha porque trece años después apareció. Le cerré la puerta en cara.
Hay veces que te podés vengar y muchas que no, eso también es resistir.
–Sí, es cierto. Pero ahora me pongo contenta pensando en eso. Esas cosas tremendas que pasaron en mi vida privada no interfirieron nunca en mi vida intelectual, así como la desgracia máxima de mis hijes. Al contrario, más que nunca me encerré en mi escritorio, solo salía para ir al psicoanalista y al cine. Ahí cayó Martín Farina a ofrecerme la pelicula, hacía once meses que se había muerto mi hija Fabiana. Yo le dije mi vida dejó de tener importancia. El, que había sido mi alumno, me dijo “a mi me interesa ver cómo la filosofía atraviesa un cuerpo porque vos tenés el cuerpo atravesado por la filosofía”. Y esas palabras me parecieron tan sabias que dije, “sí, lo hacemos”. Así nació Mujer nómade (se puede ver en Cinear). Venía tres veces por semana, estaba ocho horas cada día y así fue escribiendo el guión. Y había una cosa muy terrible que era mi intento de suicidio, que yo nunca se lo había contado a nadie. Tampoco se lo podía contar a Martín. Pero le dije que trajera la cámara: lo tuve que repetir siete veces, pero me salió.
¿Le reprochó a su mamá que no pudo estudiar?
–Sí, y cuando empecé a tener cierta relevancia, fui a contarle a mi familia. Ella me dijo “ah no debes ser tan importante porque no aparecés en televisión”, y cuando aparecí en la tele me dijo “ah, pero llevabas todo preparado”. Era tan jodida, pobre.
¿Y Ud. es parecida a ella?
–Supongo que no pero mis hijes no me querían tampoco. Cuando eran chicos sí pero cuando ya mi hijo estaba grave y mi hija ahí, les dije una cosa que hoy no diría: “yo sé que fui una mala madre”, y se quedaron callados.
¿Por qué les dijo que fue una mala madre?
–Sentía mucha culpa. Los padres siempre se equivocan, y como a mí me reprimieron tanto yo les quise dar toda la libertad, y ellos me reprochaban eso. Decían que lo hacía para sacarlos de encima. Las cosas familiares son un horror.
¿A qué le debe haber podido hacer esa operación de unir cuerpo y filosofía?
–Cuando estuve internada despues del intento de suicidio vi cosas tan terribles que pedí que me llevaran un libro que nunca habia podido leer, La lógica del sentido, de Deleuze. Yo levantaba la vista y veía un chico psicótico y volvía la vista al libro y así lo leí entero. Relacionar la filosofía con la vida: porque a mí la filosofía me salvó la vida.