El año pasado, Las12 le dedicó una tapa al remake de “La Sirenita” y su controversia alrededor de la actriz que protagonizará a Ariel: Halle Bailey. Que ella sea afroamericana y no una chica blanca y pelirroja, como en la película original, irritó a miles de personas, que se volcaron a Twitter en clave racista para manifestar todo su odio hacia esta decisión creativa, aprovechando la ocasión para deslegitimar movimientos como #BlackLivesMatter y argumentar que “la fragilidad de los progres está arruinando todo”. Sin embargo, aunque esta película todavía no se estrenó, ya recibió todo tipo de críticas, y no solo provienen de la facción de los “protectores de la pureza racial blanca” de siempre.

Que el universo marino colorido y vibrante del filme de 1989 haya sido reemplazado por un ambiente tétrico, dramático y frío, y que los simpáticos Flounder y el Cangrejo Sebastián parezcan salidos del fondo del Riachuelo, complican las cosas. Al igual que el tráiler del remake de Peter Pan (que en las primeras imágenes, los protagonistas parecen niños de Auschwitz), el de la Sirenita tiene un aspecto particularmente sombrío y muchos fans de Disney argumentaron que la historia fue despojada de toda su fantasía. De su magia.

Pero aún hay más: esta película nuevamente llegó a los titulares y, esta vez, fue por un detalle que molestó a todos los bandos. Dos de sus canciones más icónicas, “Bésala” y “Pobres almas en desgracia” sufrieron modificaciones en sus letras. “Hay algunos cambios en la letra de ‘Bésala’ porque la gente se ha vuelto muy sensible ante la idea de que Eric pueda, de alguna forma, forzar a Ariel”, dijo Alan Menken, uno de sus compositores.

Por otro lado, en “Pobres Almas en Desgracia”, se reescribieron versos para que no se de a entender que los hombres podrían enojarse si las mujeres no son lo suficientemente calladas. Y, como si fuese poco, en esta nueva versión Ariel no vendería su voz porque, al parecer, no es un buen mensaje para las niñas que una chica “pierda su voz” por su interés romántico.

Este hecho responde, sin dudas, a la principal crítica que le hizo el feminismo Girl-Power del 2010 a “La Sirenita”: que, de alguna forma, romantiza que una mujer pierda su capacidad expresiva en pos de enamorar un hombre. Una lectura básica que no aborda las complejidades del arco de Ariel y sus principales motivaciones. Porque, si vamos a los hechos, desde el principio ella manifestó su interés por conocer el mundo terrestre y hasta desafió y transgredió la autoridad de su padre (que era un déspota) para explorar este universo (que era su sueño principal) y, además, conquistar a Eric.

Aunque el acuerdo que hizo Ariel con la Bruja del Mar para que ella le suministre piernas humanas a cambio de su voz, tal vez, no haya sido lo más sensato, estas ansias de autonomía evidencian un agenciamiento de su parte y un desacato que le da profundidad a su personaje. Que no es más que la historia de una adolescente que busca emanciparse para encontrar su lugar en el mundo. Y eso está reflejado continuamente en el filme original. ¿Era necesario hacer uno nuevo para que se subraye su carácter aún más feminista?

La remake de Aladdin, en la que la princesa Jazmín es la CEO del Sultanato.

Disney es, históricamente uno de los actores globales más poderoso e influyente a la hora de formar subjetividades. En ese sentido esta remake, como tantas otras más, evidencia cómo esta factoría se apropia de ciertos aspectos del feminismo mainstream para instalar mediáticamente una definición de feminismo que le es acorde a sus propios intereses. Es decir, no solo busca complacer a una audiencia cada vez más “progre” que reclama nuevas narrativas adecuadas al post #MeToo. Sino que también legitima mediáticamente qué es el “feminismo”. Un discurso que se presenta como algo “liberador”, “empoderante” y apto para todo público pero que, en su práctica, opera como una voz inquisidora que tamiza los elementos adecuados de las problemáticas, para establecer una historias sin matices, sin intersecciones, sin conflictos, sin tensiones, sin lugar a dudas y con todo masticado. Y que, por otro lado, tampoco se ocupa de cuestionar las estructuras de poder y solo le interesa que las mujeres ocupen cargos jerárquicos dentro de estas dinámicas.

Mientras los referentes filofacistas cooptan cada vez más jóvenes ofreciéndoles fantasias neoliberales y espejitos de colores a costa de ajustes, purismo racial, misoginia, xenofobia, colapso ambiental y persecución al colectivo LGBTIQ+, los feminismos, que también son trinchera de resistencia cuando se alejan de la política de cupos o de sólo romper el techo de cristal para ser CEOs de empresas que reparten extractivismo y pobreza, se están convirtiendo en espacios opresivos. Espacios donde el porno está mal, donde todos los varones son violadores en potencia, donde a las fantasías “incorrectas” hay que censurarlas, ponerlas bajo la lupa y expiarlas; donde cualquier conflicto puede ser motivo de mandar a alguien a la horca y denunciarlo como violencia de género. ¿Qué diálogos puede ofrecer frente a un clima de época cada vez más represivo?

Volvamos a disney. Desde hace 10 años, este estudio estrena casi anualmente películas que, de alguna forma, funcionan como un meta comentario de los tropos clásicos de los cuentos de hadas. “Encantada” (2007) se ríe de las películas de princesas, Frozen (2013) transforma al “príncipe encantador” en el principal villano y en Enredada (2010), al final, nos dejan en claro que Rapunzel y Flynn tardaron “muchos muchos años” en finalmente casarse. Porque, evidentemente, hay que recalcar que casarte con alguien que conociste hace dos días no es muy feminista que digamos, y Disney no quiere volver a cometer este error, que ahora se volvió en un cliché del género.

Tal vez el caso más paradigmático de este nuevo rebranding “progre” sea la versión del 2017 de “La bella y la bestia”. Lanzada en pleno #MeToo y protagonizada por Emma Watson, la película constantemente quiere dejar en claro que Bella es una chica intelectual, empoderada, feminista, una Girl Boss que, ciertamente, NO tiene un síndrome de Estocolmo (la crítica que recibió su versión original). Esto es tan evidente que, por momentos, la trama parece un parodia de sí misma. Sin embargo, la Bella original no era ninguna tonta: tenía intereses profundos y no solo porque le gustaba leer. Era transgresora, desafiaba al status qúo y se enfrentaba al machito del pueblo dejándolo en ridículo. A pesar de esto, Disney le tuvo que dar una justificación a esta nueva remake (que nadie pidió) a través de estos cambios.

La versión de 2019 de Aladdin corrió con la misma suerte. La princesa Jazmín, en repetidas instancias, quiere mostrarse como la nueva CEO del sultanato y exige ser escuchada “a pesar de ser mujer”, lo cual es forzado, porque nadie intentó callarla, en un primer lugar. Sin embargo, en la película de 1992, Jazmín ya era un personaje que no se dejaba avasallar por nadie; solo que no lo enunciaba explícitamente, sino que lo manifestaba a través de actos concretos.

La versión live action de Dumbo, sin sueños psicodélicos aunque con la crueldad intacta.

En la más reciente, desalmada e infame versión de Dumbo del 2019, a su vez, también se elimina cualquier escena que puede ser leída como “problemática”. En la cinta original, el elefantito se emborracha metiéndose en un barril de champagne y tiene alucinaciones terroríficas, donde ve elefantes rosados extremadamente perturbadores. Esta secuencia es una de las más inquietantes del mundo Disney y, sin dudas, de las más icónicas. Sin embargo, en la actualización esto lo sacaron porque Dumbo ¡es un niño! ¡y los niños no toman alcohol!

Hace un par de semanas, durante una conferencia en Barcelona donde presentó su último libro, “Meditaciones sobre el cine”, Tarantino hizo una revelación inesperada. Contra todo pronóstico, confesó que la película que más lo traumó fue “Bambi”. Para el pequeño Quentin, lo más impactante fue cómo estaba promocionada. “Los anuncios de televisión no ponían de relieve la verdadera naturaleza de la película. Por el contrario, se centraban en las travesuras de los entrañables Bambi y Tambor. Nada me preparó para el desgarrador giro en los acontecimientos”, aseguró. Los giros son, obviamente, la muerte de la mamá y el incendio forestal. Dos tragedias que, aún hoy, a casi 80 años de su estreno, siguen manteniendo intacto su componente desgarrador.

Que las películas de Disney reproducen lugares comunes patriarcales, racistas y gordofóbicos, y que matizan historias crueles con canciones adorables y pajaritos cantando no es ninguna novedad. De hecho, esta dualidad es parte de su ADN. Mamás y papás asesinados, opresión patriarcal, la romantización de la orfandad y de las monarquías dictatoriales, colonialismo, segregación, explotación animal y maltrato infantil son parte de la imaginería de esta productora. Como también las princesas soñadas y etéreas que, algunas más princesas que otras, algunas más en apuros que otras, demuestran que el amor (heterosexual) todo lo puede. Y que, al final, el bien siempre prevalece.

A pesar de que las historias parecen bastante llanas, quien las observa con detenimiento advertirá, como en el caso de La Sirenita, que ella no era tan tonta como el feminismo #MeToo la quiere describir. Ni la Bella es víctima de una bestia atormentada ni Bambi tiene un destino trágico determinado por la muerte de su madre. Como dijo Tarantino, lo sorpresivo es cómo la crueldad, el despotismo, la ingenuidad, el romance, la inocencia y la fantasía se superponen en un mismo relato.

Sin dudas, algunas de estas historias envejecieron mejor que otras: cómo Peter Pan representa a los habitantes de pueblos originarios hoy sería inaceptable. Sin embargo, despojarlas de sus componentes perturbadores y “poco feministas”, para transformarlos en nuevas narraciones complacientes y disciplinadas, cierra mundos y elimina cualquier posibilidad de debate e imaginación posterior. Tal vez, para variar, Disney podría estrenar nuevas películas con personajes principales que sean gordxs, disca, antimonárquicos o abiertamente queers: posibilidades que Dinsey aún se resiste a abordar. Eso, o seguir el camino del remake Winnie de Pooh. Liberado de sus derechos de autor, este osito y su adorable amigo Piglet se transformaron en criaturas violentas sedientas de sangre que gozan aterrorizando a jóvenes. Una alternativa interesante a la moralización pink-washing.