Este tiempo nos invita a detenernos, anteponer la pausa a la prisa de los tiempos que corren. ¡Qué mejor oportunidad que adentrarnos en el convite de las Jornadas Nacionales TyA 30 años!

Pensar y tensar los discursos de la ciencia, la religión y el psicoanálisis. Cuestionar si hay éxitos, triunfos o fracasos. Darle lugar al fracaso como una gran oportunidad del psicoanálisis de hacer existir el inconsciente y el derecho a la subjetividad.

Hoy usamos el término adicciones para nombrar distintos tipos de excesos, no solo el de sustancias. La experiencia de la vida cotidiana nos muestra escenas donde los cuerpos están a menudo arrasados por los excesos: cirugías, violencia, alcohol, drogas, juego, deportes, trabajo. El tráfico de goce es moneda corriente en esta época. En la historia de la humanidad es el cuerpo el lugar donde vive el horror, cuando la subjetividad es arrasada. Nos encontramos con nuevos estilos de vida y modos de hacerse un cuerpo, de inventarse, frente a la no referencia y al desfallecimiento del padre. Intentos de mantenerse a flote para poder habitar el mundo y nuestra cultura toxicómana, un rasgo de la cultura contemporánea signada por las adicciones generalizadas.

Ahora bien, ¿qué lugar tiene la ciencia y la religión en este contexto?

Lacan nos habla de la poca relación que la ciencia tiene con el goce, en tanto se ocupa del cuerpo pero “no del cuerpo hecho para gozar”. Los productos que ésta genera -desde los tranquilizantes a los alucinógenos-, no son sin consecuencias. El psicoanálisis se ocupa del goce y específicamente el trabajo del TyA -desde sus inicios- ha sido investigar las toxicomanías. De ser un problema puramente policial, con Freud y Lacan nos adentramos en la teoría psicoanalítica, la que nos lleva indefectiblemente a la dimensión ética del asunto. Hablar de ética es hablar de goce y cuando recibimos a un sujeto que sufre, debemos preguntarnos qué demanda y qué supone ese goce que invade su cuerpo. Tenemos una pista freudiana: el placer como barrera óptima al goce traducido éste último como “tensión, forzamiento, gasto, hazaña”. El placer atempera el goce que comienza cuando aparece el dolor. Los avances de la ciencia van en dirección a hacer desaparecer el dolor, por ello le calza muy bien el nombre de sociedad paliativa, a pesar del costo que ello implica: la desaparición del sujeto y su verdad. La religión también aporta lo suyo con la promesa de felicidad y vida eterna.

El psicoanálisis es una invitación a hablar para ser escuchado y para que el inconsciente, aquella “cerradura tan precisa”, logre abrirse a partir de la demanda de saber de un sujeto. Si hay un discurso que precede al sujeto, será esclavo de él y de las identificaciones a las que consintió en su constitución, entonces la oferta analítica tendrá que hacer tambalear ese consentimiento ubicando ¿qué “de nuestra posición de sujeto, somos siempre responsables”? Ser adicto o ex adicto, es también un nombre que viene del discurso social y al que el sujeto se identifica y se representa. Si logra entrar en el dispositivo analítico, tendrá que vérselas con los significantes de ese consentimiento.

Por nuestra parte, los analistas tenemos la responsabilidad de hacer presente el inconsciente y cernir lo que causa al sujeto. “El psicoanálisis, representado por un analista, es responsable de la presencia del inconsciente”. Mientras que el creyente, el religioso, pone en dios la carga de la causa y su acceso a la verdad, universalmente profesada para todos, un sujeto que se analiza, en cambio, accederá a su verdad por medio de un trabajo donde el deseo encriptado en su verdad se irá despejando. La dimensión ética debe comandar ese “saber hacer” y “hacer saber” de los analistas en cada caso singular y en el espacio social del que no permanecemos ajenos. En definitiva, motivos sobran para encontrarnos con mucho entusiasmo el 29 de abril, en la sede de la Eol, CABA, para celebrar las 30 Jornadas Nacionales TyA.

 

*Psicoanalista. Integrante TyA Rosario.