Vestuario, puesta en escena y swing, al compás de 14 músicos y la voz de Elizabeth Karayekov, dedicada a transportar clásicos del pop y el rock al escenario sonoro de los años ’50, el de las big bands, cuyo glamour la intérprete concita y comparte. Elizabeth Karayekov Big Band llega por primera vez a Rosario, para recalar el próximo sábado a las 22 en Sala Lavardén (Sarmiento y Mendoza). “Yo venía cantado con otra formación, de siete músicos, pero en 2017 di el salto y sumamos siete músicos más. Fue un desafío insistir en este formato para que se instalara, pero el esfuerzo ha dado frutos con creces y uno de ellos es poder ofrecer este show en Rosario; no podemos estar más que agradecidos y contentos”, comenta Elizabeth Karayekov a Rosario/12.
La Big Band de Karayekov cuenta con producción de Osvaldo Papaleo, “con quien arrancamos el año a pleno en esta seguidilla de shows; él está respaldando y produciendo, y es una gran ventaja contar con su experiencia y capacidad de trabajo, que es inmensa. Es él quien ha generado la posibilidad de que estemos en Rosario, algo que tenía muchas ganas de hacer, porque ya hace dos años que estoy viviendo acá, cuando mi vida era en Buenos Aires y por eso los músicos son todos de allá. Esta posibilidad la pudimos concretar sobre todo por el trabajo de Osvaldo y gracias al apoyo del Ministerio de Cultura de Santa Fe. Para mí, a nivel personal, es muy importante, porque significa poder tocar en la ciudad que ya tiene un lugar en mi corazón”, continúa Karayekov.
-Te lo deben preguntar demasiado pero es inevitable: sos bióloga y además liderás una big band. ¿Cómo conciliás las dos vocaciones?
-De alguna manera, los dos intereses siempre estuvieron en mi vida, pero por una cuestión de caminos que se eligen primero me incliné por la formación profesional en la parte científica. En aquel momento, la música pasó a ser un espacio más de esparcimiento, donde volcar emociones, sin una dedicación profesional. Fueron muchos años de estudio en el área de la biología, hice el doctorado y recién cuando lo terminé creo que hubo algo interno, como una habilitación personal, y empecé a dedicarme profesionalmente a la música, a estudiar y a entrenar un montón de habilidades que son las que hoy llevo al escenario. Como intérprete, siempre estuve ligada a la música afroamericana –mis primeras experiencias fueron cantando en coro góspel–, pero después, cuando formé mi primera banda, me centré más en el jazz y el rhythm and blues. Y finalmente, todo aquello devino en este proyecto tan hermoso de la big band, con un show que trasciende un poco lo musical y trata de ofrecerle a la gente una experiencia un poco más completa, donde tratar de llevarlos a una época de otros años, que quizás hayan visto en películas. Y creo que eso lo logramos.
-¿Cómo es la búsqueda sonora y la selección del repertorio?
-Nos dedicamos a buscar una propuesta un poco diferente, que tiene que ver con adaptar canciones que no pertenecen al género del jazz y las transformamos en su sonoridad. En el repertorio hay una selección de artistas que no deja de ser personal, con canciones de Madonna, Guns N’Roses, Aerosmith, Genesis, Michael Jackson, artistas que de alguna manera han gravitado en mi vida, en mi infancia. Las llevo al escenario a jugar, a hacerlas vivir por un ratito en los años ’50. Y así llegamos a todo un público que por ahí no viene del palo del jazz, pero conoce esas canciones; como así también están esas personas amantes del jazz que van a escucharnos porque se trata, justamente, de una big band.
-¿Y los arreglos?
-Hay un trabajo que sobre todo hacemos con el director, Ernesto Salgueiro, donde buscamos la manera a través de la cual transformar la canción, pero sin que pierda su huella digital. Es importante lograr esa transformación pero prestando atención a la canción, para que continúe claramente reconocible. Ahí también hay mucho de lo que nos dicen las propias canciones, porque algunas no se han dejado manipular (risas). También han participado otros arregladores, como Marcelo Ponce en una primera instancia. Por otro lado, a nivel de la interpretación, se trata de uno de los momentos más lindos, porque puedo plasmar la creatividad y las ideas en cuanto a qué es lo que uno puede llegar a decir. Por un lado, está la canción original, con lo que el autor quiso tal vez decir, pero en mi caso yo la resignifico; aun cuando las palabras sigan siendo las mismas, se trasmiten otras emociones, y ése es un trabajo que disfruto mucho, porque tiene que ver con vincularme con esas palabras desde un lugar muy personal. Al mismo tiempo, tengo que tratar de hacérselo llegar al público, cuando es también posible que no se entienda el idioma. Ahí juega una parte fundamental, y se relaciona con la interpretación de todo lo que no es vocal; es un trabajo que pasa mucho por lo corporal y a lo que me dedico bastante, donde los movimientos están coreografiados y pensados para acompañar la interpretación de cada tema. Ahora estamos sumando canciones de artistas argentinos y logramos un punto de encuentro muy lindo, como nos sucedió en La Trastienda (en Buenos Aires) con la participación de Kevin Johansen, con quien hicimos un tema suyo. No podemos estar más contentos.